El inquilino de la Casa Blanca ha vuelto a darse un atracón de aranceles. Frente a la expectativa de que las negociaciones de los últimos cuatro meses terminarían en un acuerdo con China, el presidente decidió elevar el tipo de los aranceles aplicados sobre 200.000 millones de importaciones desde el 10% al 25%. Así, el arancel medio sobre las importaciones chinas ha subido hasta el 18%; si se llegara a consumar la amenaza de extender este mismo tipo arancelario al resto de las importaciones chinas (aproximadamente 300.000 millones de dólares, entre los que destacan los bienes de consumo), el arancel medio llegaría al 28%, un nivel muy próximo al del infausto arancel Smoot-Hawley de 1930. Resulta difícil evaluar las consecuencias económicas de esta nueva escalada (China ha vuelto a responder subiendo los aranceles a 60.000 millones de exportaciones de EEUU). La furia arancelaria de 2018 no truncó la buena marcha de la economía estadounidense; pero ya sabemos que los efectos de los impuestos pueden no ser lineales. ¿Qué cabe esperar?
Empecemos por el efecto agregado. El FMI estimó en octubre de 2018 que este nuevo paso en la guerra comercial tendría un impacto negativo sobre el crecimiento del PIB de 4 décimas para EEUU y de 0,6 décimas para China. El encarecimiento de los precios de sus productos respectivos llevaría a una caída sustancial de los flujos comerciales bilaterales. Dado que las exportaciones de China son considerablemente mayores, el descenso de la demanda y del PIB es mayor. Los países que compiten con los productos chinos o con los estadounidenses podrían verse beneficiados gracias a la desviación de comercio (sustitución de proveedores sujetos al arancel por proveedores que no tienen que soportarlo). Entre estos afortunados estarían México, Canadá, Corea, Japón e incluso el área euro (ver, por ejemplo, esta estimación con el modelo de equilibrio general del banco central holandés). No obstante, la magnitud del aumento de las exportaciones y del PIB sería moderada y temporal, pues los productores domésticos ajustarían su producción para aprovechar su mejor posición relativa.
En términos del saldo bilateral de comercio de bienes, es muy probable que la ventaja china siga menguando; ahora bien, hasta el momento, las subidas de aranceles no han conseguido reducir el déficit comercial agregado de EEUU, porque las importaciones procedentes de China se han sustituido por importaciones procedentes de otros países.
Con este análisis se podría llegar a la conclusión de que el coste económico de la decisión de la Casa Blanca es moderado y que, en cualquier caso, no va a alterar las perspectivas macroeconómicas y financieras para 2019. Pero eso sería apresurarse a sacar conclusiones. Completemos esta visión macro con una mirada al conjunto de efectos microeconómicos de la subida de los aranceles.
Un trabajo reciente de Amiti, Redding and Weinstein (2019) trata de estimar el efecto de las sucesivas rondas de aranceles (lavadoras, paneles solares, acero y aluminio, China) sobre el bienestar de los consumidores de EEUU, partiendo del marco de oferta y demanda en equilibrio parcial. La situación de partida en el mercado del bien m (ver diagrama) se da en el punto de intersección de la curva de demanda doméstica con la oferta mundial. El precio doméstico es igual al mundial y las importaciones son m0. Con la introducción del arancel, se introduce una cuña entre el precio que pagan los consumidores americanos y el precio que reciben los exportadores, ilustrada con el desplazamiento hacia arriba de la curva de oferta. El nuevo equilibrio se caracteriza por un precio para los consumidores superior y una caída de las importaciones. El impacto neto sobre la eficiencia (la suma de los excedentes del consumidor y del productor), viene dado por las áreas marcadas con letras mayúsculas:
- A+C es la recaudación, que se puede devolver a los consumidores. C es la caída en el excedente del productor por la reducción del precio mundial, que es una transferencia en este caso de China a EEUU
- B+D es el coste neto de bienestar, porque indica la caída en los excedentes del consumidor y del productor que no se recupera (por eso se llama pérdida de peso muerto). D, que es la parte de la pérdida total que soportan los productores chinos, depende de cuánto caiga el precio mundial.
Pues bien, partiendo de este marco y utilizando los datos de valor unitario de las importaciones por cada partida, los autores llegan a las siguientes conclusiones:
- Los importadores han trasladado casi al 100% el arancel en los precios finales cargados a consumidores o a empresas en EEUU
- Los precios de importación antes del arancel (los p* del diagrama), apenas han caído. De manera que el mecanismo que suele reducir los costes de eficiencia de un arancel para un país grande (el peso en la demanda global hace caer los precios y mejora la relación real de intercambio), no se ha activado hasta el momento. Dada la importancia del mercado americano para la mayoría de los exportadores, este es un resultado sorprendente. Los autores señalan que podría modificarse si se amplía el período de ajuste de los precios por parte de los exportadores.
- Los productores domésticos que compiten con las importaciones también han subido los precios.
- La disminución de los flujos comerciales bilaterales (que estiman en 136.000 millones de dólares en términos anuales) supone una perturbación en las cadenas globales de valor, porque las operaciones que dejan de ser rentables con los aranceles deben reorientarse hacia otros países.
Asumiendo que la función de demanda tiene pendiente constante, los autores estiman el efecto neto sobre la eficiencia, llegando a un coste en términos de renta real perdida por los consumidores de 1.400 millones de dólares al mes (antes de la última subida del tipo hasta el 25%). A primera vista, incluso incrementado con el coste de las últimas medidas, puede parecer moderado.
Sin embargo, el conjunto de efectos negativos (algunos de ellos difíciles de medir, como la generación de incertidumbre o el impacto negativo sobre la inversión) llega en un momento de particular sensibilidad de la coyuntura a nuevos choques. Vaya por delante que los fundamentos de la economía estadounidense son sólidos: pleno empleo, inflación en el objetivo, repunte de la productividad, deuda doméstica moderada… Pero no hay economía que no pueda sucumbir ante una política económica errada. La presión sobre los costes coincide con la subida de los salarios y la compresión de los márgenes. Y un repunte de la inflación por encima del objetivo, junto con peores perspectivas de crecimiento, pondría las cosas difíciles a una Reserva Federal que está titubeando más de la cuenta en los últimos meses al tiempo que se plantean dudas sobre su independencia y la competencia de los nuevos miembros propuestos para el Comité de Gobernadores.
Corolario: los aranceles acaban resultando indigestos; y los mercados son conscientes de ello. La decisión de suprimir los aranceles al acero y al aluminio con Canadá y México, así como la prórroga de seis meses en el procedimiento contra las importaciones de automóviles por motivos de seguridad nacional son señales de que, aunque se desprecia el razonamiento de los economistas, en la Casa Blanca sí se siguen los movimientos de los mercados. Aunque todavía queda un año y medio para las elecciones presidenciales, es posible que estemos ya en el límite de la dosis de proteccionismo que la economía estadounidense puede tolerar sin arriesgarse a poner fin a su larga expansión.