Apuntes sobre estancamiento secular (VII): Otros factores depresores de la demanda

Vistos ya los cuatro grandes factores que podrían estar deprimiendo la demanda agregada (demografía, tecnología, factores financieros, desigualdad), pasamos a revisar algunos otros, tratados de forma más breve pero no necesariamente menos importantes, como la posibilidad de que la globalización haya agotado sus efectos expansivos, el papel de los conflictos bélicos en la demanda agregada o la consolidación de nuevos modelos laborales.

a) “Una globalización agotada”

En los últimos veinte años, y a raíz de la Ronda Uruguay del GATT-OMC y sobre todo de la entrada de China en la organización, se ha producido un proceso globalizador de notable intensidad. El acceso a la OMC de un país de este tamaño y con un catálogo de ventajas comparativas/ competitivas tan distinto del mundo desarrollado, supuso un auténtico terremoto en la economía internacional. Desde entonces, en un periodo relativamente corto, China ha pasado de ser un país secundario en la economía mundial, a ser el principal exportador e importador del planeta.

Se ha escrito mucho sobre la contribución al PIB mundial que ha generado la apertura comercial de este país, y también sobre las consecuencias (distributivas y políticas) de ésta sobre otros estados. Desde la perspectiva keynesiana-ortodoxa que nos ocupa en esta serie de entradas, lo relevante de la apertura comercial china es que desató un rápido proceso inversor en el planeta: la ampliación de facto de la economía mundial y la abrupta recomposición de las ventajas comparativas (y, conforme avanzaba el proceso, también competitivas) en el mundo supuso una “patada al tablero económico” que generó necesidades de inversión muy relevantes tanto en China como en el resto del mundo, para acomodarse a la nueva situación.

La cuestión es que ese proceso está en buena medida agotado: el stock de capital productivo mundial ya está en buena medida adaptado al esquema actual de ventajas comparativas y competitivas en el sistema de comercio internacional, y por tanto esta fuente de generación de inversión nueva se está secando.  En efecto, la apertura comercial es un proceso cuyo impacto sobre el PIB y la inversión mundial es fundamentalmente “de una sola vez”, y por tanto se agota cuando el proceso finaliza.

Por supuesto, y pese al encabezamiento de esta sección, el proceso no ha finalizado por completo: la globalización no se ha agotado. Aunque la economía mundial está ya muy globalizada (quizá más que en ninguna etapa histórica anterior), pueden concebirse fácilmente medidas que aumentarían aún más el grado de apertura económica efectiva de la economía planetaria, como la liberalización más efectiva de los servicios o la apertura efectiva de los países grandes más cerrados (Rusia, Brasil, Argentina, India). Pero, dado que los servicios tienen menor efecto inducido sobre la inversión y que los países citados ya son países OMC, es más que probable que todas esas medidas no tuviesen en su conjunto un efecto macro tan intenso como el que el acceso de China a la OMC ha generado. Por no hablar de las dificultades políticas para avanzar en nuevos procesos de integración comercial, sean regionales o bajo el paraguas OMC. En suma, no cabe prever que la apertura comercial induzca en los próximos años procesos inversores comparables a los de la etapa post-acceso de China al sistema comercial internacional.

Un último apunte: es sabido que la economía mundial abierta está sujeta a importantes amenazas, provenientes de algunos países desarrollados y alimentadas por el descontento social ante las consecuencias (reales o percibidas) de la globalización. Merece la pena preguntarse qué sucedería ante un escenario de marcha atrás parcial en el proceso de globalización. Desde un enfoque económico mainstream, ese escenario revertiría los beneficios conseguidos en los últimos años, basados en la mejor explotación internacional de las ventajas comparativas y competitivas de los distintos países. Desde la perspectiva keynesiana-ortodoxa propia de la teoría del estancamiento secular, y sin negar los evidentes costes estáticos, la recomposición de las ventajas comerciales internacionales tendría un efecto colateral favorable: la “renacionalización” sería el detonante de un nuevo proceso inversor que incidiría positivamente sobre la demanda.

b) “Menos guerras, menos demanda agregada”

Desde el punto de vista estrictamente económico (que, huelga decir, en este caso no es el más importante) las guerras modernas siempre han sido en esencia programas keynesianos, cuya expansión del gasto militar (apoyada en déficit públicos cuantiosos) eleva notablemente la demanda agregada. La compra de materiales y armamento, así como el pago a nuevos “funcionarios” (soldados), se dedica además a destruir el stock de capital físico de otro país, generando en el escenario post-bélico importantes necesidades de gasto para la reconstrucción de éste, y por tanto nuevos impulsos sobre la demanda agregada mundial.

Cuando se piensa sobre la plausibilidad de la teoría del estancamiento secular, incluso en sus versiones más fuertes, es importante tener en cuenta ambos puntos. A fin de cuentas, el rearme bélico y pre-bélico (II Guerra Mundial) contribuyó de manera significativa a poner fin a la Gran Depresión (ver esta entrada de Krugman sobre el caso estadounidense); con posterioridad, de los 70 años transcurridos desde la final de la contienda, 45 han estado marcados por la reconstrucción de los países devastados por la Segunda Guerra Mundial y/o por la guerra fría, con altos niveles de tensión militar e intermitentes escaladas armamentísticas. No se puede entender la economía mundial post-II Guerra Mundial sin tener en cuenta que la mayor parte de ese periodo ha estado notablemente influido por esta fundamental deriva militar.

El “punto” es que ese estado de cosas ha pasado felizmente a mejor vida: la guerra fría terminó hace más 25 años, y, de manera más general, la resolución de conflictos por cauces bélicos se ha convertido en excepcional (ver por ejemplo este enlace). En casi todo el planeta (Oriente Medio exceptuado), cuando la política es incapaz de ofrecer los resultados deseados, no se continúa “por otros medios” … sino con más política. Ello ha derivado en una gradual (aunque desigual) desmilitarización de los principales países del mundo.

Nuestro planeta es infinitamente más habitable gracias a ello… o, como diríamos desde la siempre fría perspectiva de nuestra ciencia lúgubre, “la eficiencia en la asignación de recursos ha mejorado” (dedicar recursos productivos a destruir capital acumulado no es una forma especialmente eficiente de asignarlos). Pero los beneficios micro generados por los “dividendos de la paz” han tenido como contrapartida un “agujero” en la demanda agregada que, desde la perspectiva keynesiana-ortodoxa, inevitablemente pesa.

c) La «autonomización» del trabajo

Otro elemento importante que podría estar contribuyendo al aumento del ahorro en el mundo es la consolidación de nuevos modelos laborales (erosión del empleo indefinido, aumento del número de autónomos –reales o figurados–, etc), caracterizados fundamentalmente por la menor estabilidad en el empleo (la llamada «gig economy»).  Dado que el sector público en el mejor de los casos sólo cubriría de manera imperfecta (inferior al 100% del salario y/o limitada en el tiempo) las transiciones entre empleos, parece razonable concluir que la menor estabilidad en el empleo pueda ir asociada a un aumento del ahorro, para cubrir esa eventualidad.

Aunque en España tendemos a asociar estos fenómenos a los segmentos de asalariados poco cualificados, la evidencia anecdótica parece confirmar que la menor estabilidad en el empleo también es propia de los asalariados de ingresos más elevados (creciente rotación de personal directivo, salida de ejecutivos de grandes empresas para convertirse en consultores independientes). Al margen de las evidentes diferencias entre el primer grupo (autónomos forzosos) y el segundo (autónomos voluntarios, llevados por el deseo de tener nuevas experiencias laborales o trabajar para sí mismos), el impacto sobre el comportamiento económico sería probablemente similar: los mayores riesgos laborales asumidos por la persona tendrían como trasunto un aumento del nivel de ahorro, para hacer frente a las contingencias que puedan aparecer –y por tanto una menor demanda de consumo; comportamiento que bien podría ser más acusado entre los trabajadores con salarios más altos, puesto que en su caso el aseguramiento público típicamente cubre una parte menor de los ingresos.