Europa se está quedando atrás

A finales de los años 90 del siglo pasado la Unión Europea decidió profundizar su mercado único y al mismo tiempo crear el euro, con considerable éxito. Pero entonces competía con otras potencias y sus empresas se encontraban en la frontera tecnológica. Dos décadas y varias crisis después, las empresas de Estados Unidos lideran la tecnología mundial y las empresas europeas se están quedando atrás, tanto en inversión en capital como en investigación y desarrollo y productividad. Entre 1995 y 2007, el crecimiento del PIB por habitante en Estados Unidos fue muy superior al de la zona euro, y cuando llegó la crisis financiera de 2008 Europa había acumulado una pérdida de productividad del 20%.

Las posibles causas de este deterioro las expone magistralmente Isabel Schnabel en su conferencia en el Instituto Universitario Europeo. La pérdida relativa de productividad en Europa ha sido objeto de muchos análisis, pero una de las explicaciones más frecuentes es que sus empresas no han sido capaces aprovechar como Estados Unidos las ganancias de eficiencia generadas por las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC). Esto se refleja en divergencias tanto en el stock de capital real vinculado a las TIC como en la productividad total de los factores (especialmente en el sector servicios, con un crecimiento medio entre 1995 y 2005 del 3,2% en Estados Unidos, frente un mero 0,9% en Europa).

Hay que tomar esas cifras con una cierta cautela, ya que los economistas sabemos que la medición de la productividad es complicada, porque la valoración del capital implica numerosos supuestos no siempre fáciles de aceptar (el gran Samuelson llegó a la conclusión de que el capital no se podía agregar en términos reales). En cualquier caso, no hay duda de que las empresas europeas van rezagadas respecto a las estadounidenses. ¿Cómo explicar este fenómeno?

Una primera explicación tiene que ver con el entorno regulatorio empresarial en Estados Unidos, mucho más flexible que en Europa. La UE es el líder mundial en regulación tecnológica, pero eso no vale para mucho en términos de productividad. Muchos países de la zona del euro imponen requisitos administrativos más estrictos a las empresas de nueva creación que otros países desarrollados, lo que dificulta su progreso.

Un segunda explicación es el tamaño empresarial. La evidencia empírica muestra que las empresas grandes invierten más en TIC, ya que los costes fijos relacionados con la reorganización de los procesos pesan especialmente sobre las pequeñas y medianas empresas. Hay diversos tipos de límites al crecimiento empresarial en Europa respecto a Estados Unidos. Algunos son regulatorios, como los requisitos laborales aplicables solo a partir de los 50 empleados (como en Francia o en España), que quizás explican por qué en Estados Unidos las empresas con más de 250 empleados representan casi el 60% del empleo total, mientras que en la zona euro solo aportan entre el 12% y el 37%. Otros límites son financieros: las inversiones en capital riesgo son mucho menores en Europa que en Estados Unidos, por lo que muchas empresas innovadoras se enfrentan a limitaciones de financiación una vez que han entrado en la fase de crecimiento, lo que les incentiva a migrar a Estados Unidos o al Reino Unido.

Sin embargo, también la evidencia empírica apunta a que no todo es fallo europeo, sino también acierto estadounidense: la prueba es que las multinacionales estadounidenses ubicadas en Europa tienen una productividad significativamente mayor que sus competidoras europeas en el uso de las TIC, a pesar de enfrentarse al mismo entorno regulatorio. Esto puede deberse a que tienen prácticas de gestión empresarial y de personal más eficientes que las europeas. La adopción de TIC exige cambios complementarios en la estructura organizativa de una empresa para aprovechar adecuadamente las ganancias de productividad. O, dicho de otra forma: la productividad requiere tanto capital tecnológico como capital humano que lo aproveche. Una investigación del BCE muestra que menos del 30% de las empresas (generalmente las más cercanas a la frontera tecnológica) logran utilizar las tecnologías digitales de forma que aumenten la productividad a lo largo del tiempo. Por desgracia, la zona euro no lo tiene fácil, ya que cuenta con una población relativamente envejecida.

¿Cómo afrontar este declive europeo?

Algunos problemas no son sencillos de solucionar. Los precios de la electricidad en el sector industrial de la UE son casi tres veces más altos que en los Estados Unidos y más del doble que en China –lo que está destruyendo la industria manufacturera europea–, pero no es fácil convertirse en un bloque energéticamente autosuficiente como Estados Unidos. Tampoco será fácil solucionar el problema demográfico, aunque hará falta atraer talento joven a Europa.

El entorno regulatorio, por el contrario, sí tiene un amplio margen de mejora. Por lo pronto, urge favorecer el crecimiento empresarial, no solo desde el punto de vista laboral sino con la mejora del mercado único y la integración del mercado bancario y de capitales. El nivel de integración europea en el sector de servicios sigue siendo precario: el comercio intracomunitario sólo representa el 15% del PIB (frente a un 50% en el caso de bienes), y solo un 25% de las grandes empresas ofrecen ventas transfronterizas online dentro de la UE (menos de un 10% entre las PYMES). Así no hay quien compita con Amazon. En gran medida, esto refleja las barreras regulatorias y administrativas que aún restringen el comercio transfronterizo de servicios, y con pocos avances en los últimos años (como seguramente refleje el informe sobre el mercado único que está elaborando el ex primer ministro italiano, Enrico Letta, que se presentará en marzo).

La UE tiene mucho trabajo por delante para mejorar su productividad. Crear empresas que estén en la frontera tecnológica no va a ser fácil, y menos aún producir semiconductores de última generación. Pero hay cosas que podrían resultar enormemente útiles para acercarse a los niveles de productividad estadounidense: mejorar y simplificar la regulación empresarial, perfeccionar el mercado único de servicios y el bancario y de capitales. En suma, esforzarse para que las empresas no tengan ningún tipo de obstáculo, ni regulatorio ni financiero, para crecer y arriesgarse en sectores punteros. No sé si podremos crear un nuevo Google europeo, pero por lo menos no se lo pongamos difícil a los que lo intentan.

 


Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com