Inversión en desarrollo

Como parte del debate en torno a las recientes crisis migratorias han surgido múltiples voces en favor de insistir en medidas que fomenten el crecimiento y den oportunidades a los países en desarrollo emisores de esos flujos para que no tengan tantos incentivos a dejar su país en busca de una vida mejor. No obstante, parece que diversos estudios ponen en duda que ese progreso en el país origen vaya a frenar este flujo hacia economías más desarrolladas. Todo lo contrario, en el corto y medio plazo incluso se puede ver incentivado al permitir a muchos acumular los recursos para poder costearse la emigración (aquí).

En todo caso, que más países vayan progresando en términos de crecimiento acompañado de desarrollo humano es un objetivo compartido que nos afecta a todos, en términos de solidaridad interpersonal, y también de estabilidad económica y financiera global. Analizar qué flujos financieros ayudan más a las economías en desarrollo a hacer esos avances nos puede guiar a la hora de fomentar unos u otros instrumentos.

Según el último informe de la UNCTAD, de los distintos flujos que llegan a los países en desarrollo para financiar su crecimiento (principalmente inversión directa extranjera, inversión en cartera, préstamos a corto y largo plazo, ayuda oficial al desarrollo  y remesas), la más importante y la más estable frente a los ciclos y “shocks” externos ha sido la inversión extranjera directa (IED). Entre 2013 y 2017, la IED supuso un 39% de la financiación del conjunto de los países en desarrollo, aunque para el subgrupo de los menos avanzados el protagonismo fue para la ayuda oficial al desarrollo (AOD), con un 36% frente al 21% de la IED. Los flujos en forma de préstamos a los países en desarrollo se han mostrado muy volátiles en los momentos de crisis, con caídas especialmente drásticas en el año 2015 debido a la masiva retirada de la financiación a largo plazo a estos países por parte de los bancos europeos. En cuanto a la AOD, los efectos de la crisis en el mundo occidental han tenido un impacto considerable en este sentido, de modo que en la actualidad es cuatro veces inferior a los montos recibidos por los países en desarrollo en forma de IED.

Además de la estabilidad, la UNCTAD señala en su informe otras ventajas de la inversión directa frente a la AOD: representan no sólo fondos financieros, sino un paquete de recursos tangibles e intangibles que permiten crear capacidad productiva en los países en desarrollo. De hecho, en lo que se confirma como el inicio de la 4ª revolución industrial, la transferencia de tecnología es clave para no quedarse atrás, como lo fue en las anteriores revoluciones. En la actual, aparece como concepto clave la complejidad económica y su impacto en la creación de un tejido industrial nacional (como señala Haussman). En este sentido, la IED puede tener un impacto positivo en los beneficiarios a través de varios mecanismos, como la subcontratación a pequeñas y medianas empresas y la contratación de personal local. El resultado puede ser aún mayor si se maximizan las ganancias de la IED aprovechando la inserción en cadenas de valor global a través de políticas industriales muy bien focalizadas y otras políticas para aumentar el valor añadido en las exportaciones de manufacturas, como muestra el éxito reciente de algunas economías emergentes.

Este es el enfoque en el que se enmarca el nuevo Pacto por el Crecimiento y el Empleo de la Unión Europea (UE), una alianza para profundizar los lazos comerciales y económicos de la UE y África a través de la inversión, la creación de capacidades, la mejora del entorno de negocios y el aprovechamiento de todo el potencial de la integración y el comercio regional. El enfoque declara un cambio radical en la relación entre los dos bloques, pasando de la mera cooperación al aprovechamiento del potencial del continente africano movilizando la inversión del sector privado. Los instrumentos que se proponen tienen sobre todo el objetivo de mejorar el atractivo de los proyectos y reducir los riesgos asociados a la inversión, especialmente en África subsahariana. Los sectores identificados en los que trabajar son, por el momento, las energías renovables y la conectividad, la financiación de las pequeñas y medianas empresas, la agricultura y la agroindustria, las ciudades sostenibles y la economía digital para el desarrollo.

El principal instrumento para la puesta en marcha de este Pacto será el Plan de Inversión Exterior de la UE. Como catalizador de proyectos públicos y privados y de reformas, promoverá la inversión en las cadenas de valor seleccionadas aportando a la vez fondos de garantía en una mezcla de préstamos y donaciones, un marco de asistencia técnica y un marco de mejora del clima de negocios. Los montos disponibles son sustanciosos: 1.500 de euros millones para garantías, 2.600 millones de euros para financiación mixta de préstamos y donaciones, con el objetivo de movilizar unos 44.000 millones de euros. Estos grandes números se están concretando ya en planes específicos para cada país, identificando los sectores con mayor potencial en cada caso para empezar a llevar a cabo proyectos concretos.

Sin embargo, para que la inversión se anime a apostar por África es sin duda necesario que los países receptores den pasos en la línea de la reducción de la corrupción, la seguridad en el entorno de negocios y la estabilidad política. Es en este sentido en el que el tercer pilar del Plan quiere incidir, con un diálogo estrecho con la administración de cada país beneficiario promoviendo las reformas necesarias que protejan la IED.

En un momento en que la AOD parece estancada, fatigada después de más de cuatro décadas con resultados poco concretos, y muchas voces críticas con los efectos de desplazamiento y de dependencia de la misma, es hora de diseñar partenariados más complejos con fuentes complementarias de financiación para el desarrollo, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. No obstante, para que el sector privado se decida a aprovechar las oportunidades de inversión en el continente africano será necesario hacer mejoras en el entorno de negocios de los países receptores y, además, asegurar el impulso público a la formación del capital humano y a políticas industriales que ayuden a absorber este nuevo conocimiento para que resulte en la creación de tejido productivo local.