En entradas previas se han repasado algunas causas probables del menor crecimiento mundial en los últimos años/décadas: la demografía (aquí), los avances tecnológicos (aquí) y la crisis financiera (aquí). De carácter estructural y proyección en el medio-largo plazo, en el caso de las dos primeras, y por tanto más estrechamente vinculadas a las tesis de estancamiento secular; de naturaleza más coyuntural y enfocada en el corto-medio plazo, en lo referido a la crisis financiera, sugiriendo potencialmente un bache temporal en el crecimiento de los países desarrollados, que se podría superar en cuanto las consecuencias de la crisis terminasen de digerirse.
Otra causa frecuentemente mencionada de la ralentización de la economía mundial es la creciente desigualdad en la distribución de la renta, que dada la mayor propensión al ahorro de los grupos sociales más pudientes generaría un lastre sobre la demanda agregada.
La creciente desigualdad como premisa del ejercicio podría a primera vista resultar llamativa: a fin de cuentas, los trabajos sobre distribución de la renta en el mundo (señaladamente los de Branko Milanovic) ponen de manifiesto una desigualdad decreciente en los últimos años (particularmente en el periodo 1998-2008, que toma como referencia en sus estudios). Sin embargo, esto es compatible con un aumento de las desigualdades dentro de la mayoría de países, particularmente los desarrollados (véase esta entrada reciente del blog para el caso español). La explicación de esta aparente paradoja es que la renta promedio de los países en desarrollo está creciendo más rápido que la de los países desarrollados, siendo así que la menor dispersión de la renta media inter-países pesa más que la mayor dispersión de esta variable intra-país.
El gráfico 1, ya clásico, de Milanovic, refleja lo anterior, centrando el análisis en tres grupos sociales representativos: los de renta media en países en desarrollo (A en el gráfico), que han elevado notablemente su nivel real de ingresos; las clases medias de los países desarrollados (B), cuya renta se ha estancado durante la década; y las llamadas élites globales (C), principalmente de países desarrollados, que también han experimentado un notable aumento en su nivel de renta.
Retomando el hilo de la creciente desigualdad como factor explicativo de la decaída demanda ¿por qué creemos que lo relevante a efectos de la demanda es la distribución de la renta dentro de cada país, y no el conjunto del planeta? La teoría de Duesenberry sobre la demanda de consumo (aunque cuasi-desaparecida de los currícula universitarios en años recientes) nos ofrece una primera pista: el consumo podría depender de la renta relativa más que de la absoluta, y ese mecanismo de comparación social se proyectaría naturalmente sobre el ámbito nacional –cercano y conocido- más que sobre el mundial (el ciudadano sueco de renta media-baja, digamos 20.000$ anuales, se fijará más en las pautas de consumo de los suecos de renta media y media-baja, que en las de ciudadanos tailandeses, surafricanos o peruanos con ingresos similares -que consumirían según parámetros nacionales y en línea con su status de clase media-alta en sus respectivos países).
Otra razón, quizá más importante, es que las decisiones de consumo-ahorro dependen no solamente de la renta absoluta de cada persona/ hogar, sino también de otros factores que tienen una nítida dimensión nacional: el desarrollo del sistema financiero (posibilidades de ahorrar de manera cómoda y segura), la estabilidad macroeconómica (mantenimiento de valor del ahorro en moneda nacional), y los mecanismos de aseguramiento público, que permiten hacer frente a posibles contingencias con mecanismos de solidaridad social, requiriendo menor acumulación de ahorro privado.
Establecida la relevancia del país y no el planeta como referencia para este ejercicio, cabría preguntarse cuáles son las causas de la creciente desigualdad en el reparto de la renta a escala nacional. Nos referimos inicialmente a la renta primaria, la directamente obtenida por los propietarios de los factores productivos, antes de la acción del Estado vía impuestos y transferencias; y nos centraremos en factores puramente económicos, dejando de lado explicaciones de corte institucional (ejemplo aquí). El consenso apunta principalmente a los avances tecnológicos (revolución digital, robotización etc), que estarían generando una mayor retribución para ciertas habilidades (empresariales, gerenciales, de muy alta cualificación) propias de los percentiles superiores en la distribución de la renta; y menor para las tareas manuales y repetitivas, propias de los grupos de renta media-baja y baja. Obsérvese en este contexto que los avances tecnológicos no sólo supondrían un lastre sobre la demanda vía distribución de la renta, sino también directamente, como desarrollamos en esta entrada anterior.
Otro factor potencialmente relevante es la globalización, que en los países desarrollados estaría generando un sesgo distributivo en contra del factor que deviene menos escaso por la apertura al exterior (el trabajo), y, por la misma lógica, en favor del convertido en más escaso (el capital); con implicaciones evidentes sobre la distribución de la renta dado que los grupos socioeconómicos se definen en buena medida por sus tenencias de capital. En este caso no existe un consenso tan claro y se aprecian más matices (ver documento anterior o este del FMI), dado que el efecto sobre los países desarrollados podría compensarse con el efecto contrario (a favor del trabajo y en contra del capital) en los países en desarrollo.
De lo anterior se deriva, dentro de cada país, una creciente orientación de la renta hacia los niveles socioeconómicos más pudientes (ver por ejemplo este documento OCDE). En la mayoría de países (véase este otro documento de la OCDE), se observa este fenómeno tanto en la fase “pre-acción del Estado” (renta primaria) como en la fase post-aplicación del sistema fiscal y de Seguridad Social y otras transferencias sociales (renta secundaria o renta disponible, la que tienen a disposición los hogares para consumir e invertir) –en parte debido al menor volumen de recursos públicos disponibles. Obsérvese además, en relación con la renta secundaria, que la libre circulación de capital en buena parte del mundo ha dado lugar a una reducción generalizada en su tributación –así, los propietarios del factor capital en el mundo desarrollado podrían haberse visto doblemente favorecidos por el proceso globalizador, percibiendo más renta primaria, y reteniendo mayor parte de ella tras la aplicación del sistema impositivo.
La creciente desigualdad es preocupante por muchos motivos, pero a efectos de esta serie de entradas, lo relevante es su posible impacto sobre la demanda agregada. Si añadimos un supuesto relativamente poco controvertido (la mayor propensión al consumo de los niveles socioeconómicos menos favorecidos), la conclusión inevitable es que esta creciente afluencia de la renta total a los grupos con mejor posición económica tiene que estar generando un impacto depresivo sobre esa variable. Nótese, por último, que el probable vínculo de la desigualdad con los factores tecnológicos, de carácter cuasi-estructural, hace que sea esperable que este factor depresor de la demanda se proyecte en el medio y largo plazo.