En las entradas anteriores se abordaban los costes asociados a los gases de efecto invernadero (GEI), tanto de las emisiones, como los costes en los que se incurre en las distintas alternativas tecnológicas de reducción de emisiones. La comparativa entre ambos permite tratar de identificar las estrategias más eficientes para reducir los GEI. Ahora bien, las distintas estrategias frente al cambio climático están sujetas a distintos tipos de fallos de mercado, de forma que este tipo de análisis no capta adecuadamente los costes y beneficios sociales de la lucha contra el cambio climático, lo que exige la intervención y la regulación pública. El informe Stern popularizó la consideración del cambio climático como “el mayor fallo de mercado que el mundo ha visto”. En efecto, presenta todos los problemas clásicos de fallos de mercado, incluidos: su naturaleza de bien público, las externalidades, problemas de información asimétrica o los fallos de distribución. Interesa señalar aquí algunos ejemplos de estos fallos y sus implicaciones.
El aumento de la temperatura que supone el cambio climático se puede considerar como un bien público de naturaleza global, al presentar características de no rivalidad y no exclusión en su consumo, si bien las consecuencias de los desastres naturales asociados al cambio climático afectan de manera dispar a los distintos países –en muchos casos, con especial incidencia en los países menos desarrollados o pequeños estados insulares, que son además los menos contaminantes (también en términos históricos). Su naturaleza global plantea el problema central de la necesaria cooperación internacional para enfrentarlo. Desde la teoría económica entran en juego interpretaciones como el problema de los comunes –de sobreexplotación de los recursos limitados que se son compartidos por la comunidad– o la teoría de juegos –donde el cambio climático se enfrenta al problema de un equilibrio de Nash no cooperativo.
Se plantea, por tanto, el problema de establecer los mecanismos de gobernanza para evitar comportamiento del tipo free rider de los países, “gorroneando” el ajuste al cambio climático de terceros. En este ámbito están teniendo especial incidencia las aproximaciones de los premios Nobel Elinor Ostrom, con sus modelos policéntricos, y William Northaus y su aportación sobre los clubes climáticos. Sin cuestionar la relevancia de la cooperación a nivel global, Ostrom resalta la importancia de un esquema de gobernanza policéntrico, con múltiples niveles de cooperación (desde el local hasta el global). Los esquemas más locales pueden tener mucho impacto en la lucha contra el cambio climático a nivel agregado y presentan ventajas en términos de favorecer una cultura de cooperación y de aprendizaje, y de una mayor flexibilidad y capacidad de adaptación de las estrategias contra el cambio climático. Por su parte, Northaus, plantea el establecimiento de clubes climáticos basados en la fijación doméstica de precios a las emisiones de GEI y la sanción a terceros países que no aceptan estas reglas del club, por ejemplo, vía sanciones comerciales (como mayores aranceles). Este tipo de aproximaciones alimentan las estrategias contra el cambio climático del Acuerdo de París o el Pacto Verde Europeo, con estructuras de gobernanza en múltiples niveles, si bien, por el momento, basadas en esquemas de incentivos, presión de grupo y estrategias comunes, más que en mecanismos de sanción.
Por otro lado, el cambio climático supone un ejemplo clásico de externalidad, tanto negativa (la polución afecta a terceros), como positiva –por ejemplo, en términos de posibles aplicaciones derivadas de las nuevas tecnologías para limitar las emisiones de GEI o de mejoras en la salud y la sostenibilidad. En presencia de externalidades, el precio de mercado no refleja el coste/beneficio social y es necesario regular o crear incentivos o mercados para “internalizarlas” –incluidas, por ejemplo, las soluciones clásicas del impuesto pigouviano o la aplicación del teorema de Coase a través de la asignación de derechos de propiedad. En este ámbito, en el debate tradicional de la creación de un mercado para las emisiones de carbono, frente a las políticas de imposición, se ha impuesto esta última opción como la más simple y eficiente para reducir las emisiones de dióxido de carbono –ésta es, por ejemplo, la aproximación que aconseja el FMI, la fijación de precio del carbono.
El cambio climático también plantea problemas de información asimétrica, que empiezan por la elevada incertidumbre sobre su impacto dada su naturaleza dinámica y de largo plazo. Un dilema interesante es que se puede plantar desde la propuesta de la internalidades desarrollada por otro premio Nobel, Jean Tirole. Son situaciones en las que el comportamiento del individuo puede ir contra su propio interés, porque las decisiones suelen estar sesgadas hacia el presente, con miopía frente al largo plazo y una tendencia a diferir las tareas más desagradables subestimando las necesidades futuras (el mismo motivo por el que se justifica, por ejemplo, la intervención pública para asegurar las pensiones, mediante regulación o provisión). El cambio climático plantea un problema de este tipo porque el individuo, y la sociedad en general, tiene escasa información sobre los riesgos y el coste futuro que implica (a lo que se suma el ruido informativo que introduce el negacionismo) lo exige la intervención pública fundamentada en la valoración experta de la comunidad científica –éste es el tipo de aproximación del Acuerdo de París.
Una perspectiva paralela que afecta a la asimetría informativa, pero también a las externalidades dinámicas, es la componente intergeneracional del cambio climático. La contaminación de hoy tiene un reducido coste en las generaciones presentes, comparados con las futuras, de forma que se produce una sobrevaloración de los beneficios presentes frente a los costes futuros. Mark Carney planteaba este problema en términos de la “tragedia del horizonte”, señalando que el período del mandato de las autoridades financieras es inferior al momento en que el que las catástrofes asociadas al cambio climático supondrán un problema para la estabilidad del sistema financiero, cuando ya puede ser demasiado tarde para resolverlo. Esto exige intensificar la información sobre los riesgos futuros para mejorar las decisiones de los reguladores y los inversores y facilitar una transición más suave hacia una economía baja en emisiones de GEI.
El cambio climático también introduce problemas de equidad y fallos de distribución intergeneracional o entre países. El problema central en este ámbito es el de cambiar el objetivo de crecimiento del PIB y hacer un planteamiento más amplio, en términos de bienestar y de sostenibilidad social y medioambiental –en esta línea avanzan por ejemplo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Para el no creyente, el argumento se puede plantear también en términos de transición, es decir, en la necesidad de adaptar las economías al cambio climático, aun a costa de crecer menos, como condición necesaria para facilitar que pueda haber crecimiento en el futuro.
Es todo un tema, la economia del cambio climatico le falta responder como reemplezar los empleos.
Gustavo Woltmann