Durante mucho tiempo la Teoría de la Demanda del Consumidor partió de la premisa de que los bienes eran homogéneos –es decir, con características muy similares–, de modo que el factor más relevante en la decisión de compra era el precio. Sin embargo, es evidente que la compra de un tornillo o un kilo de harina no tiene nada que ver con la de un smartphone o un automóvil. En estos casos, el precio es importante, pero puede pesar mucho más la existencia de determinadas características o prestaciones.