En tiempos de posverdad, neoproteccionismo y neopopulismo resultan imprescindibles los libros que aporten ideas, explicaciones y datos contrastables al debate sobre la globalización. The Great Convergence: Information Technology and the New Globalization, de Richard Baldwin (Harvard University Press, noviembre de 2016; no existe aún edición en español), es por suerte uno de ellos, y además uno de los mejores que se han escrito sobre el tema en los últimos años. No es de extrañar por tanto que haya sido seleccionado como uno de los libros del año 2016 por el Economist y por el Financial Times.
Baldwin, Profesor de Economía Internacional en el Graduate Institute de Ginebra, director del CEPR y fundador y editor de VoxEU.org, hace en su libro una taxonomía y análisis de las distintas fases de globalización y desarrollo que ha vivido la historia económica mundial, marcadas por las distintas revoluciones que tal nombre merecen: la de la Agricultura en el 10.000 a.C., la Industrial (desencadenada por la máquina del vapor) a partir de principios del siglo XIX, la de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) a finales del siglo XX y la de la Telerobótica y Telepresencia, que está al caer. Tres son los costes relevantes que según Baldwin han ido cayendo respectivamente en cada fase: los del movimiento de mercancías en la Revolución Industrial, los del movimiento de ideas en la Revolución de las TIC y los del movimiento de personas (en el sentido que veremos más adelante) en la de la Telerobótica.
Tras una apasionante revisión histórica de los albores de la globalización y de la Revolución Agrícola y sus efectos, el libro analiza la Revolución Industrial, en la que se produce una gran expansión del comercio de mercancías, basado en ventajas comparativas que actúan a nivel de país-sector, e impulsado por la caída de los costes de transporte y por la liberalización comercial de los países desarrollados (a excepción de los productos agrícolas) en sucesivas rondas del GATT. La consecuencia fundamental es un impulso del crecimiento y de la renta de los países ahora desarrollados (representados por el G7), a costa del resto: los países en desarrollo, especialmente de Oriente Medio y Asia (China, hasta entonces líder, se queda atrás en la revolución industrial) y África. Es el período de la “Gran Divergencia” entre los denominados países del Norte y del Sur, con un fuerte comercio intraindustrial Norte-Norte e interindustrial Norte-Sur. Los ganadores de esta fase de la globalización son los trabajadores del Norte y los perdedores los trabajadores del Sur.
La Revolución de las TIC supone un cambio en las reglas del juego: el crecimiento del comercio ya no es tan dramático, y actúa a nivel de producto-empresa a través de la desagregación e internacionalización de la cadena de valor. Ya no son tanto los sectores (y por tanto los países) los que se internacionalizan, sino las empresas, que externalizan las fases más trabajo-intensivas de su cadena de valor hacia países con menores salarios (reservándose el valor añadido de las fases previa y posterior a la fabricación, como ya mencionamos aquí). Esta externalización es ahora posible porque las TIC permiten la transmisión del conocimiento (las ideas) y la coordinación de distintas actividades simultáneamente. Las ventajas comparativas dejan entonces de ser estáticas y operar a nivel de país (como las ricardianas) para ser dinámicas (y por tanto acumulativas) y operar a nivel de empresa. En este período los países en desarrollo aprovechan para liberalizar su comercio, que pasa a ser intraindustrial Norte-Sur, y sus inversiones para atraer la fase de fabricación de las empresas multinacionales. Pero a no todos les va bien: los costes del movimiento de personas, entendidos como la parte de los servicios no comercializables y la necesidad de cierta dirección coordinada y presencial en destino (un directivo no puede andar viajando a decenas de países) hace que las externalizaciones no se extiendan por todo el mundo, sino que se polaricen en ciertas regiones o “factorías” mundiales, la mayoría en Asia (los I-6: China, Corea, India, Polonia, Indonesia y Tailandia absorben toda la caída del G7) y en menor medida Polonia y México.
Los ganadores de esta globalización ya son más variados: en el G7 los trabajadores cualificados y los no cualificados de segmentos de la cadena no externalizados, y en el resto del mundo los trabajadores de las factorías mundiales. Los perdedores son ahora los trabajadores no cualificados del G7, que han visto reducir su renta a costa de la nueva clase media mundial asiática (como vimos en este post) aunque favoreciendo una reducción de la pobreza mundial (como vimos en este otro) y la denominada “Gran Convergencia” entre Norte y Sur (que da título a este libro). Dichos perdedores, sin embargo, albergan el germen del neoproteccionismo y –merced a una irresponsable clase política– el neopopulismo actuales, exacerbados tras la Gran Recesión. También pierden los trabajadores de países en desarrollo que no han conseguido atraer segmentos de la cadena de valor. Señala con acierto Baldwin, sin embargo, que este proceso no tiene ya vuelta atrás: el proteccionismo arancelario à la Trump no es más que una solución del siglo pasado aplicada a problemas de éste: las empresas no se externalizan por maldad, sino para sobrevivir en un mundo competitivo. Desde luego, el comercio internacional ya no va a ser necesariamente beneficioso como antes, pero el proteccionismo seguro que va a seguir siendo nefasto.
La globalización que viene (que sería la Novísima Globalización, aunque el autor no la bautice) va a ser la de la telerobótica y la telepresencia, que elimina el coste que quedaba, el de mover personas y servicios no comercializables. Los directivos con altos costes de oportunidad ya no tendrán que viajar tanto porque la realidad virtual permitirá un contacto cara a cara casi igual al personal, y desde países en desarrollo con menores salarios se controlarán robots en países desarrollados que no sólo limpiarán o cortarán el pelo, sino que también operarán a corazón abierto. Nadie se librará ya entonces de la globalización, y aunque muchos podrán ganar, todo el mundo podrá perder, incluidos los trabajadores menos cualificados de servicios antes no comercializables (limpiador, peluquero) y los trabajadores cualificados de servicios ahora externalizables (casi todos).
Las implicaciones y recomendaciones de política económica, por desgracia, ocupan un papel menos detallado en este libro, aunque revisten un gran interés. En la Nueva Globalización, los gobiernos ya no están en condiciones de compensar tan fácilmente a los perdedores porque ganadores y perdedores son mucho más variables, dinámicos y específicos que en la anterior Globalización. La política industrial es mucho más complicada que antes, aunque más flexible: ahora ya no es tan útil ni necesario promover la competitividad de sectores enteros como la de segmentos punteros dentro de una determinada cadena de valor. Es más fácil (ya no necesitas ser competitivo en todos los segmentos) pero más difícil (la competitividad se gana y se pierde con mucha más facilidad). En el futuro la robotización no va a ayudar a poner las cosas más fáciles: con robots e impresoras 3D dejaremos de hablar de máquinas que ayudan a los hombres a fabricar para hablar de hombres que coordinan la fabricación integral por parte de máquinas capaces de producir todas las piezas y de ensamblarlas (lo que reducirá en cierta medida la desagregación internacional de componentes, pero las empresas que relocalicen no traerán los empleos de vuelta). Los Gobiernos tendrán que ganar flexibilidad, imaginación y recursos para hacer frente a distintas fuerzas globalizadoras centrífugas y centrípetas que operan mismo tiempo.
Tan sólo hay una cosa que será indudablemente útil: hasta para manejar robots de forma eficiente es necesaria una formación. La educación de calidad, que ayudará a los trabajadores a adaptarse y a los ciudadanos a entender lo que está pasando, será quizás el recurso más valioso y menos sustituible del siglo XXI, y más vale que los gobiernos se pongan a ello cuanto antes. La Globalización, como se ha visto, no va a esperar a nadie.
Me parece un futuro maravilloso. Looking forward!