La cumbre del G20 de Hamburgo (7-8 de julio) ha logrado sostener el paso de la reforma del orden económico internacional a base de una doble estrategia: en los temas donde es posible consenso, se mantiene la tónica de los últimos cinco años, en los que cada cumbre aporta algún elemento incremental construyendo sobre lo heredado de la cumbre anterior (en este caso, destaca el reforzado énfasis en la inclusión); y en los temas más conflictivos desde la llegada de la administración Trump, se avanza sin EEUU en el caso del clima, y en comercio, se opta por hacer una agenda más compleja que tenga en cuenta las distintas sensibilidades. En este sentido, la noticia puede ser cínicamente optimista: Trump no ha roto los esquemas; pesimista: el G20 no sirve para nada, es un instrumento para preservar el statu quo; o moderadamente optimista/pesimista: se avanza en algunas direcciones adecuadas, pero no en todas y a ritmo lento (acaso inevitable, en el G20 los grandes acuerdos se han dado en los momentos de más tensión).
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Burning ice: ¿Será China la nueva superpotencia energética y medioambiental?
En los últimos meses, Estados Unidos y China parecen decididos a establecer un nuevo contexto geopolítico en el que ambas superpotencias intercambiarían sus papeles. Este canje de roles se puede observar de manera llamativa en política comercial, donde Estados Unidos considera la globalización un perjuicio para su país, mientras que China aboga de manera decidida por el libre comercio. Sin embargo, existe otro importante campo donde esta permuta de responsabilidades se está produciendo con una menor estridencia mediática: la política medioambiental.