Donald Trump ha advertido a los países miembros del BRICS+ ─el foro de países emergentes formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y al que sumaron en enero de 2024 Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán─, que les impondrá aranceles del 100% si crean una nueva moneda o se atreven a respaldar una moneda que no sea el dólar. La idea de los BRICS de crear una moneda conjunta no es nueva, fue propuesta en la cumbre de 2022 de Beijing (en forma de cesta de monedas), pero no ha habido ningún avance desde entonces. En su mensaje en las redes, Trump afirmó que quien quiera “reemplazar al poderoso dólar estadounidense” tendrá que “decir adiós a vender en la maravillosa economía de los Estados Unidos”, que “pueden ir buscándose otro pringado” y que “no hay ninguna posibilidad de que los BRICS reemplacen al dólar estadounidense en el comercio internacional”. Si el dólar pudiera hablar, seguramente diría: “con amigos como este, no necesito enemigos”.
Y es que esa declaración es absurda, porque es una amenaza innecesaria: todos los países usan el dólar de forma voluntaria por motivos puramente prácticos, de modo que no hace ninguna falta convencerles de que lo sigan haciendo. Más allá de lo curioso de que solo hable de reemplazar al dólar “en el comercio internacional” (y cuando Trump habla de comercio, solo incluye las mercancías, nunca los servicios) y de que no mencione los mercados financieros, principal fuente de demanda de dólares y clave de su predominio, la realidad que, por una vez y sin que sirva de precedente, cuando dice que “no hay ninguna posibilidad de que los BRICS reemplacen al dólar estadounidense en el comercio internacional”, tiene razón.
Ni en el comercio, ni en las finanzas, porque el predominio del dólar en ambos mercados internacionales es indiscutible. Según el Banco Internacional de Pagos de Basilea, el dólar y el euro siguen siendo claramente las monedas dominantes a nivel internacional, superando ampliamente su participación en el PIB y en el comercio mundiales. Hoy el dólar supone más del 50% de la facturación comercial, el 50% de las reservas internacionales, el 40% de la deuda externa, el 60% del crédito bancario internacional, el 45% de los bonos internacionales, el 50% de la negociación de derivados sobre tipos de interés, el 80% de las transacciones en los mercados de divisas y el 50% de las transacciones SWIFT. El euro le sigue, pero de lejos (superando el 30% solo en comercio, deuda, bonos, derivados y divisas) y las restantes monedas no alcanzan a suponer el 5% de ninguna de esas categorías (con la única excepción del yen, que supone el 15% de las transacciones en los mercados de divisas).
En ese escenario, es muy improbable que los intentos de cambiar el estatus en un supuesto nuevo orden mundial tengan éxito. Quien diga que el yuan chino (que ni siquiera es plenamente convertible) pueda algún día reemplazar al dólar es que no entiende bien el papel de la demanda de divisas, en el que no solo tecnología y los servicios, sino la amplitud y profundidad de los mercados financieros hacen que la demanda de dólares (y, secundariamente, de euros) no tenga parangón con la de otras monedas. También se equivoca quien piense que, si un día China decide vender toda su deuda en dólares, hundiría a Estados Unidos (o a su moneda), como si la Reserva Federal no tuviese potencia suficiente para comprarla y esterilizar la inyección de liquidez.
Esto no quiere decir, por supuesto, que China, Rusia, u otras potencias no intenten reducir el peso del dólar o del euro, o potenciar sistema de pagos alternativos. Precisamente por eso no se entiende muy bien el apoyo de Trump y de personas de su entorno (empezando por el vicepresidente electo, J.D. Vance) a las criptomonedas, alentando con sus declaraciones a la inversión de minoristas. Cuando los principales bancos centrales y reguladores financieros de todo el mundo intentan controlar una tecnología asociada con la volatilidad y con las transacciones delictivas y que, de ser ampliamente adoptada, podría reducir la efectividad de sus políticas monetarias, resulta un poco absurdo que el próximo presidente de Estados Unidos defienda al dólar con la mano derecha mientras lo ataca con la mano izquierda.
Por otro lado, amenazar con aranceles a los BRICS no parece una idea muy inteligente, y ni siquiera práctica. No tendrían ningún impacto en Rusia, ya que ahora mismo apenas tiene comercio directo con Estados Unidos. Con Brasil ya tiene un importante superávit comercial, y si impusiera aranceles sobre la India, la alejaría como socio estadounidense y haría peligrar su supuesto atractivo como sustituto de China. Enajenar a Egipto (cuya estabilidad es clave para Oriente Medio) o a Emiratos tampoco parece buena idea. Un arancel del 100% sobre los productos chinos, sin embargo, sí que tendría un importante impacto bilateral y mundial, pero encarecería enormemente tanto sus inputs industriales como muchos productos ensamblados en China y hoy alegremente importados por el consumidor estadounidense (nadie querrá comprar un iPhone si hay que pagar 400 dólares más).
En cualquier caso, el mayor problema de la amenaza de Trump es su mensaje subyacente: su miedo a que el dólar no sea tan fuerte como todo el mundo piensa, un mensaje que no le va a gustar a los mercados. En última instancia, el peligro económico para Trump no va a venir de una moneda de los BRICS+, sino de su propia política económica, claramente inflacionista (con bajada de impuestos, subida de aranceles, escasez de mano de obra por el control de la inmigración), así como de sus intentos de debilitar a la Reserva Federal en un contexto de alta deuda. Quién sabe, quizás Trump termine siendo el peor enemigo del dólar que tanto dice defender.