En tan solo tres semanas, la extensión de la epidemia de COVID-19 se ha convertido en una amenaza para la estabilidad económica y financiera global. La incidencia ha bajado de manera sostenida en China, tras la aplicación de medidas drásticas que han supuesto una paralización de la actividad económica durante varias semanas. Pero el desarrollo de focos de contagio comunitario en Corea del Sur, Italia e Irán y el rápido aumento de casos en otras economías europeas y en Estados Unidos ha producido un pánico en los mercados financieros que ha hecho saltar todas las alarmas. La Reserva Federal bajó la semana pasada los tipos de interés en una reunión extraordinaria y otros países han adoptado medidas monetarias, financieras y fiscales. No obstante, la sensación es que, más allá de los esfuerzos sanitarios, urge una respuesta de política económica contundente, coordinada y creíble.
Los indicadores económicos conocidos desde que se aceleró la epidemia en Wuhan son escasos, pero ya dan una indicación de su impacto sobre la producción. Los PMIs (Índices de Gestores de Compras, encuestas a las empresas que permiten seguir la evolución de las manufacturas y de los servicios mes a mes) de China para febrero han caído a su nivel más bajo nunca registrado. En gran medida como reflejo de lo sucedido en China, el PMI global de febrero señala que la producción cayó al mayor ritmo desde mediados de 2009. Y en Estados Unidos, a pesar de los buenos datos de empleo conocidos el viernes 6 de marzo, los PMIs también apuntan a una flexión a la baja significativa de la actividad. En el área euro, los indicadores conocidos todavía no reflejan el impacto, pero en el norte de Italia la paralización de la actividad económica provocará casi con toda seguridad la entrada en recesión en el primer trimestre (tras el descenso del PIB del cuarto trimestre).
Los sectores relacionados con el movimiento internacional de personas, como el turismo o el transporte aéreo, van a sufrir una fuerte caída de demanda que pondrá a prueba la situación financiera de las empresas y generará caídas de empleo. Aunque las medidas adoptadas en China han dislocado muchas cadenas de valor en las manufacturas, en esta ocasión, el sector servicios va a verse afectado de lleno.
Solo con la información que tenemos, ya sabemos que 2020 será un muy mal año para el crecimiento global, a pesar de que empezó con buen pie gracias a los signos de superación de la guerra comercial. Pero, además, la epidemia se ha convertido en una amenaza más peligrosa, por la generación de incertidumbre y miedo, que tanto por vías reales como financieras puede acabar multiplicando los costes económicos. Los hogares están cancelando viajes y pueden empezar a posponer gastos de bienes de consumo duradero. Las empresas también tenderán a congelar planes de inversión en capital hasta que no tengan una idea clara del impacto.
Por el lado financiero, el mayor canal de propagación de los costes económicos puede ser el mercado de crédito. No se trata solo de la ampliación de la rentabilidad entre la deuda pública y los bonos emitidos por empresas (que es un predictor bastante ajustado de impagos futuros), sino de la posibilidad que haya empresas en determinados sectores con problemas de liquidez o de solvencia y que la reacción del mercado agrave la situación cortándoles el acceso a nueva financiación.
Frente a esta grave amenaza, la política económica podría reaccionar con un conjunto de acciones en la línea siguiente:
- Convocatoria con carácter urgente de una Cumbre de Líderes del G20. La Presidencia, que corresponde este año a Arabia Saudita, debería tomar esta decisión esta semana, dejando unos días para que los ministerios de finanzas y bancos centrales pueden prepararla. El G20 fue esencial para evitar una depresión en 2009. Y como principal foro de cooperación económica y financiera global, debe tomar las riendas. En los siguientes epígrafes se detallan algunas de las medidas que se podrían acordar.
- Puesta en común de las medidas para frenar la epidemia, incluyendo recursos para los países en desarrollo. El principal objetivo es aplanar las curvas de desarrollo de la epidemia (que muestran el número diario de nuevos casos confirmados). Aunque cada país mantenga la capacidad de decidir sobre la mejor respuesta de salud pública y sanitaria, es preciso acordar un enfoque que huya de las respuestas de sálvese quien pueda y que permita a los países que todavía no han sufrido la epidemia aprender de la experiencia de los que la han sufrido. El G20 debería también adoptar medidas para reforzar a la Organización Mundial de la Salud en recursos y capacidades de acción.
- Estímulo fiscal coordinado orientado a generar efectos a muy corto plazo. Por el lado del gasto es necesario procurar recursos para los sistemas de salud y para acelerar los esfuerzos de investigación en la mejora del tratamiento de los pacientes y en el desarrollo de una vacuna. Asimismo, la vía más rápida para elevar la renta disponible de los hogares es reducir las retenciones en el impuesto sobre la renta, consolidando las bajadas de impuestos al hacer las declaraciones. También se pueden considerar rebajas de impuestos para las empresas con fórmulas flexibles, como amortización acelerada del equipo de capital o descensos en las cotizaciones a la seguridad social. Los esquemas que reduzcan los costes para empresas y trabajadores de la reducción de las horas de trabajo pueden ser eficaces (como muestra la experiencia alemana durante la crisis financiera). La inversión pública, que hasta el momento se consideraba el instrumento más adecuado para aprovechar el bajo nivel de los tipos de interés, puede incluirse también, pero no tendrá efectos en el plazo necesario.
- Acción selectiva de los bancos centrales para preservar la estabilidad financiera y evitar la propagación del choque económico negativo. Aunque la bajada de la Fed de esta semana no parece haber mejorado las expectativas de los mercados, los bancos centrales tienen que estar en primera línea de la respuesta de política económica a la amenaza de la epidemia. Pero con instrumentos algo distintos a los habituales. Con la muy fuerte caída de rentabilidades de la deuda pública, tiene poco sentido seguir centrando la actuación en un descenso de los tipos de interés libres de riesgo en las principales economías desarrolladas. Quizá convenga orientar más las posibles compras de activos hacia la deuda corporativa (la Fed no podría hacerlo en caso de que fuera necesario y ya hay voces dentro de la institución que lo están pidiendo). Como ya se apunta desde distintos bancos centrales, habría que desarrollar instrumentos para facilitar el mantenimiento del acceso al crédito en empresas afectadas con debilidad financiera. Ya sabemos que en el mercado de deuda privada, los fenómenos de racionamiento en situaciones de pánico son muy frecuentes y con consecuencias muy negativas. Estas medidas pueden complementarse con actuaciones macro-prudenciales que permitan atenuar la tendencia hacia la restricción de la oferta de crédito, incluyendo la aplicación de las normas sobre provisiones y requerimientos de capital.
- Medidas de distensión adicionales en la guerra comercial. Esta es una forma rápida de dar un impulso a la confianza y tanto China como EEUU, deberían ejercer su responsabilidad. Se podría anunciar un descenso adicional de los aranceles que se han impuesto mutuamente y su voluntad de acelerar las negociaciones para alcanzar la Fase II del acuerdo que anunciaron en diciembre de 2019.
La situación del área euro es delicada y requiere una respuesta rápida y bien armada. Hay que saludar la celebración hoy mismo de un Consejo Europeo extraordinario. El BCE también anunciará medidas este jueves. Esperemos que las autoridades mantengan frescas las lecciones de 2008 y 2009: para conseguir quebrar un pánico hay que adoptar un programa completo, con medidas ambiciosas y de una magnitud financiera suficiente. En particular, dado que la respuesta fiscal es la más potente y la más indicada en el entorno monetario y financiero actual, no se puede soslayar la necesidad de una señal clara en este sentido, que vaya acompañada incluso de una cifra en porcentaje del PIB. También es importante evitar alimentar la percepción de que el arsenal de política macroeconómica y financiera está agotado; se trata de una cuestión de voluntad política, no de complicaciones o limitaciones técnicas.
En definitiva, es otra vez la hora del G20 y del Consejo Europeo; ambos tienen que mandar un mensaje inequívoco de que entienden la gravedad de la amenaza y de que va a dar una respuesta coordinada con medidas sanitarias, monetarias, financieras y, sobre todo, fiscales.