Europa ante Trump 2.0

Donald Trump será por segunda vez presidente de los Estados Unidos, tras una victoria mucho más holgada de la que preveían las encuestas. Desaparecida la ilusión tras la candidatura de Kamala Harris, la estrategia del miedo practicada por los demócratas no ha surtido efecto y los estadounidenses han optado de forma clara por lo malo conocido (procesos penales incluidos). Es hora de una profunda reflexión para el partido demócrata, que sigue pensando que la identidad garantiza el voto (cuando, por ejemplo, los hombres hispanos han votado mayoritariamente a favor de Trump) y que unos buenos datos macroeconómicos son suficientes para ilusionar a los votantes.

La semana pasada explicábamos posibles escenarios económicos en el caso de una victoria de Trump, aunque señalábamos la posibilidad de que una victoria ajustada obstaculizara la acción política. Esa opción queda descartada, ya que los republicanos han recuperado el Senado y es probable que alcancen también la mayoría en el Congreso. Si ese fuera el caso, tendríamos a un Trump 2.0 sin ningún freno ni cortapisa para ejecutar su tan ambiciosa como peligrosa agenda política. Abrochémonos, pues, los cinturones.

¿Qué cabe esperar de en esta nueva legislatura, en particular para la Unión Europea?

Por lo pronto, en cuanto a Ucrania y la relación con Rusia, Trump ha anunciado que terminaría enseguida con la guerra, pero con la salvedad de que no piensa seguir dando armas y dinero. Aunque existe la posibilidad de que Trump abandone a Ucrania a su suerte, quizás el escenario más probable es que fuerce una negociación que obligue a Zelenski a aceptar una pérdida de territorio (y luego vender el fin de la guerra como un gran logro). Dejar a Putin a sus anchas suena demasiado arriesgado, y al final este siempre podrá mostrar las ganancias territoriales como una victoria (al contrario que Zelenski). La UE, por su parte, podrá apoyar a Ucrania un tiempo, pero el dinero no basta: hacen falta armas, y para eso el concurso de Estados Unidos es crucial. El apoyo a Israel, sin embargo, está totalmente garantizado, aunque, quién sabe, quizás Trump quiera pasar a la Historia como el presidente que terminó dos guerras. En Taiwán, sin embargo, hay preocupación por la ambigüedad de Trump sobre la defensa militar de la isla, y la posibilidad de ser utilizada como moneda de cambio en una posible negociación con China. La visión de un Trump “transaccional” tiene sus ventajas, pero también sus riesgos.

En cualquier caso, y en el ámbito de la defensa, la OTAN sufrirá. Seguramente vuelva la amenaza estadounidense de abandonar la alianza si la UE no aumenta sustancialmente sus contribuciones, y esta vez será difícil procrastinar. No parece un momento sencillo para profundizar en la defensa europea conjunta, así que habrá que asumir un fuerte incremento del gasto defensivo (que, en un momento de consolidación fiscal como el actual, viene realmente mal).

Por lo que respecta a la política comercial, es pronto para saber si Trump cumplirá su promesa de establecer un arancel general adicional del 10% para todas las importaciones estadounidenses, incluidas las provenientes de la UE, y menos aún si aplicará el supuesto arancel adicional del 60% para las de China. Hacerlo no solo perjudicaría a Europa y China, sino al propio Estados Unidos, ya que de esos países proceden muchas de las importaciones necesarias para su industria exportadora. El acuerdo de libre comercio con México y Canadá será probablemente renegociado para endurecer las reglas de origen, con perjuicio tanto para Canadá como para México. Por otro lado, la UE tendrá que ir repensando el arancel al carbono (CBAM) que iba a imponer en 2026, si no quiere enfrentarse a fuertes represalias arancelarias.

En cuanto a la política energética y medioambiental, parece probable que Estados Unidos se retirará de nuevo del Acuerdo de París (lo hizo en su primera presidencia, y Biden se reincorporó en enero de 2021, inmediatamente después de tomar posesión, así que quizás sea uno de sus primeros actos simbólicos), dejando el Green Deal europeo aún más solo.

En materia de política industrial, aunque el Presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Mike Johnson, anunció que terminaría con las ayudas de la Chip Act (las que han permitido a la taiwanesa TSMC instalarse en Texas a producir semiconductores), no parece demasiado probable que deje ahora colgadas a las empresas atraídas por las ayudas (también las del IRA).

La UE también se verá afectada, aunque no lo quiera, por la política fiscal de Trump. Si este persiste en su idea de reducir impuestos, el déficit se incrementará (los aranceles no bastarán) y presionaría al alza los tipos de interés (o al menos retrasaría su bajada por la Fed), apreciando el dólar y condicionando también la política del Banco Central Europeo. En el lado positivo, al menos la amplia victoria de Trump hace difícil que el techo de deuda restablecido a partir de enero sea un problema para la estabilidad financiera mundial.

En cualquier caso, en los próximos meses oiremos hablar mucho de la necesidad de que la UE despierte de una vez, asuma que está sola ante el peligro, y profundice en la integración. Es cierto que la UE reacciona mucho mejor y más activamente cuando ha de enfrentarse a un peligro (como fue el caso el Brexit, del Covid o de la guerra de Ucrania), pero no soy excesivamente optimista. Aunque Macron, tras felicitar a Trump por su victoria, ha hablado con el canciller Scholz para trabajar “por una Europa más unida, más fuerte y más soberana” en “este nuevo contexto” (es decir, ante la victoria de Trump), no parece que la situación política ni en Francia ni en Alemania esté para demasiadas aventuras. Si a eso se une la cercanía a Trump de gobierno de Hungría y, con sus salvedades, de los de Eslovaquia e Italia, ni siquiera el más que probable impulso político de von der Leyen será suficiente. Ojalá me equivoque y no sea demasiado tarde.

 

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