Autor: Gonzalo García Andrés

Próspero año y felicidad

Recuerdo una viñeta de Forges en la que los Reyes Magos acarreaban un enorme saco de carbón destinado a los preclaros economistas. Una buena forma de redimirnos sería ayudar a que la gente fuera un poco más feliz, cumpliendo así los deseos repetidos durante estos días. Que la economía pueda contribuir a la felicidad les sonará a muchos como una inocentada. Pues no. Un grupo de idealistas se reunieron hace tres semanas en la London School of Economics para pulsar el estado de la Ciencia de la Felicidad.

Repensar la economía para enderezar el rumbo

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Es muy posible que 2016 marque un punto de inflexión en la evolución del sistema económico mundial. Lo que no sabemos es hacia dónde. La mezcla de nuevo proteccionismo con economía de la oferta que se pergeña en Estados Unidos agravará a medio plazo los problemas de inestabilidad y de desigualdad que afligen al capitalismo de nuestros días. Si se quiere plantear una alternativa, hay que superar el marco de la economía ortodoxa con el que hemos llegado hasta aquí.

En las tripas del elefante

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Uno de los logros más valiosos de la economía en los últimos años ha sido colocar la desigualdad en el centro del debate público. En 2014 Thomas Piketty, célebre ekanomista, ilustró con un imponente caudal de datos basados en declaraciones fiscales la deriva hacia una concentración creciente de la renta y del capital en muchas economías desarrolladas. Este año Branko Milanovic ha publicado un libro centrado en un ejercicio similar de alcance global que ha realizado junto a Cristoph Lakner, cuyo principal resultado se plasma en el gráfico del elefante. La manada de tuits, artículos y comentarios que ha suscitado este paquidermo han acabado por abrirle el vientre para entender mejor lo que aloja en sus entrañas.

Lectura contra el desánimo

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¿Se levanta usted, desde la mañana del 9 de noviembre, con sensación de angustia? ¿Le asalta de manera frecuente una preocupación inexplicable respecto al devenir del mundo? ¿Sueña con que Obama se convierte en el presidente vitalicio de la Unión Europea? ¿No entiende el cabreo del macho blanco de clase media?

No se preocupe. Lo primero, no está solo. Y lo segundo es que me voy a permitir prescribirle un tratamiento que sin duda le hará sentir mejor.

Los americanos se juegan la salud

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No me refiero a las muy probables secuelas que sufrirán, después de una campaña tan larga, aquellos que no soportan al del tupé rubio o a la del apellido presidencial. Más bien se trata de pensar en cuál puede ser la consecuencia más trascendente de esta elección sobre la economía de Estados Unidos.

El debate económico durante la campaña ha girado alrededor del comercio, la inmigración y las políticas para sacar a la clase media de su estancamiento. Son temas centrales, sin duda, en los que las posiciones de los candidatos son muy distintas y pueden dar lugar a cambios de calado que afecten además al sistema de cooperación económica internacional. Sin embargo, si se mira con perspectiva, el efecto más determinante sobre su propio bienestar de la decisión que van a tomar los estadounidenses tiene que ver con el sistema sanitario.

¡Que suban los salarios!

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Sucedió en Frankfurt el 8 de septiembre, al final de la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo. Un periodista preguntó a Mario Draghi si estaban preocupados por lo poco que estaban creciendo los salarios en Alemania. En su respuesta, el Presidente de la autoridad monetaria europea dijo que los beneficios de un mayor crecimiento de los salarios (sin mencionar un país concreto) son hoy incuestionables. Era un mensaje poco habitual en un banquero central, aunque ya había algún precedente. El Gobernador del Banco de Japón lleva más de dos años tratando de fomentar una expansión de salarios que colabore en la superación de la persistente deflación en la que está sumida su economía.

El New Deal, ayer y hoy

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No era un buen augurio. A la una de la mañana del lunes 6 de marzo, el Presidente Roosevelt, que había tomado posesión de su cargo apenas treinta y seis horas antes, aprobó la orden 2039, por la que se suspendían con efecto inmediato todas las actividades bancarias. Durante una semana, los ciudadanos estadounidenses no pudieron retirar dinero de sus cuentas ni cobrar cheques. El día 9 de marzo el Congreso aprobó la Ley Bancaria de Emergencia, con disposiciones que trataban de apoyar a los bancos solventes y de facilitar la restructuración y saneamiento de los bancos en dificultades. Cuando, al inicio de la semana siguiente, la mayoría de los bancos volvieron a abrir sus puertas, la sorpresa fue que los depósitos tendieron a superar a las retiradas de fondos.