El sábado 23 de marzo más de un millón de personas se concentraron en Londres para reclamar un segundo referéndum. En paralelo, más de cinco millones de personas han firmado una petición al Parlamento británico para que revoque el artículo 50, cancelando unilateralmente el proceso de salida. ¿Puede haber freno y marcha atrás en el Brexit? Es un buen momento para analizar esta posibilidad, pero más que desde un punto de vista general, desde otras dos perspectivas diferentes: la opinión de los propios británicos –a través de las encuestas– y la de los intereses de la Unión Europea.
No se trata, pues, de recordar la pésima idea que fue el referéndum de 2016, ni las mentiras que lo rodearon, ni de repetir que no existen ventajas económicas de romper una relación de décadas con tus principales socios comerciales. De lo que se trata en esta ocasión es de evitar que nos ciegue el sesgo de confirmación y de saber qué piensan hoy los británicos de la posibilidad de retrasar indefinidamente o anular el Brexit, y qué supondría esto para la Unión Europea.
La perspectiva de los británicos
El 13 de marzo el Parlamento británico rechazó por amplia mayoría la posibilidad de un segundo referéndum –aunque algunos lo hicieron porque consideraban que no era el momento de plantearlo–. Sabemos, en todo caso, que es una opción sin demasiados partidarios. Ahora bien, ¿qué opinan los ciudadanos británicos? Las últimas encuestas de YouGov presentan una serie de conclusiones bastante interesantes.
En primer lugar, que, en retrospectiva, el referéndum del Brexit fue una mala idea, y que, de celebrarse hoy, ganaría la opción de permanecer en la Unión Europea. Este resultado ha sido consistente desde hace al menos un año, pero por desgracia no es excesivamente contundente: la diferencia entre los que quieren permanecer en la Unión Europea y los que, después de todo este tiempo, siguen empeñados en el Brexit, oscila entre 6 y 8 puntos. No es escasa, pero, más allá de confirmar que los referéndums nunca pueden decidirse por mayoría simple, no permite afirmar que los británicos “han visto la luz”. Con todo lo que se ha sabido desde 2016, a pesar de las mentiras y del desastre negociador, sigue siendo tan triste como cierto que muchos millones de británicos quieren dejar la Unión Europea. Es el deseo de dos tercios de los votantes conservadores, pero también de un tercio de los votantes laboristas –empezando por Corbyn, que decidió pasar el 23 de marzo en un pueblecito suficientemente lejos de Londres.
Ahora bien, la forma de formular la pregunta es importante. Cuando, en vez de plantear a los ciudadanos qué votarían si se celebrarse hoy el referéndum de Brexit, se les pregunta de forma específica por un segundo referéndum sobre la cuestión, más de la mitad de los encuestados (58%) rechaza esa posibilidad. Esta postura es abrumadora entre los conservadores (80%), pero coinciden con ella casi un tercio de los laboristas y liberales demócratas. Esto significa que muchos de los que creen que habría sido mejor quedarse no ven bien que se repita la votación, o temen que divida aún más a la sociedad.
Por el contrario, cuando se plantea un segundo referéndum no para repetir la pregunta, sino para definir la relación futura del Reino Unido con la UE –es decir, un referéndum de ratificación de las distintas opciones–, esta posibilidad se ve con mejores ojos, y es defendida por el 56% de los encuestados.
Esto debería hacernos reflexionar. Parece claro que el referéndum de 2016 no era un mandato específico, sino genérico: iniciar negociaciones para salir de la Unión Europea. Dichas negociaciones han desembocado en un Acuerdo de Salida que no satisface a prácticamente nadie, y a la posibilidad de una salida sin acuerdo, de graves consecuencias económicas. Como en cualquier mandato genérico, parece razonable que el encargado de cumplirlo, antes que optar por una ejecución que podría tener un elevado coste, pregunte de nuevo al mandante si es eso lo que quería, o si prefiere replantearse el mandato. Si le encargas a alguien que te compre un piso amplio y bonito en una zona céntrica, seguro que prefieres que te pregunte antes de firmar en tu nombre un minúsculo apartamento en el extrarradio. “Tú me encargaste comprar un piso, y esto es lo mejor que he podido encontrar; ahora no te puedes echar atrás” no parece un argumento muy razonable.
Las encuestas, por el momento, no plantean la posibilidad de una revocación directa del artículo 50 por el Parlamento británico. Por un lado, ante las alternativas de quedarse, Brexit blando o salida sin acuerdo, la gente prefiere quedarse (y después salir sin acuerdo). Por otro lado, ¿es congruente negar la posibilidad de un segundo referéndum y al mismo tiempo cancelar el Brexit –contradiciendo directamente el mandato del referéndum– sin preguntar de nuevo a la población?
En otros aspectos se ve que los ciudadanos británicos están tan liados como su Parlamento. Las encuestas muestran la escasa voluntad de renunciar a varias líneas rojas y aceptar un modelo de Brexit blando: solo un 37% –incluida la mitad de los laboristas– consideraría “una buena idea” una salida que implicase permanecer en el mercado único a cambio de mantener pagos periódicos y libertad circulación de personas (rechazando, de forma implícita, un modelo Noruega+, también conocido como Mercado Común 2.0). Por otra parte, más de la mitad piensa que habría que sustituir a Theresa May, aunque no piensan que eso aclarase la situación del Brexit. La desesperanza de los europeístas se transforma en desolación cuando se comprueba que el candidato con más probabilidades de sustituir a Theresa May es Boris Johnson.
La perspectiva de la Unión Europea
Desde la perspectiva de la Unión Europea, parece claro que, mil días después del referéndum del Brexit, los Estados miembros han demostrado en este asunto una unidad interna muy superior a la que muchos predecían –a lo que sin duda ha contribuido el buen hacer del negociador, Michel Barnier.
Pero, a estas alturas, la relación entre los Estados miembros y el Reino Unido ha sufrido un considerable deterioro. Muchos olvidan que el Acuerdo de Salida no es el final del camino, sino el principio. De aprobarse, las negociaciones no se aventuran nada fáciles, ya que muchos de los dilemas planteados antes de la salida volverán a reproducirse. Mañana, como hoy, evitar una frontera en Irlanda requerirá una unión aduanera con la UE o admitir que Irlanda del Norte tenga un régimen comercial distinto al de Gran Bretaña. Mientras el Reino Unido no asuma este condicionamiento técnico, el conflicto estará garantizado.
Por otra parte, la posibilidad de una prórroga larga –condicionada a elecciones anticipadas o referéndum en el Reino Unido– tiene sus inconvenientes. En caso de que las elecciones no aclarasen nada, la Unión Europea tendría que hacer frente a un Estado miembro con plenos poderes de veto, pero en proceso de salida, algo que podría perjudicar, por ejemplo, las inminentes negociaciones del Marco Financiero Plurianual 2021-2027. Si hubiera un segundo referéndum y ganase la opción de permanecer en la UE, sería probablemente por un estrecho margen, por lo que no es de esperar que la actitud del Reino Unido en su nueva etapa comunitaria fuese particularmente constructiva. En ambos casos tendríamos unos cuantos europarlamentarios británicos poco entusiastas del proyecto europeo.
Lo mismo ocurriría en caso de revocación del art. 50. Es una opción que está aún abierta y que, a diferencia de una prórroga –que requiere la unanimidad de los Estados miembros–, es estrictamente unilateral: como dictaminó el Tribunal de Justicia de la UE, mientras el Reino Unido siga siendo miembro de la Unión, puede arrepentirse de salir, siempre y cuando la revocación se decida siguiendo el proceso constitucional y no se haga de forma engañosa (es decir, para volver a invocar a los pocos meses). Pero parece extraño que el Parlamento rechace un segundo referéndum y apruebe la revocación, salvo como recurso en el último momento para evitar el no-deal.
Hoy es más difícil que nunca hacer predicciones sobre lo que va a ocurrir en las próximas semanas con el proceso de Brexit. La aprobación del Acuerdo daría la posibilidad de salir con un cómodo período transitorio –y el Reino Unido siempre podría solicitar de nuevo la adhesión–, pero parece difícil. El problema es que las opciones de un segundo referéndum o de una revocación unilateral tampoco son fáciles: ni a nivel parlamentario, ni en términos de apoyo ciudadano, ni para la UE. Los que pensamos que el proyecto europeo merece la pena tenemos que aceptar la posibilidad de que lo que consideramos mejor para los británicos y para la UE a largo plazo no tenga por qué coincidir con lo que la mayoría de los británicos quiere ni con los intereses de la UE a corto y medio plazo. El freno y marcha atrás del Brexit es hoy más posible que ayer, pero para que sea positivo para todos no solo va a hacer falta una decisión jurídica, sino también una auténtica revolución interna en la clase política y en la opinión pública británica.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)
Interesante y bien expuesto