La conferencia anual de investigación económica del FMI, la conferencia Jacques Polak, se celebró en formato virtual, el pasado mes. Este año se ha centrado en dos grandes bloques de investigaciones: el impacto de la COVID-19 y el cambio climático, sin duda, respectivamente, el principal reto de corto plazo y de medio plazo al que se enfrenta la política económica. Los estudios sobre la COVID-19 están limitados por el escaso plazo de tiempo que ha transcurrido y apuntan a la necesidad de seguir desarrollando los resultados, pero ya apuntan a una serie de efectos relevantes en relación con la efectividad las políticas de apoyo a la economía, los efectos dispares de las cadenas de valor o las diferencias de comportamiento de los individuos, por género y edad, ante las políticas de confinamiento.
Efectividad de las medidas de apoyo a la economía. Guerrieri et al. proponen una teoría sobre lo que definen como de “shocks de oferta keynesianos”, que caracterizaría a la crisis generada por la COVD-19, y que exigen un tipo de respuesta fiscal más focalizado. Se trata de situaciones en las que un shock de oferta en parte de los sectores de la economía induce una caída de la demanda agregada mayor que el shock inicial, agravando la recesión. Los confinamientos que exige la COVD-19 producen un shock de oferta asimétrico porque afectan más a los sectores más intensivos en el trabajo o el consumo presencial (como turismo, gimnasios, restauración, comercio minorista). El cierre de estos sectores produce una caída de la demanda de los trabajadores y las empresas afectadas, y también de la demanda de productos complementarios (ropa deportiva). Estos efectos pueden compensarse con el aumento de la demanda de productos no afectados (comercio online) y la demanda de los trabajadores y empresas de estos sectores no afectados, pero solo parcialmente (porque la propensión marginal al consumo es menor que la de los trabajadores afectados). La caída de la demanda puede generar nuevos shocks de oferta por el cierre de empresas, generándose un círculo vicioso. Plantean que, en estos casos, la política fiscal es más efectiva si se dirige a los trabajadores afectados por el shock inicial (con una mayor propensión al consumo). En su modelo, la política óptima sería cerrar los sectores afectados y asegurar a sus trabajadores, si bien plantean que la alternativa de la protección del empleo en las empresas tiene la ventaja de prevenir la destrucción de relaciones laborales productivas y, con ello, una mayor duración del shock inicial.
Por otor lado, Elenev et al. modelizan el impacto de los programas de apoyo a empresas en EEUU y lo comparan con un escenario en el que no se hubieran producido. Concluye que estas medidas han reducido las quiebras de empresas alrededor de un cincuenta por ciento y, con ello, han evitado un contagio de la crisis al sistema financiero, lo que la habría agravado. Entre las medidas de apoyo resaltan la mayor efectividad de los programas de préstamo puente a las empresas –en concreto, préstamos para sostener el pago de nóminas, y prestamos con garantía pública parcial (similares al tipo de ayudas que han proporcionado los ERTEs y las líneas ICO en España)–; frente a los programas de compra de deuda de las empresas. En estos últimos, la caída de los spreads a las empresas se contrarresta, parcialmente, con un aumento de los tipos de la deuda pública (con mayor riesgo tras la compra de deuda empresarial), con un impacto negativo sobre la inversión–.
Los efectos dispares de las cadenas de valor. Uno de los principales debates que ha reabierto la pandemia ha sido el de la renacionalización de las empresas, a raíz del impacto que han tenido las cadenas de valor globales en la crisis a través de la ruptura de los suministros y los insumos a empresas desde terceros países (agravada en algunos casos por el acopio nacional, como en el caso de los productos hospitalarios). Bonadio et al. analizan el impacto de la pandemia en el crecimiento en 64 países y estiman la caída media esperada del PIB real en un -29,6 por ciento. La mayor parte de esta caída se debe a las medidas de confinamiento domésticas, si bien asocian hasta un cuarto de la caída a la transmisión a través de las cadenas de valor globales. Ahora bien, señalan que, de media, la caída habría sido similar en ausencia de cadenas globales de valor, porque aumenta la dependencia de los insumos domésticos y la exposición al confinamiento nacional –tampoco observan mejoras sustantivas si se consideran la renacionalización de sectores específicos–. Por países, si resisten mejor la crisis aquéllos con medidas de confinamiento menores que sus socios comerciales.
Por su parte, Jiang et al. plantean que una crisis como la que ha generado la COVID-19, no estaba prevista en los esquemas actuales de las cadenas de valor. Argumentan que el movimiento desde las estrategias del tipo “Just-In-Time” (muy eficientes pero con mayor riesgo por su elevada dependencia de las cadenas) a estrategias del tipo “Just-In-Case” (por ejemplo, a través de crear mayores inventarios o diversificando la red de producción), permitió a las empresas una estructura productiva más robusta frente shock idiosincráticos, pero no ante shock agregados como el que ha supuesto la pandemia. En el contexto de elevada incertidumbre, sujeto a shocks medioambientales o pandemias de escala global, plantean que, para salvar el test de robustez de su cadena de valor, las empresas deberían cubrir los peores escenarios posibles (una estrategia del tipo “Just-in-Worst-Case”).
Diferencias de comportamiento de los individuos. Eichenbaum et al. analizan los cambios en el comportamiento de consumo de los funcionarios públicos en Portugal como consecuencia de la pandemia. Al tener un empleo estable, les permite aproximar la reacción de los individuos al riesgo que introduce la pandemia (aislándolo del efecto de pérdida o riesgo de pérdida de empleo). La COVID-19 representa una reducida probabilidad de contagio, pero con consecuencias que pueden ser fatales por el riesgo de muerte, que es además creciente con la edad (una lotería negativa). Este riesgo se pude minorar reduciendo el consumo de bienes y servicios que exigen contacto. De manera consistente con los modelos convencionales de asunción de riesgo, se observa que hay una mayor caída del consumo en los individuos de mayor edad, respecto a los jóvenes, y que la diferencia es mayor para los bienes que exigen mayor contacto y en periodos de alta incidencia de caos.
Por su parte, Caselli et al. utilizan datos anónimos de movilidad de Vodafone en España, Italia y Portugal. Observan cómo las medidas de confinamiento tienen un mayor impacto relativo en la caída de la movilidad de las mujeres, especialmente en las cohortes entre 24 y 45 años, lo que asocian en gran medida al cuidado de los hijos en las etapas de cierre de los colegios –señalan también que puede estar reforzado por el hecho de que las mujeres puedan tener una mayor presencia en sectores intensivos en contacto (turismo, cuidados, comercio minorista)–. También destacan que las medidas de confinamiento restringen más la movilidad de la población más joven (por ejemplo, por restricciones al trabajo presencial o, de nuevo, por el cierre de los colegios), respecto a la mayor de 65 años (que tienen, en todo caso, una movilidad pre-pandemia más reducida y son menos dependiente de los ingresos laborales).
Las diferencias en los comportamientos de los individuos pueden ser relevantes a la hora de ver el impacto económico de la COVID-19, por ejemplo, un posible mayor impacto relativo en economías más envejecida o un aumento de la desigualdad de género y la intergeneracional, en la medida en que las mujeres y jóvenes vean relativamente más comprometida su continuidad laboral, como consecuencia de los confinamientos.