E-k-nomistas

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El número de académicos con la letra k en el apellido (“ekanomistas”) que han ganado el premio Nobel de economía es especialmente alto, son cerca de un quinto entre un total de setenta y ocho laureados. Estas cifras contrastan con la frecuencia de la k en el idioma inglés (0,8 por ciento), alemán (1,4), o español (0,01; es, junto con la w, la última letra en asiduidad en nuestro idioma, excluida incluso en el juego del Scrabble); solo en turco supera el 5 por ciento. La k está además omnipresente en la formulación en economía, al ser el grafema que designa el factor de producción del capital; y también aparece de manera central en la propia evolución de la ciencia económica, que se ha caracterizado por un movimiento pendular entre paradigmas de corte neoclásico (escuelas clásica, nueva síntesis, neoclásica, monetarista, ciclo económico real); y keynesianos, empezando por la K por excelencia, la de John Maynard Keynes, que da nombre a distintas escuelas que le suceden (keynesiana, postkeynesiana, neokeyne­siana, nuevos keynesianos).

La segunda muerte de Eleanor Roosevelt

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Un día la futura primera dama estadounidense tuvo conocimiento de que su marido, el futuro presidente, la engañaba. Su vida cambió para siempre en ese instante: aunque al principio pensó en divorciarse, finalmente lo reconsideró y de forma fría y pragmática decidió permanecer a su lado, pero con una condición: abandonaría el papel de esposa abnegada y desarrollaría una intensa actividad pública con una agenda política propia. No estamos hablando de Hillary Clinton, sino de Eleanor Roosevelt.

¿Cotizaciones sociales o impuestos para cubrir el déficit de la seguridad social?

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Tras la formación de gobierno se está acentuando el debate sobre cómo afrontar el déficit de la seguridad social y la sostenibilidad a largo plazo de las pensiones. Las reformas de 2011 y 2013 se centraron en el lado del gasto (ajustar las pensiones y su revalorización), pero la discusión política ha girado ahora del lado de los ingresos adicionales que son necesarios para apuntalar el sistema, en un debate que enfrenta a los partidarios de los impuestos versus los que proponen mayores cotizaciones sociales. Partiendo de la necesidad de asegurar unos recursos que garanticen unas pensiones dignas ‒dicho sea de paso, igual que otros objetivos para la política de gasto, como paliar la exclusión social o fortalecer la educación y la I+D+i‒, la decisión sobre cómo aumentar los ingresos debe ir más allá de las consideraciones de suficiencia y tener también en cuenta el impacto económico de nuestra estructura fiscal, que actualmente sobrecarga demasiado las cotizaciones.

Algunos mitos sobre la sanidad privada

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En estos últimos años de restricciones presupuestarias ha resurgido el debate de la privatización sanitaria. El concepto es complejo, porque una cosa es la provisión de servicios sanitarios (quién ofrece el aseguramiento y la cartera de servicios sanitarios y los financia) y otra la producción de servicios sanitarios (quién gestiona el seguro, los hospitales y sus servicios accesorios o quién contrata a los profesionales sanitarios), lo que da lugar a distintas combinaciones y modelos público-privados muy distintos. En cualquier caso, siempre que se ha hablado de privatización (con distintas implicaciones), el debate económico ha brillado por su ausencia. Los argumentos que se han esgrimido en favor de la privatización rara vez se han documentado con datos y han sido sustituidos por actos de fe. ¿Qué mitos existen respecto a la sanidad privada?

Lectura contra el desánimo

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¿Se levanta usted, desde la mañana del 9 de noviembre, con sensación de angustia? ¿Le asalta de manera frecuente una preocupación inexplicable respecto al devenir del mundo? ¿Sueña con que Obama se convierte en el presidente vitalicio de la Unión Europea? ¿No entiende el cabreo del macho blanco de clase media?

No se preocupe. Lo primero, no está solo. Y lo segundo es que me voy a permitir prescribirle un tratamiento que sin duda le hará sentir mejor.

Peta CETA

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Como los caramelos (Peta Zetas), el acuerdo comercial entre la Unión Europea y Canadá firmado en octubre de 2016, conocido por su acrónimo en inglés, el CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement o Acuerdo Económico y Comercial Global), tiene un sabor final dulce, pero está siendo explosivo en su degustación, hasta el punto de que puede acabar “petando” en su proceso de ratificación en los parlamentos nacionales en Europa. Los términos del acuerdo son muy razonables y beneficiosos, y es difícil pensar en un socio mejor que Canadá para garantizar unas relaciones económicas que mantengan altos estándares de protección social, medioambiental o al consumidor (mejores que en muchos países europeos). A pesar de ello, el acuerdo está siendo ampliamente cuestionado, más que por sus propios contenidos, por un creciente sentimiento de rechazo a la apertura comercial que no conviene menospreciar.

El mundo después de Trump: un efecto secundario (potencialmente) positivo

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Trump ha ganado. Hay que repetirlo muchas veces para internalizar la enormidad de lo que supone que Donald Trump se vaya convertir en pocas semanas en la persona con más poder del mundo.

Es seguro que las futuras generaciones verán el 8 de noviembre de 2016 como un hito de la historia mundial. Sea como reversión de las políticas globalizadoras y el camino hacia un orden mundial menos liberal y pacífico; o como el momento en que las élites mundiales internalizan plenamente las consecuencias de la globalización sobre las clases medias-bajas del mundo desarrollado y actúan en consecuencia; o incluso, como el principio del fin de los movimientos populistas, cuyas recetas simplistas suelen quedar en evidencia cuando se ven obligados a gobernar. Sea como fuere, pocas cosas seguirán siendo iguales tras la llegada de Trump al poder.