Apuntes sobre estancamiento secular (IV): Factores depresores de la demanda: los avances tecnológicos

Además de la demografía, que analizábamos en la entrada anterior de esta serie sobre el estancamiento secular, el progreso tecnológico también está teniendo un sesgo depresor de la demanda agregada en tiempos recientes. Esto es particularmente atribuible a la incidencia conjunta de dos variables: la digitalización de información y la interconexión generalizada de buena parte del planeta a través de Internet.

  1. La desmaterialización y virtualización de la demanda

Una primera vía por la que esta relación de causalidad opera es la “desmaterialización” y virtualización parcial de la demanda. El ejemplo más claro es la desaparición (o sustancial reducción) de los soportes físicos para los contenidos audiovisuales: el papel (archivo, periódico, cartas), el CD (música y cine) y en menor medida el libro. Esto ha transformado lo que eran bienes, en servicios puros, que además (gracias a internet y a la dificultad para proteger contenidos), se han convertido de hecho, en buena medida, en accesibles a todo el mundo, a precio cero o muy limitado. En términos económicos, lo que eran bienes privados se han convertido en bienes (servicios) públicos cuasi-puros, de consumo no rival (coste marginal cero) y difícilmente excluible (dificultades para proteger contenidos).

El resultado es que, hoy día, una conexión a Internet, con una tarifa plana asequible, es suficiente para leer una gran parte de los periódicos del mundo, escuchar cualquier canción o ver cualquier película que a uno se le pueda imaginar, sin necesidad de soporte físico alguno. El efecto, por ejemplo, sobre la demanda de papel y policarbonato es evidente. Pero también sobre el sector de la construcción, toda vez que la información digitalizada prácticamente elimina la necesidad de almacenes físicos para los archivos.

En una línea similar, la combinación de digitalización e interconexión está favoreciendo la sustitución de “entretenimiento real” (bienes o servicios de consumo rival, coste marginal y precio positivos –cine, cervezas en el bar, entradas a las discotecas etc.–) por “entretenimiento virtual” (bienes o servicios de consumo no rival, coste marginal cero y precio prácticamente reducido –videos por internet, series prácticamente a la carta en TV–). Especialmente entre las generaciones más jóvenes, cuyo entretenimiento frecuentemente gira alrededor de “la red”, con un notable sesgo doméstico (ver por ejemplo aquí o aquí). La comparación con el perfil de gasto de generaciones previas (basado esencialmente en salir y consumir) es elocuente: en último término, se aprecia un cambio sustancial (a la baja) respecto al volumen de gasto que generaciones anteriores necesitaban para tener acceso a una “cantidad” de entretenimiento similar.

Los argumentos repasados hasta ahora tienen que ver con la “internetización” (valga el término) de los hábitos de consumo de la población, de una forma u otra. Pero ¿supone eso realmente una disminución de la demanda? A fin de cuentas, los consumidores están demandando, por un cauce distinto, los mismos o más bienes y servicios. Otra cosa es que, dado el “estado de la tecnología” su precio efectivo haya descendido sustancialmente, y por tanto su impacto en la demanda nominal (que se mide a precios de mercado) también lo haya hecho.

El lector avezado habrá observado que las valoraciones sobre la evolución del PIB y la demanda suelen basarse en su evolución en términos reales. Lo que sucede es las variables observables son las nominales, y existen serios motivos para pensar que en la deflactación de la demanda nominal de servicios audiovisuales, su reducción efectiva de precio está infravalorándose. A fin de cuentas, y en términos puramente prácticos, es difícil medir, por ejemplo, la variación de precios unitarios desde un nivel X por película a un nivel Y que da acceso a un consumo casi ilimitado de películas. Incluso en términos aritméticos, pasar de un precio positivo a un precio cuasi cero es un cambio que garantiza dolores de cabeza para el estadístico que lo tenga que procesar para el índice de precios correspondiente.

Existe además una cuestión relacionada más importante, que hila con lo señalado al final de esta entrada anterior. Conceptualmente, si se trata de un problema simplemente de medición, podría pensarse que no hay nada de qué preocuparse: simplemente, los nuevos cauces de distribución estarían haciendo más complicada la medición de una demanda que mantendría la misma vitalidad que anteriormente. Sin embargo, desde la perspectiva keynesiana ortodoxa, la “gratuitización” de hecho de estos bienes y servicios a escala micro viene con un coste a nivel macro: la menor demanda de empleo y de inversión, asociada a la mayor productividad.

  1. Impacto sobre las transacciones de bienes físicos

Las nuevas tecnologías también están facilitando la sustitución de lo real por lo virtual en el ámbito del comercio minorista. Pero en este caso no se trata de la “virtualización” de los productos vendidos, sino que ésta afecta a la tienda como tal.  En efecto, la posibilidad de compra por internet está generando un incipiente desplazamiento del comercio tradicional: la página de internet esencialmente sustituye a la “tienda de toda la vida”, abasteciendo al cliente directamente desde los almacenes y haciendo redundante el local comercial. Un proceso que parece estar adquiriendo velocidad de crucero (sobre todo en EEUU) en años recientes. El resultado último es un menor precio de los locales comerciales, y consecuentemente una menor demanda inducida para el sector construcción.

Por otra parte, los avances en las tecnologías de la información han permitido, a través de plataformas basadas en internet, un mejor uso del capital físico (y en general del stock de bienes) disponible, limitando la necesidad de inversión adicional: piénsese en Zipcar (o Uber) y su impacto en la demanda de automóviles, Ebay y las posibilidades de reciclar bienes de segunda mano, o Airbnb y su impacto en la construcción de nuevos hoteles. El hilo conductor es en todos estos casos el mismo: la tecnología permite una intensidad superior de uso de los bienes existentes, que soslaya la necesidad de producir bienes nuevos.

  1. Impacto del mayor volumen de información sobre las pautas de compra del consumidor

Por último, y de manera algo más especulativa, parece plausible que el ingente volumen de información disponible en internet esté cambiando los perfiles de compra de los consumidores, sobre todo los de renta más alta. En efecto, en la época pre-internet, lo habitual era que conforme el consumidor elevaba su nivel de renta, fuese progresando hacia marcas “mejores” o al menos más caras; la marca transmitía una información y tendía a asegurar unos estándares mínimos de calidad.

Hoy día, una parte relevante de esa información puede conseguirse gratuitamente por internet, y confirma que en no pocas ocasiones las marcas baratas o blancas son de calidad intrínseca comparable a las marcas más caras, siendo las diferencias de precio atribuibles a los mayores márgenes de estas, o sus mayores costes de marketing o envasado; de hecho, no es infrecuente que se trate literalmente del mismo producto vendido bajo envasados diferentes. Esto está contribuyendo a que el consumidor de renta alta no “progrese” en la misma medida hacia marcas más caras conforme aumenta su nivel de renta, sino que tienda a mantenerse en marcas más económicas o marcas blancas de calidad comparable (ver por ejemplo la noticia sobre este estudio, que confirma una propensión a comprar marca blanca muy similar entre los estratos socioeconómicos de renta alta y baja –algo impensable hace veinte o treinta años).

En definitiva, la mayor información habría restado a los fabricantes de producto de gama alta parte de su poder de cargar precios altos por productos de calidad media, amparados en su marca. En términos puramente keynesianos, el impacto macro sería un lastre para la demanda, dado que los consumidores de renta alta típicamente dedicarán a consumo sólo una parte de la renta que hayan dejado de gastar en estos bienes.

  1. Efectos de segundo orden: la inversión “tradicional” vs la inversión en TIC

Pero no hay que pensar solamente en los efectos inmediatos sobre la demanda sino también en los efectos de segundo orden. A estos efectos, es útil recuperar (ver últimos párrafos de esta entrada anterior) la comparación de las recientes innovaciones TIC con las propias de la segunda revolución industrial (motor de combustión, ferrocarril, electrificación, conducciones de agua potable y el saneamiento etc). Estas últimas eran innovaciones cuyo despliegue produjo un importante arrastre industrial y en ocasiones eslabonamientos también hacia adelante; generaban además con frecuencia una necesidad de ocupación de espacio físico (raíles para el ferrocarril, garajes para el automóvil, instalaciones industriales para la producción de los insumos necesarios etc) y una importante demanda de factor trabajo.

Las innovaciones más recientes tienen una naturaleza muy distinta: la inversión para ponerlas en marcha suele requerir dosis reducidas de materiales y grandes cantidades de conocimiento (capital humano [mano de obra muy cualificada], royalties por uso de conocimiento patentado etc.), y suele ahorrar espacio físico más que requerirlo; tiene, por tanto, una “huella” física mucho más reducida.

Obsérvese la diferencia desde el punto de vista macroeconómico: la inversión típica de la segunda revolución industrial (ferrocarril) movilizaba inmediatamente grandes volúmenes de insumos físicos, generando efectos de segundo orden sobre la actividad económica vía multiplicador; por contra, la inversión típica de la revolución tecnológica demanda muy pocos materiales y se traduce sobre todo en retribución del conocimiento –así, su impacto de segundo orden sobre la actividad económica es notablemente menor, dependiendo de la propensión al gasto de las personas o empresas que reciben esa retribución.

En suma, el impacto depresor de la demanda generado por las nuevas tecnologías parece difícilmente discutible. Básicamente, y en términos muy simplistas, éstas están cortocircuitando el proceso económico tradicional por el que según las personas prosperaban, iban acumulando cada vez más bienes, cada vez más caros, reciclando la renta que recibían y alimentando vía demanda el motor de la economía (y el empleo).

1 comentario a “Apuntes sobre estancamiento secular (IV): Factores depresores de la demanda: los avances tecnológicos

  1. José Antonio
    20/06/2017 de 08:40

    Gracias por la entrada, Luis

    Muy interesante tu reflexión sobre los limitados efectos de segunda ronda de este modelo crecientemente desmaterializado.

    Luis Riestra tiene publicados en macromatters varios articulos donde analiza los ciclos largos de Kondratieff y en su opinión nos encontramos en los últimos estertores del ciclo de la electrónica que se inició en los años 50. Es esta una fase, como en las anteriores ocasiones documentadas, en la que la deflación es norma y el desarrollo de la actividad empresarial es tan sencillo de poner en marcha (sobran recursos disponibles de todo tipo) como difícil de rentabilizar

    No descarta que entremos en estado estacionario, aunque ya va siendo hora, atendiendo a la periodicidad histórica de los ciclos largos, de que una tecnología revolucionaria lance un nuevo ciclo largo. Eso sí, con base industrial.

    Tiene su lógica. Imaginemos un nuevo material de construcción con propiedades extraordinarias, transmisión wifi de la electricidad… avances de ese tipo que obliguen a sustituir (y no sólo a utilizar más eficientemente los bienes) un enorme abanico de bienes de consumo y de capital…

    Tal vez hayas ya reflexionado sobre estas cuestiones al documentarte para preparar las entradas sobre el estancamiento secular.

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