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La bicoca del arancel

El inquilino de la Casa Blanca ha vuelto a darse un atracón de aranceles. Frente a la expectativa de que las negociaciones de los últimos cuatro meses terminarían en un acuerdo con China, el presidente decidió elevar el tipo de los aranceles aplicados sobre 200.000 millones de importaciones desde el 10% al 25%. Así, el arancel medio sobre las importaciones chinas ha subido hasta el 18%; si se llegara a consumar la amenaza de extender este mismo tipo arancelario al resto de las importaciones chinas (aproximadamente 300.000 millones de dólares, entre los que destacan los bienes de consumo), el arancel medio llegaría al 28%, un nivel muy próximo al del infausto arancel Smoot-Hawley de 1930. Resulta difícil evaluar las consecuencias económicas de esta nueva escalada (China ha vuelto a responder subiendo los aranceles a 60.000 millones de exportaciones de EEUU). La furia arancelaria de 2018 no truncó la buena marcha de la economía estadounidense; pero ya sabemos que los efectos de los impuestos pueden no ser lineales. ¿Qué cabe esperar?

Adversarios y enemigos en la guerra comercial

Gerald Ford, el presidente estadounidense que puso fin a la guerra de Vietnam, solía decir que durante su vida política “había tenido muchos adversarios, pero ningún enemigo”. Donald Trump, un presidente menos dado a los matices, señaló en una entrevista que la Unión Europea era un enemigo “por lo que nos hacen en el comercio”, para luego añadir: “China también es un enemigo económico, pero eso no quieren decir que sean malos, no significa nada; significa que son competidores, que quieren hacerlo bien, igual que nosotros queremos hacerlo bien”.

Bob Dylan y el viejo proteccionismo

Muchas de las canciones de Bob Dylan hablan del efecto del paso del tiempo sobre nuestra forma de ver las cosas. Una de ellas, My Back Pages –que podríamos traducir como “las páginas que he pasado”– refleja cómo cuestiones que en la adolescencia o juventud se percibían como blanco o negro se matizan con el tiempo en muchos tonos de gris. Las cosas siguen siendo las mismas: los que no somos los mismos somos nosotros, que hemos cambiado porque hemos adquirido experiencia y conocimiento para juzgar con mayor perspectiva.

En Economía pasa lo mismo: a veces se plantean medidas que hace décadas se veían lógicas pero que ahora, con un mundo y unos procesos productivos totalmente distintos, han perdido todo su sentido: son páginas ya pasadas, medidas del siglo XX aplicadas en el siglo XXI y que ahora están llenas de tonalidades grises.

Por qué las guerras comerciales no pueden ganarse

Todo el que sabe de Historia o ha vivido una guerra –militar o comercial– conoce los costes de un conflicto. George Marshall, jefe del Estado Mayor del ejército estadounidense durante la II Guerra Mundial y primer militar en recibir el premio Nobel de la Paz, solía decir que “la mejor forma de ganar una guerra es evitándola”, es decir, fomentando la cooperación y las relaciones comerciales entre los países.

Quizás por eso Trump, que no sabe de Historia ni fue nunca a la guerra –se libró por los pelos de ir a Vietnam– habla a la ligera de un conflicto bélico con Irán o con Corea del Norte y se embarca en guerras comerciales de pésimo pronóstico. Al grito tuitero de “Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, ha impuesto aranceles sobre el acero y el aluminio a sus aliados tradicionales, la UE y Canadá, y ha iniciado una peligrosa e inevitable espiral de represalias comerciales.

El comercio moderno y la devaluación devaluada

El presidente de Estados Unidos Harry Truman dijo una vez que quería solo economistas mancos, porque todos los que tenía le decían siempre “on the one hand” (por un lado) y “on the other hand” (por otro). Si aún viviera se daría cuenta de que la economía moderna, cada vez más integrada a nivel mundial, tiene cada vez menos economistas mancos, y los que lo son es porque generalmente se resisten a considerar las derivadas cada vez más complejas de cada medida de política económica.

Esta complejidad se manifiesta especialmente en el ámbito del comercio internacional y sus precios relativos.

Trump y la cortina de humo de acero

En la película de 1997 “La cortina de humo”, dirigida por Barry Levinson, se narra la historia de un presidente estadounidense que comete un delito y, ante la amenaza de que el escándalo le cueste las elecciones, contrata los servicios de un asesor (Robert de Niro) que, con la ayuda de un director de cine (Dustin Hoffman), escenifica una falsa guerra contra Albania para distraer a la opinión pública y cohesionarla en torno a su líder.

Del mismo modo, llama la atención la extraña llamada a la guerra comercial que ha iniciado el presidente estadounidense –usando, como siempre, la caja de resonancia de Twitter– en medio de una peligrosa investigación encabezada por el fiscal especial Mueller, que amenaza con poner en jaque su presidencia.

La política comercial en la era Trump

La incertidumbre y la precipitación han marcado los primeros pasos de la política comercial en la era Trump: órdenes ejecutivas, mensajes confusos luego matizados, mezcla de churras (reforma impositiva con ajustes en frontera, aranceles) con merinas (financiación del muro con México) y escasa argumentación económica. No obstante, quizás ya es momento de hacer unas primeras reflexiones sobre las líneas maestras de la política comercial apuntadas por el presidente Trump y su principal asesor en materia comercial, Peter Navarro –catedrático de la Universidad de California y director del nuevo Consejo Nacional de Comercio–, conocido por sus polémicos libro y documental en los que denuncia el perjuicio que China ha causado a la industria nacional.