Año nuevo, Brexit viejo. Después del referéndum de 2016, todo el mundo pensaba que, si al final el Reino Unido abandonaba la Unión Europea, habría un poco de caos. Pero ni los más pesimistas contemplaban un escenario tan volátil y caótico como el que se presenta en enero de 2019, a menos de tres meses de la salida formal.
Si el Brexit hubiera seguido desde el principio un guion lógico –si es que cabe hablar de lógica en abandonar la UE para ganar soberanía económica–, a partir de junio de 2016 el Reino Unido habría debatido internamente, con el apoyo de expertos, un modelo de nueva relación con la UE, siguiendo alguno de los esquemas existentes (principalmente los modelos Noruega o Canadá). En ese debate se habrían puesto de manifiesto todos los problemas técnicos o políticos, como el de la frontera entre las dos Irlandas, y probablemente habría desembocado en la necesidad de un modelo determinado. Entonces, y solo entonces, el Reino Unido debería haber invocado el Artículo 50 del Tratado de la Unión Europea para comenzar con la UE la negociación de un Acuerdo de Salida, que habría sido muy rápido; aprobado este, se habría negociado un segundo Acuerdo de Relación Definitiva basado en el modelo elegido, y sobre el que la Comisión ya habría ido preparando un borrador.
Pero el teatro del Brexit se ha desarrollado con un pésimo guion improvisado y con mediocres actores. Se hizo todo al revés: sin saber cuál era el modelo final por el que se quería optar, se invocó a toda prisa el Artículo 50, por lo que el reloj de salida comenzó a correr su plazo máximo de dos años. Se nombró ministro del Brexit al ignaro David Davis, que por no saber no sabía ni que la Comisión tiene competencia exclusiva en la negociación de acuerdos comerciales (y se vanagloriaba de que, una vez fuera de la Unión, lo primero que haría sería negociar un acuerdo comercial… con Alemania). El Acuerdo de Salida, que debería haber sido un mero trámite, se convirtió en una pesadilla, porque fue durante su negociación cuando se pusieron de manifiesto restricciones importantes que deberían haberse afrontado antes –como el problema de Irlanda– o se generaron escenarios preocupantes –como el régimen por defecto en caso de falta de Acuerdo de Relación Definitiva–. Si no fuera un drama, parecería una comedia.
Y es que, cuando el legislador europeo redactó el Artículo 50, probablemente pensaba en un país serio que, si un día decidía abandonar la Unión Europea, lo haría de forma meditada, y para el que dos años serían un plazo más que razonable para cerrar ambos acuerdos: el Acuerdo de Salida y el Acuerdo de Relación Definitiva.
Ahora mismo lo único que tenemos es un Acuerdo de Salida mal cerrado, que en principio se someterá a votación en el Parlamento británico en la semana del 14 de enero. Si finalmente se aprueba, el 30 de marzo el Reino Unido dejará formalmente de ser miembro de la UE, pero a efectos económicos prácticamente nada variará durante los años que dure el período transitorio, mientras se negocia el Acuerdo de Relación Definitiva.
Conviene recordar en este punto que, si este Acuerdo de Salida prevé un período transitorio hasta el 31 de diciembre de 2020 o de 2022 –en el que el Reino Unido perderá sus derechos políticos, pero mantendrá sus privilegios económicos–, es porque los europeos han concedido un período de gracia para negociar el Acuerdo de Relación Definitiva. El período transitorio no es pues un derecho: es una concesión que desaparecería en el caso de no aprobarse el Acuerdo de Salida. En ausencia de este, en el 30 de marzo el Reino Unido perdería todos sus derechos políticos y económicos en relación con la Unión Europea, y pasaría directamente a ser un país tercero, sin acuerdo preferencial de ningún tipo, con sus productos sujetos a inspección, y con frontera con todo país europeo (incluida una entre las dos Irlandas).
Además, dados los plazos, el rechazo por el Parlamento al Acuerdo de Salida no solo va a dejar la relación futura entre la UE y el Reino Unido con la espada de Damocles de la fecha del 30 de marzo, sino también en un peligrosísimo limbo jurídico. Y eso es así porque la decisión de lo que ocurra entonces ya no solo dependerá del propio Parlamento, sino que, debido a las restricciones de tiempo, deberá contar necesariamente con la aquiescencia de la UE, ya que una posible prórroga de la salida formal más allá del 30 de marzo (es decir, del plazo de dos años impuesto por el Artículo 50) exige la unanimidad de los Estados miembros.
¿Cuáles son los posibles escenarios en caso de no aprobación por el Parlamento?
El primer escenario es que el Parlamento insista, con británica tozudez, en la necesidad de renegociar un nuevo Acuerdo de Salida. Más allá de que la UE ha rechazado ya esa posibilidad, o de que, según las encuestas, el 60% de los británicos piensa que ningún líder va a lograr un mejor acuerdo (cifra que sube hasta el 68% si ese líder es Corbyn), el planteamiento es absurdo. Como hemos señalado, lo negociado hasta ahora es un mero Acuerdo de Salida, un acuerdo marco, básico, compatible con prácticamente cualquier Acuerdo de Relación Definitiva. La discusión de última hora sobre el alcance de la salvaguardia de Irlanda no tiene sentido: la salvaguardia o “backstop” no es más que una especie de relación económica mínima en el improbable caso de que no hubiera Acuerdo de Relación Definitiva, para garantizar la ausencia de frontera entre las dos Irlandas; un régimen por defecto, en suma. Hablar de poder suprimirlo sin imponer una frontera es simplemente imposible desde el punto de vista técnico y, además, un régimen por defecto no se puede eliminar sin otro régimen por defecto que lo sustituya. Renegociar, pues, no tiene sentido. Ese escenario desembocaría necesariamente en una salida sin acuerdo.
El segundo escenario es que May se vea forzada a la convocatoria de elecciones. Pero ya no hay tiempo para que se celebren antes del 30 de marzo, por lo que la UE debería prorrogar esa fecha. Sin embargo, no ganaría nada con ello, ya que, mientras conservadores y laboristas sigan peleándose por el modelo de Brexit, pero empeñados en llevarlo a cabo, la incertidumbre estaría garantizada cualquiera que fuese el resultado de las elecciones. Tan solo cabría la posibilidad de que la UE estudiase una prórroga si los laboristas ofrecieran, en caso de ganar, un referéndum que diera a los ciudadanos la opción de permanecer en la UE. No es imposible, pero no parece que Corbyn vaya por ese camino (en claro contraste con muchos laboristas). Una moción de censura de los laboristas no parece que pueda triunfar sin el apoyo de los unionistas del DUP, y tampoco resolvería nada, por el mismo motivo.
Eso nos lleva al tercer escenario, que sería la posibilidad de que se celebrara un referéndum. La consulta popular tiene sentido por dos motivos: por las mentiras e indefinición del primer referéndum, y por el hecho de que este no sería una repetición del primero, sino una ratificación o no del Acuerdo de Salida alcanzado. Pero, como tampoco hay tiempo para dicha consulta, todo dependerá, una vez más, de que la UE decida unánimemente admitir una prórroga del Artículo 50. Esta solo tendría sentido si, además de dar a los británicos la opción de aceptar el Acuerdo de Salida de May, se ofreciera también la opción de permanecer en la UE. De no ser así, la incertidumbre tampoco se resolvería. Ahora bien, los defensores del Brexit –como bien sabe May– no tienen muchos incentivos para aceptar un referéndum que opte entre el Acuerdo de Salida actual y permanecer en la UE, porque, aunque el actual acuerdo no les satisfaga, la opción de la permanencia les resultaría aún más inaceptable. De modo que, en la lógica de un defensor del Brexit, sería mejor aceptar el acuerdo de May.
Fuera máscaras, pues. Estos son los escenarios posibles. Teniendo en cuenta que hasta los conservadores admiten que una salida sin acuerdo tendría unos costes económicos brutales, y pese a que habría motivos para justificar un segundo referéndum –y resulta improbable la retirada unilateral del Artículo 50 sin consultar a la población–, si el Brexit ahora siguiera un guion razonable, la opción más lógica sería que Parlamento aprobara –aun a desgana– el Acuerdo de Salida de May. Simplemente, porque las alternativas son una salida radical sin acuerdo que nadie quiere –y las empresas temen–, o la única opción que los Estados miembros podrían aceptar para demorar la fecha: un referéndum con la opción de permanecer en la UE, tan clarificador como arriesgado para los brexiters.
Pero, insisto, eso sería si siguiera un guion razonable. En el mediocre teatro del Brexit no hay que descartar tampoco un deus ex machina que ofrezca un giro inesperado en el último momento.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)