En “El cine según Hitchcock”, un apasionante libro que recoge un larga conversación entre dos genios cinematográficos, François Truffaut y Alfred Hitchcock, el director francés le preguntó al maestro del suspense por las claves para conseguir un guion perfecto. Hitchcock optó por responderle con una historia: le contó que durante muchas noches había soñado con guiones formidables que era incapaz de recordar al despertar la mañana siguiente, hasta que un día decidió dormir con papel y lápiz en su mesilla de noche, listo para anotar cualquier idea que le viniese en sueños. Y ocurrió que una madrugada se despertó inspirado, hizo varias anotaciones rápidas y volvió a dormirse. Al amanecer, nada más despertar, miró emocionado sus notas esperando encontrar el gran argumento soñado, y comprobó que se limitaba a una escueta frase: “Chico conoce chica”.
La lección del maestro inglés era clara: la clave de los guiones perfectos no está en la originalidad del argumento, sino en sus matices, en la forma de narrar la historia, en el desarrollo de los personajes, en el ritmo. Aunque las grandes historias ya se hayan contado, siempre que haya un narrador honesto seguirán existiendo guiones excelentes.
Del mismo modo, cuando un nuevo gobierno –como el de España– llega al poder se enfrenta a una página en blanco en la que debe desarrollar un nuevo guion –político y económico– que el director tendrá que ejecutar. En ese momento muchos esperan fórmulas mágicas no probadas antes, bálsamos milagrosos que solucionen problemas enquistados desde hace décadas, giros inesperados… Pero van desencaminados: el diagnóstico en gran medida está ya establecido, y el abanico de posibles soluciones ya se planteado. El argumento rara vez es original, como el de “chico conoce chica”. De lo que se trata ahora es de estructurar y desarrollar un buen guion, establecer bien las prioridades, elegir entre las posibles soluciones y adoptarlas con valentía y convicción.
Esto es particularmente cierto en el ámbito de la política económica, al menos en muchos de sus desafíos más acuciantes.
Así, por ejemplo, la escasez de ingresos públicos en España –en relación con el resto de los países de la OCDE– ha sido ya ampliamente analizada. La lucha contra el fraude es y será siempre una prioridad, pero su detección requiere una fuerte inversión en recursos humanos y tecnológicos y tiempo. Lo que es indudable es que la presión fiscal en España es baja, mucho más en la imposición indirecta que en la directa, y si lo que se quiere es aumentar la recaudación y que paguen más los que más tienen habrá que empezar a considerar guiones ya escritos por el FMI, la OCDE o la Comisión de Expertos para la Reforma del Sistema. Tributario. Todos coinciden en que, por ejemplo, existe margen para eliminar tipos reducidos de IVA consiguiendo aumentos sustanciales de recaudación que den para compensar a los más desfavorecidos (como ya vimos en este artículo). Los giros de guion inesperados como los impuestos sobre las ventas de las grandes tecnológicas no serán fáciles de establecer ni de recaudar, porque en el fondo no son más que el reflejo del mal funcionamiento del impuesto de sociedades a nivel europeo; tampoco los impuestos a las grandes fortunas, que son tan fáciles de implantar como de eludir.
En el ámbito del mercado de trabajo –piedra angular de la desigualdad– es unánime la voluntad de terminar con la dualidad y la temporalidad. Cualquiera que sea la solución planteada, requerirá una simplificación legislativa, porque aquí el guion, de puro complejo y enredado, se ha vuelto imposible de seguir. De hecho, las recientes sentencias judiciales –que establecen que un trabajador no puede ser autónomo si ha de aceptar horario, condiciones de trabajo y remuneración– en el fondo están defendiendo la simplicidad: en el mundo laboral solo debería haber contratos estacionales, contratos indefinidos, contratos a tiempo parcial (por voluntad del trabajador) y trabajadores autónomos (también por voluntad propia).
En el ámbito de la educación, el debate entre religión y educación para la ciudadanía lleva tiempo siendo un MacGuffin, es decir, una distracción interesada del argumento principal, que es mejorar la calidad de la enseñanza. Aquí criticar la metodología Pisa es como echarle la culpa al crítico de cine del mal resultado de una película, de modo que habrá que escuchar a los expertos y encontrar un consenso que permita acordar un modelo válido para bastante más que una legislatura, tanto para la educación esencial como la relacionada con el mercado laboral.
El envejecimiento de la población forma parte del guion de todos los países europeos, amenazando la sostenibilidad de las pensiones. Los expertos ya han apuntado el diagnóstico y las posibles medidas –más graduales que drástica, pero urgentes–: aumentar la presión fiscal, llevar a cabo reformas estructurales que permitan reducir la tasa de desempleo y aumentar las tasa de actividad y de empleo, la productividad y los salarios, y fomentar el ahorro complementario con un sistema de cuentas nocionales.
Afrontar la globalización es otro de los retos que no se resolverán con un deus ex machina ni con giros drásticos, porque de lo que se trata no es de combatir la globalización, sino de adaptarse a ella y compensar sus efectos económicos y sociales. Seguir el ejemplo de Trump y rechazar los acuerdos multilaterales es un recurso tan fácil como poco efectivo, pero hay margen para intentar que los acuerdos comerciales puedan ser aprovechados de forma más efectiva por las pequeñas y medianas empresas.
Por otro lado, el estado del bienestar es cada vez un ámbito más difícil de afrontar en el ámbito del Estado-nación y requiere una amplia coordinación a nivel internacional. Quizás el director no pueda hacer la película que quiere por desacuerdos con los productores –la Comisión y el resto de los socios europeos–, pero eso tampoco es una novedad ni una buena excusa. Habrá entonces que plantear a los productores ideas convincentes para una reforma del euro, una unión bancaria efectiva, una auténtica política fiscal europea –que incluya la armonización de las bases imponibles de los impuestos directos y terminar con el dumping fiscal–, medidas en las que no hay que confundir el amplio consenso con los obstáculos de algunos Estados miembros.
Existen tres tentaciones que hay que evitar. En primer lugar, pensar que para hacer una buena película basta con saber escribir diálogos. Ciertamente, los malos diálogos arruinan cualquier película, pero de nada sirven unos buenos diálogos si no hay detrás un sólido argumento –algo particularmente importante a la hora de afrontar el problema catalán–. En segundo lugar, ceder a la tentación de incluir en el relato pasajes totalmente innecesarios, pero del gusto del público, porque quizás generen taquilla en el corto plazo, pero difícilmente darán lugar a una película perdurable. Y, en tercer lugar, que el director, una vez gane confianza, se aventure a escribir el guion en solitario: a George Lucas no le funcionó cuando decidió prescindir de Lawrence Kasdan, y en política tampoco suele ser recomendable. Las conclusiones de las comisiones de expertos (pensiones, financiación autonómica, reforma tributaria…) no deben guardarse en un cajón.
Dicho esto, el diagnóstico de todos los problemas no siempre será unánime –especialmente en los más complejos–, y elegir la mejor solución del abanico de las posibles no es en absoluto fácil. Pero el enfoque de política económica, las prioridades y el lenguaje siempre tienen margen suficiente para construir un guion nuevo y distinto, sólido y moderno que se traduzca en un progreso económico que no deje a nadie atrás.
Truffaut le hizo esa pregunta a Hitchcock porque este solía decir que para lograr una buena película hacían falta tres cosas: “un guion, un guion y un guion”. Pero el gran director inglés sabía también que solo eso no bastaba: de un mal guion nunca puede salir una buena película, pero incluso un buen guion mal ejecutado –por falta de convicción o de coraje político– puede terminar dando lugar a una película efímera y olvidable.
Este artículo fue publicado originalmente en vozpopuli.com (ver artículo original)