Imagínense ustedes que tienen un pequeño comercio con tres empleados. La pandemia de covid y la guerra de Ucrania –dos shocks de oferta de primer orden– han deteriorado gravemente la rentabilidad de su negocio. Por un lado, los costes de la electricidad se han disparado. El propietario del local le ha subido el alquiler (indexado por contrato a la inflación). Los tipos de interés han encarecido la hipoteca con la que financió la apertura de su tienda y los bancos se muestran cada vez más reacios a seguir financiando su circulante. Ha tenido que subir el sueldo a sus empleados y se ha visto obligado a elevar los precios de sus productos, pero muy poco, ya que tiene miedo de que sus clientes se pasen a la competencia. Llega a casa y en el telediario le dicen que la economía va muy bien, que ha crecido un 2,5% (bastante más que la media europea), y usted no entiende nada.
Esta situación no es exclusiva de España. En Estados Unidos, por ejemplo, el PIB también ha crecido un 2,5% en 2023, y el desempleo está en mínimos históricos. Sin embargo, las encuestas muestran que muchos ciudadanos no perciben que la mejora de la economía haya llegado a sus hogares.
¿Cómo es posible que a veces haya tantas divergencias entre la percepción de la economía a nivel macroeconómico y a nivel microeconómico?
La respuesta a esta pregunta no es sencilla, principalmente porque las estadísticas (al menos las disponibles a corto plazo) no permiten bajar a un nivel de detalle suficiente, pero quizás podemos apuntar algunas posibles explicaciones.
Una primera vendría por el lado de la demanda, y tiene que ver con la política fiscal de los gobiernos, que ha sido considerablemente expansiva tanto en Europa como en Estados Unidos (más aún en este último caso). Los shocks de oferta suponen un empobrecimiento de la población (con el mismo salario se puede ahora comprar menos gasolina, menos alimentos y menos electricidad), pero los gobiernos se han esforzado por mantener las rentas de las empresas y de las familias, con inversiones, ayudas directas o subvenciones en precios. Esto ha moderado la caída de la demanda mundial y ha permitido que muchas empresas sobrevivan. Es decir, la economía crece en parte porque el sector público está impulsando el consumo y la inversión, pero la inversión privada (más relacionada con las expectativas) se mantiene relativamente débil.
Una segunda explicación vendría por el lado de la oferta, y tiene que ver con la estructura productiva y la forma diferencial con la que los shocks de oferta afectan a las empresas grandes y pequeñas. Cuando se encarecen los costes de las materias primas (energéticas y no energéticas) y los costes financieros (los tipos de interés), las grandes empresas sufren menos (incluso en comparación con un shock de demanda) por varios motivos. En primer lugar, porque suelen tener un cierto poder de mercado, de manera que pueden trasladar una mayor parte de sus costes a los precios cargados a sus consumidores. Las pymes, por el contrario, se enfrentan a una mayor competencia y elevar sus precios puede hacerles perder mucho negocio. Algo similar sucede con los costes de financiación: las empresas grandes tienen acceso a los mercados de capitales, mientras que la inmensa mayoría de las pymes son esclavas de la financiación bancaria, que, cuando las cosas pintan mal, huye del riesgo de una forma mucho más acusada. Asimismo, una empresa grande puede hacer frente a las subidas salariales o de los alquileres de una forma mucho más solvente que una pyme. Dicho de otra forma: los shocks de oferta tienden a aumentar la divergencia entre las grandes y las pequeñas empresas, de modo que las grandes tirarían proporcionalmente más de la economía y, dado su peso en el PIB, impulsarían el crecimiento. En España, por ejemplo, las microempresas (con menos de 10 trabajadores) suponen un 94% del total de empresas de la economía, pero aportan apenas un 24% del PIB (una ratio empresas-PIB mucho mayor que en otros países). El 6% de las empresas de España, grandes y pymes no microempresas, generan el 76% del PIB español, de modo que un buen dato de PIB bien podría ser compatible con una frágil situación de muchas empresas.
Dicho esto, las pymes españolas han resistido mejor esta última crisis que otras europeas: si la crisis del covid fue esencialmente una crisis de servicios (por las limitaciones a las restricciones sociales), la crisis de Ucrania ha sido, fundamentalmente, una crisis industrial, que ha impactado vía costes de la energía y de materias primas. España, en este último caso, se habría beneficiado del menor peso de su industria en la economía, a diferencia de otros países como Alemania, Francia o incluso Italia. En España el 55% de las microempresas se dedican actividades terciarias como hostelería, restauración, asesoría, salud, turismo, formación, procesamiento de alimentos, reparación de vehículos y electrodomésticos, etc.; el 25% al comercio minorista, el 13% a la construcción y solo un 7% son empresas industriales. El turismo ha tirado mucho de la economía tras el covid, y eso ha salvado a muchas microempresas.
Algunas de estas intuiciones habría que contrastarlas con datos, lo que no siempre es sencillo. Por ejemplo, no es fácil verificar en qué medida las empresas medianas y grandes han trasladado más sus costes a los consumidores. Aunque en España hay un Observatorio de Márgenes Empresariales, sus informes señalan las limitaciones estadísticas para calcular con microdatos los márgenes sobre ventas de las empresas (en cualquier caso desglosados solo por sectores, no por tamaño empresarial). El análisis del mercado laboral también requeriría datos mucho más detallados para entender bien las complejas transformaciones que se están produciendo en Europa desde la crisis del covid. En este sentido, son de agradecer los esfuerzos recientes de colaboración estadística interinstitucional para poner más datos a disposición de la comunidad académica.
Así pues, es importante contar con estadísticas detalladas a nivel de empresa para evaluar de forma adecuada las posibles divergencias entre la situación macroeconómica y la microeconómica. Porque el crecimiento es siempre una buena noticia, pero a veces tras las cifras trimestrales se esconden riesgos como la debilidad de la inversión, la baja productividad, la fragilidad de determinados sectores o desigualdades sociales que pueden hipotecar el crecimiento futuro. Entender bien las complejas economías modernas exige muchos datos detallados sobre el tejido empresarial, el poder de mercado de las empresas, la productividad y la situación de las familias. Solo así será posible ver quién y cómo se está beneficiando realmente del crecimiento económico.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com
Buena explicación, pero pasa de puntillas sobre eso que llama «poder de mercado», sobre la traslación de costes a consumidores, las retribuciones a directivos y consejeros y la cada vez mayor deriva del ahorro de los «ricos» a la extracción de rentas.