El filósofo Stephen M. Gardiner explica magistralmente en su ensayo “La tormenta moral perfecta” cómo el cambio climático es seguramente el problema más complejo y más grave al que nos enfrentamos como Humanidad. El más complejo, porque impacta prácticamente a todas las disciplinas y pilares de nuestra sociedad. Desde nuestra propia seguridad física o psicológica hasta la política o la economía, todo cobra una nueva dimensión bajo el prisma del calentamiento global. Y el más grave porque está en juego nuestra propia supervivencia como especie. Además, la urgencia por mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero causantes del cambio climático, así como la necesidad de incorporar medidas para adaptarnos a sus impactos, tienen ambas profundas connotaciones éticas que añaden complejidad al problema.
Intentar reducir el incremento de las temperaturas globales es el único objetivo de la conferencia de países (en inglés, UNFCCC Conference of Parties, COP) de Naciones Unidas que se dan cita anualmente para cerrar nuevos acuerdos globales en la lucha contra el cambio climático. En estas citas se resumen meses enteros de negociaciones en grupos de trabajo específicos y expertos, que ponen en común sus propuestas de acuerdo y que son sopesadas palabra por palabra en el acuerdo final. La última de estas conferencias, la COP28 por ser la vigésimo octava ocasión que se reúne, se terminó hace unos días en Dubái, Emiratos Árabes Unidos. La COP reúne no sólo a las delegaciones de los países negociadores, sino cada vez en mayor número, representantes de la sociedad civil y empresarial de todos los sectores económicos y sociales que buscan presionar a los negociadores para alcanzar compromisos cada vez más ambiciosos.
Pese a que la selección de Dubái como sede de la COP28, posiblemente el enclave con mayor huella de carbono por consumo de combustibles fósiles del planeta, hacía dudar de si se alcanzaría o no acuerdo alguno, el primer día de la cumbre ya se alcanzó un acuerdo histórico para crear un fondo para compensar las pérdidas y daños ocasionados por los impactos del cambio climático en los países más frágiles y vulnerables. Aunque falta por acordar cómo se concretará su funcionamiento, es un avance. Este anuncio vino acompañado de otros compromisos fuera de la agenda de las negociaciones, como por ejemplo el de triplicar la capacidad instalada de energías renovable en el mundo o duplicar los ahorros por medidas de eficiencia energética de aquí a 2030 y otros anuncios sobre la transformación de las cadenas de valor en alimentación (responsables del 20% de las emisiones globales) o en materia de salud, medioambiente y diversidad.
En la agenda oficial de la COP28 se revisaba la ejecución de los planes de descarbonización que los países han ido presentando a Naciones Unidas para dar cumplimiento al objetivo de mantener la subida de temperatura global por debajo de 2⁰C, tal y como acordado en 2015 en París. Aunque colectivamente se ha conseguido frenar el incremento de emisiones, estamos aún lejos de reducirlas. De ahí que el acuerdo final firmado haya incluido, después de mucho tira y afloja, un llamamiento a los países a iniciar una transición para alejarse de los combustibles fósiles en sus sistemas energéticos. Esta terminología se ha celebrado como un gran avance, pues por primera vez se pone a los combustibles fósiles en el centro de la discusión y se reconoce la necesidad de abandonar su consumo en un acuerdo final. Sin embargo, deja fuera sectores importantes como es el del transporte o industria y la terminología resulta excesivamente vaga e inconclusa, sin medidas específicas para iniciar esa transición. Tal vez por ello, el acuerdo incluye la obligación de presentar una nueva ronda de planes de descarbonización nacionales que vuelva a colocarnos en la senda correcta y que se revisarán en la COP30, es decir, dentro de dos años.
En la COP28 se acordó también establecer un marco para incrementar la financiación destinada a adaptación al cambio climático, con el objetivo de duplicar esa financiación de aquí al 2025. Se pide a los países que, por su lado, incorporen análisis de riesgo climático en todos sus planes de inversión. Y también se reconoce, con múltiples referencias a lo largo del texto final, la necesidad de asegurar una transición socialmente justa para todos los colectivos, en particular los más afectados y vulnerables.
Otro avance en el acuerdo alcanzado en Dubái, es el énfasis que se concede a la importancia de conservar, proteger y restaurar la naturaleza y los ecosistemas para lograr el objetivo de temperatura del acuerdo de París. Incluye referencias a la necesidad de detener y revertir la deforestación y la degradación forestal para 2030, y otros ecosistemas terrestres y marinos que actúan como sumideros de gases de efecto invernadero.
El problema de los acuerdos de Naciones Unidas alcanzados en estas cumbres es que, pese a ser legalmente vinculantes, no existen suficientes mecanismos de ejecución que obliguen a su cumplimiento. Aunque se hayan conseguido algunos avances en el texto del acuerdo, se va a necesitar progresar en energías renovables, reducir su coste y desarrollar nuevas tecnologías que nos permitan esta urgente transición. En ese sentido, si algo bueno se puede extraer de esta última COP28 es el creciente interés que genera más allá de la agenda oficial de las negociaciones. Pese a las críticas por el elevado número de asistentes (cerca de 70.000 acreditaciones en total este año, por debajo del número de asistentes al último World Mobile Congress de Barcelona y parecido a la media de 74.000 asistentes por concierto de Taylor Swift, actualmente en su gira mundial “The Eras Tour” con 146 conciertos programados en los cinco continente) y la huella de carbono que generan, la COP de Naciones Unidas se perfila como el evento climático internacional más importante del año. Al facilitar el encuentro de altos mandatarios con presidentes de compañías líderes en la lucha contra el cambio climático, emprendedores y expertos en todos los sectores, la COP se está transformando en una Expo Climática donde las empresas se reúnen y debaten sobre la transición y alcanzan alianzas estratégicas para seguir avanzando en soluciones de descarbonización.
Puede que sea esta combinación de cacofonía de mensajes y reclamos políticos, por un lado, y el hervidero de creatividad e iniciativas empresariales, por otro, la que alimente el dinamismo necesario para progresar adecuadamente en la lucha contra el cambio climático.