El espejismo de la economía mundial

La situación de la economía mundial en los últimos meses se está caracterizando por tasas de crecimiento superiores a las previstas, un mercado laboral relativamente sólido (al menos en los países desarrollados) y una inflación que parece por fin moderarse tras la vuelta de los precios de la energía a valores normales (lo que evitaría peligrosas subidas adicionales de tipos). Siendo estas excelentes noticias, sería un error pensar que las principales amenazas que se ciernen sobre la economía mundial han desaparecido: tan solo nos hemos acostumbrado a convivir con ellas. La geopolítica, por desgracia, va a seguir marcando el guion económico durante muchos años.

Así, la incertidumbre se mantiene respecto a la guerra de Ucrania, que parece estancarse, más allá de los anuncios de contraofensivas y de sustos como la voladura de la presa de Kajovka. Rusia sigue debilitada por las sanciones, especialmente las tecnológicas, y la caída de los precios de la energía hará más difícil que financie su guerra, pero está aguantando más de lo previsto y sigue recibiendo ayuda de algunos países que juegan a dos barajas (el resultado de las elecciones turcas ha sido una buena noticia para Putin).

En el ámbito energético, el gas se mantiene por el momento en precios razonables. El almacenamiento en la UE está al 70%, y se pretende alcanzar un 90% en noviembre, aunque parte del necesario gas estadounidense se está desviando hacia Asia y generando una cierta escasez de buques metaneros de GNL. El petróleo, por debajo de 80 dólares, ha obligado a Arabia Saudí a recortar unilateralmente su producción. Por suerte, el miedo de una rápida aceleración de la demanda china que presionara al alza los precios del petróleo parece cada vez más lejano.

Mientras, Estados Unidos sigue preparándose para una posible invasión china de Taiwán, un evento que en Europa se ve (imprudentemente) como algo remoto. Taiwán tiene un triple interés para China: histórico-nacional (fue el refugio de la China rebelde de Chiang Kai-shek), geoestratégico (primera línea de islas) y económico (allí se producen los semiconductores más avanzados del mundo). En enero de 2024 Taiwán celebrará elecciones, de modo que hasta entonces China procurará adoptar una postura más suave (quizás incluso de distensión con EEUU) para dar más opciones al candidato pro-chino del KMT frente al nacionalista del DPP (actualmente en el gobierno). Las tensiones con Taiwán podrían aumentar si se produce una victoria clara del DPP o si la economía china se desacelera mucho (incentivando una acción militar que amalgame a la población en torno a su líder). Estados Unidos, por su parte, cree que, si ha de haber un conflicto, mejor no esperar a que China siga creciendo militarmente. Por otra parte, recordemos que una acción contra Taiwán no tiene por qué ser una tradicional invasión anfibia: un bloqueo comercial o energético o un ciberataque podrían ser igualmente peligrosos y generar más división internacional a la hora de definir lo que es o no un “casus belli”.

La Unión Europea, por su parte, está adoptando una postura más prudente respecto a Taiwán, pero navega en aguas muy peligrosas. Por un lado, tiende a acercarse a Estados Unidos y está dispuesta a coordinarse en aspectos de su estrategia hacia China (por ejemplo mediante controles coordinados para la inversión directa emitida, sabiendo que EEUU va a adoptar medidas en cualquier caso), favoreciendo así una cooperación en otros ámbitos (como el de los subsidios “verdes”). Por otro lado, mostrar ante China un vínculo atlántico reforzado tiene el inconveniente de que el futuro inquilino de la Casa Blanca a partir de 2024 podría tener otras ideas y dejar a la UE a la intemperie. En este contexto, la Comisión tiene intención de presentar su estrategia de Seguridad Económica, un concepto tan necesario como difuso, tan discutido por algunos Estados miembros como imprescindible en el contexto geopolítico actual. Por desgracia, el debate europeo carece de altura de miras, como si no hubiera pasado nada en el mundo en los últimos cinco años.

En todo caso, conviene tener presente que cualquier enfrentamiento entre China y Estados Unidos sería desastroso para la economía mundial, y más aún para la europea.

A medida que el paisaje geopolítico se tensa, los países se van alineando en torno a EEUU-Occidente y China-Rusia, con algunos protagonismos destacados (como el de Japón, clave en el último G7 en Hiroshima a la hora de forjar nuevas alianzas y seguridades). En el mal denominado Sur Global (una especie de modernos No Alineados), hay, por supuesto, divergencias, pero en general se verifica que los espacios de influencia que no ocupa alguna potencia son generalmente ocupados por la otra. Algunos países se diría que, más que aproximarse a China o a Rusia por verdadero interés, están lanzando mensajes para llamar la atención de EEUU y recuperar su afección: así podría interpretarse –al menos en parte– el comportamiento de Arabia Saudí (reapertura de relaciones con Irán, recepción de Maduro, acercamiento a China), o la actitud de Emiratos. Por otro lado, América Latina se enfrenta al desdén de la UE, que insiste en anunciar a bombo y platillo su Global Gateway pero al mismo tiempo se resiste a firmar un Acuerdo UE-Mercosur (renovado o no) con excusas de mal pagador.

India, por su parte, sigue queriendo constituir un liderazgo alternativo al de China dentro del denominado Sur Global, pero su enorme potencial económico se ve frenado por su escaso entusiasmo por la apertura comercial e inversora (pese al cortejo de la UE en este sentido). Finalmente, en el norte de África y el Mediterráneo sigue existiendo un conflicto latente que podría acentuarse en cualquier momento por motivos políticos o sociales, con economías muy frágiles que no soportarían un deterioro adicional.

En resumen, en los próximos meses conviene seguir alerta, y no confundir un crecimiento económico superior al esperado con un crecimiento sostenido. Si las incertidumbres mundiales no se despejan, podríamos encontrarnos con que la demanda y el mercado laboral en los países desarrollados terminan por extenuarse, así como con peligrosas tensiones en unos mercados de deuda que no pueden permitirse ni nuevas subidas de tipos ni una fuerte caída del crecimiento. Lo que parecía un oasis de tranquilidad puede terminar siendo simplemente un espejismo dentro de una arriesgada travesía en el desierto.

 


Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)