Una mañana de enero de 1999 el entonces ministro de Economía de Luxemburgo –y luego presidente de la Comisión Europea–, Jean-Claude Juncker, quemó en el más absoluto secreto, y con ayuda del ejército, millones de billetes de una moneda que nunca llegó a utilizarse. Y, al hacerlo, pensó en el Reino Unido y en Europa.