El crecimiento del comercio mundial –que tiende a moverse acompasado con la inversión– se está reduciendo a medida que avanza el año. Hasta cierto punto, es comprensible: ni el comercio ni la inversión son amigos de la incertidumbre, y precisamente de incertidumbre viene este otoño bastante cargado. Aunque hay algunos factores puramente económicos, como la ralentización del sector del automóvil en Alemania, o los aún inciertos efectos de la enorme masa de bonos con tipos negativos, gran parte de las incógnitas tienen que ver con la política, y tienen nombre y apellidos: la guerra comercial y tecnológica de Donald Trump (y la reacción de Xi Jingpin), la posible caída de Mauricio Macri, o el brexit de Boris Johnson. En el fondo, decisiones políticas transformadas en riesgo económico.
En este contexto, las exportaciones españolas –que por el momento resisten, sobre todo gracias a la pujanza de los servicios comerciales distintos del turismo– pronto acusarán la ralentización del crecimiento mundial. Entonces se comenzará a hablar de nuevo, como siempre, de la competitividad de las exportaciones españolas, y creo que es un buen momento para recordar algunas evidencias que no siempre se reflejan adecuadamente en los análisis.