Durante la segunda mitad del siglo XIX el fisiólogo alemán Friedrich Leopold Goltz se dedicó a analizar el comportamiento de las ranas cuando eran sumergidas en un recipiente de agua que se iba calentando de forma progresiva. De sus estudios se derivó el mito de que, aunque las ranas huyen del agua hirviendo, cuando se calienta el agua muy lentamente no son capaces de reaccionar hasta que es demasiado tarde, cuando ya no tienen energía suficiente para saltar fuera del recipiente, y mueren abrasadas. Y digo mito, porque no es verdad. La anécdota que se cuenta prescinde del importante dato de que el cruel doctor Goltz se dedicaba antes a seccionar parte del cerebro de las ranas o a cortarles su médula espinal. La conclusión científica, por tanto, es que, cuando el agua empieza a quemar, las ranas –por supuesto– intentan huir. Las únicas que no lo hacen son las descerebradas.