La Unión Monetaria Europea no ha satisfecho hasta el momento la expectativa de prosperidad con la que se creó. Los últimos años han ampliado la brecha entre un grupo de países que parecen estar muy cerca del objetivo del empleo digno y otro grupo donde el paro, la precariedad y los recortes han hecho estragos. Es fácil caer en la tentación de explicar esta divergencia en clave solo de la calidad de las políticas y de las instituciones nacionales. Pero desde que pusimos en común la moneda, los países del euro formamos un área macroeconómica, de manera que solo desde el conjunto se puede atisbar el camino hacia el Empleo Digno Universal. Que pasa por corregir el pecado original de la política macroeconómica del euro, invertir más y mejor en políticas activas de empleo y profundizar el modelo de flexibilidad negociada pero reforzando la posición y la capacidad de decisión de los trabajadores.
Según una opinión bastante extendida entre economistas de distinto signo, el euro está huérfano de una política fiscal común. Sin ella, la demanda agregada es insuficiente, atrapando a la economía en un equilibrio con bajo empleo y paro involuntario. Pero quizá nos estamos equivocando de pieza. Cuando golpeó la primera fase de la crisis financiera global en 2008-2009, la zona euro aplicó una política fiscal expansiva de alrededor de un punto del PIB anual.
¿Cuándo comenzaron los problemas de verdad en la zona euro? En los primeros meses de 2010, cuando la crisis fiscal griega (cuya economía suponía menos del 3% del área) dislocó el funcionamiento de los mercados de deuda pública. ¿Cuándo se puso fin al calvario económico de 2010-2013? El día que el Consejo de Gobierno del BCE decidió amenazar al mercado con intervenir para estabilizar los mercados de deuda pública. La mayor plaga destructora de empleo en la zona euro no ha sido la austeridad, sino la inestabilidad financiera derivada de permitir que los valores de deuda pública de varios Estados Miembros mutaran en activos con riesgo de crédito (aquí lo explico con más detalle).
La primera prioridad para acercarse al pleno empleo es vacunarse frente a la inestabilidad endógena. El propio Minsky ya advertía de que la fortaleza de la estructura financiera de una economía depende de la calidad del mejor activo disponible a corto plazo, que es la deuda pública. La zona euro necesita un activo común de deuda pública. La euro-deuda es imprescindible para asegurar que la política monetaria única funcione de manera uniforme y sea inmune a las oscilaciones caprichosas de los mercados financieros.
Se puede hacer como siempre se han hecho los avances en la construcción europea: poniendo en común políticas de interés mutuo con fórmulas pragmáticas. Se han avanzado varias (desde el bono rojo/bono azul, a las Euroletras, o los bonos de estabilidad) que comparten el mismo principio: se crea una agencia del tesoro del euro que emite una parte de la deuda de los Estados Miembros, que es senior respecto al resto de la deuda nacional, que queda como subordinada a la deuda común.
Bajarían los costes de emisión para casi todos los soberanos, los bancos tendrían un activo sin riesgo y sin vinculación con un sistema bancario nacional para invertir y, sobre todo, nunca más tendrían los miembros del euro que verse forzados a asumir un brusco racionamiento financiero que les obligue a auto-infligirse una depresión combinando colapso financiero y drástica contracción fiscal.
La segunda vía para llegar al Empleo Digno Universal es redoblar los esfuerzos para acortar lo más posible el tiempo que tarda un parado en encontrar un nuevo empleo, actuando sobre las capacidades, los costes de transacción y los incentivos. En países como España se trata de una necesidad acuciante, pues el aumento del paro de larga duración (ver gráfico) genera un riesgo de pérdida de capital humano que puede hacer permanentes muchos de los efectos de la crisis de empleo. Y hay que empezar por invertir recursos suficientes en servicios de orientación y búsqueda, así como en medidas de activación (formación, apoyo a la creación de empresas). Según Eurostat, en 2014 España gastó 0,54% del PIB en políticas activas e Italia dedicó 0,34% del PIB, mientras Dinamarca llegaba al 1,95%; sin embargo ese mismo año España gastó un punto más del PIB que Dinamarca en prestaciones por desempleo. A largo plazo, trae cuenta gastar en políticas activas.
Pero no solo es cuestión de dinero. Hay que aprender a seleccionar los mejores instrumentos aprendiendo de lo que funciona en otros países y sometiendo las políticas a evaluación sistemática. Tanto Bredgaard (2015) como Herrarte y Sáez (2015) señalan que la evidencia empírica apunta a que las medidas de formación y de ayuda a la búsqueda suelen ser las más eficaces, mientras que los programas de empleo público directo no han funcionado bien. Quizá antes de considerar posibles programas ad hoc, se podría empezar por una política más modesta, que evite que el sector público destruya empleo en periodos recesivos.
En tercer lugar, hay que fortalecer la posición negociadora y la capacidad de decisión de todos los trabajadores frente a los nuevos retos (y oportunidades) de la digitalización y la automatización. Los sindicatos seguirán siendo esenciales en este esfuerzo, pero hay que ir más allá. No se puede limitar el empleo digno a las grandes empresas y a la administración, en un entorno en el que crece la temporalidad, el empleo a tiempo parcial y los trabajadores pobres (recomiendo la radiografía del Benchmarking Working Europe, 2017). Tampoco se puede seguir sosteniendo que los costes de despido, en particular cuando son altos e inciertos, son un instrumento de protección eficaz.
El Libro Blanco sobre el futuro del trabajo publicado en noviembre de 2016 por el Ministerio de Empleo alemán puede ser una excelente fuente de inspiración, de la que destacaríamos dos ideas.
La primera es la importancia de la negociación colectiva y de la participación de los trabajadores en los órganos de supervisión de la gestión de las empresas (siguiendo el esquema de co-determinación) para seguir haciendo compatible el progreso económico con la dignidad del empleo. Es un pilar esencial del modelo de economía social de mercado alemán, que haríamos bien en tratar de emular en el resto del área. Recordemos que España está en el último lugar entre la UE-28 en el índice que mide la participación de los trabajadores en la empresa.
La segunda idea es la creación de cuentas individuales de formación y de gestión del tiempo para los trabajadores a lo largo de su vida. Se trataría de crear nuevos derechos que permitieran a cada trabajador disponer de capacidad para dedicar tiempo a la formación y para gestionar mejor su tiempo de trabajo a lo largo de su vida laboral. Sería una forma de generalizar la lógica de la mochila austríaca, que convierte parte de la cotización por desempleo en un fondo acumulable que se puede usar para formación, protegerse del paro o para la jubilación.
Recapitulando: sí se puede llegar al Empleo Digno Universal en la zona euro si se apuesta de manera decidida por las políticas macroeconómicas anti-cíclicas (con creación gradual de deuda común), las políticas activas y la flexibilidad negociada con más participación y mayores posibilidades de elección de los trabajadores.