La precaria situación de la economía mundial ha multiplicado las llamadas al activismo fiscal. Hasta los propios banqueros centrales están convencidos de que esta vez no será suficiente con sus diezmados arsenales para conjurar los riesgos, despejar el horizonte para empresas y familias y evitar que la recesión industrial y comercial se convierta en una recesión general. En los últimos días parece que se oyen notas de activismo fiscal procedentes de los más obvios destinatarios de esas arengas. El gobierno alemán ha presentado su plan para alcanzar los objetivos de cambio climático; el presupuesto elaborado por el gobierno holandés ha adoptado un tono expansivo, mientras en Corea la política fiscal está consumando un giro para apoyar a la economía, atenazada por la desaceleración china y por el conflicto con Japón. ¿Estamos ante los primeros compases de una expansión fiscal coordinada como la que impulsó el G20 en 2009?