España después de la COVID-19

Parece claro que el principal problema que ha habido en España (y en otros países), además de la elevada tasa de contagio del virus, es la concentración en el tiempo de los contagiados, especialmente de aquéllos que han necesitado un tratamiento hospitalario y, sobre todo, en UCI. El temor a un colapso sanitario (que durante varias semanas se ha dado, lo que ha incrementado sustancialmente la letalidad de la pandemia) ha movido a casi todos los gobiernos a exigir un confinamiento obligatorio durante varias semanas. Las consecuencias del parón de la economía mundial van a ser devastadoras para muchos millones de personas.

Estos días ha comenzado el proceso de desconfinamiento en España, así como en la mayoría de países europeos. Este proceso llevará semanas hasta concluirse. En este artículo vamos a intentar mirar más allá, cuando se haya superado la crisis sanitaria y suponiendo que dicho proceso no va a encontrar obstáculos significativos (por ejemplo, brotes recurrentes agudos en los próximos meses).  ¿Qué podemos esperar a medio y largo plazo? ¿Volveremos sin más a la normalidad anterior?

El sistema sanitario

Es previsible que el gasto sanitario se incremente, pero no hay que olvidar que el modelo sanitario de los países europeos responde básicamente al tipo de paciente predominante, que son personas con enfermedades crónicas. En consecuencia, tras la crisis, hay que mantener el peso de la atención primaria no hospitalaria (por supuesto, aumentando, en lo posible, su calidad y eficiencia), aunque eso no sea obstáculo para proponer medidas que refuercen la asistencia hospitalaria, sin que eso signifique que sea razonable y eficaz aumentar extraordinariamente la inversión en hospitales y UCI por si viene otra epidemia.

En mi opinión, estaremos mejor preparados para una futura pandemia si conseguimos, además de un número adecuado de personal sanitario, mayores garantías en el suministro de material sanitario esencial en los tipos de epidemia más probables. Eso se puede conseguir, por ejemplo, almacenando un volumen mínimo satisfactorio de dicho material. Otra medida puede ser el estímulo a la producción nacional que garantice una respuesta rápida en caso de crisis y evite los efectos de un cierre de fronteras como el que hemos vivido. Si estamos pensando en una protección arancelaria, la política comercial es una responsabilidad de la Unión Europea, por lo que esta batalla ha de darse en ese ámbito. Esta crisis nos ha mostrado la relevancia de las cuestiones geo-estratégicas en las negociaciones comerciales multilaterales: aunque desde un punto de vista económico sea eficiente que la producción de material sanitario y productos farmacéuticos esté muy concentrada en China, en una crisis aguda, la eficiencia económica pasa a un segundo plano (por cierto, el resultado de estas negociaciones no está claro, ya que España no tiene la misma relación comercial con China que algunos socios europeos). Otra alternativa podría ser la producción pública de este material. Con independencia de la mayor o menor eficiencia de esta opción (la historia nos dice que menor), hay que engarzarla en las normas europeas de ayudas de Estado. De nuevo, la batalla habría que darla en ese ámbito.

Para ser más efectivos en la lucha contra futuras epidemias, las instituciones que previsiblemente coordinarán dicha lucha tienen que tener un “músculo” adecuado durante los periodos de normalidad, ya que de lo contrario su liderazgo y capacidad de coordinación tendrán que improvisarse de la noche a la mañana. Hay varios aspectos en los que también hay que incidir mucho: en primer lugar, la preparación de protocolos de actuación para tiempos de crisis (planes de contingencia), que se actualizarán en función de las características específicas de la epidemia, contemplarán las peculiaridades de los diferentes colectivos de riesgo e incluirán tanto la movilización extraordinaria de personal sanitario como la adaptación de infraestructuras para uso hospitalario.  Otras actuaciones relevantes serían la realización de simulacros para mantener cierta “tensión” en el sistema sanitario, la gestión de datos (cuestión clave en la lucha contra una epidemia y que en la actual crisis ha sido muy criticada en España y en otros países) y la telemedicina que puede llegar a jugar un papel decisivo en el alivio de la presión sobre los centros sanitarios y en la reducción de las tasas de contagio en momentos críticos como los que hemos vivido.

En general, parece clave potenciar la capacidad de reacción rápida del sistema, más que aumentar significativamente su capacidad instalada (lo que no evita que se realicen ampliaciones selectivas cuando se estime necesario). A más largo plazo, las tecnologías y aplicaciones emergentes (“blockchain”, geolocalización, impresión 3D, algoritmos de inteligencia artificial, etc.) ocuparán, unas antes que otras, un papel relevante en diversos ámbitos de la salud y es muy probable que pasen a configurar la infraestructura de un nuevo modelo en el que la investigación, pública y privada, nacional y extranjera, se realice bajo modelos de alto rendimiento y plenamente integrada en la asistencia sanitaria.

Un ámbito que requiere una profunda reflexión tras la crisis es la relación entre el Gobierno de la Nación y los gobiernos de las Comunidades Autónomas (CCAA), tanto en momentos de tranquilidad como en momentos críticos. Hay actividades en las que la centralización de las decisiones es mucho más eficiente, desde un punto de vista económico, como, por ejemplo, la compra de material sanitario y medicamentos. Por supuesto, el establecimiento de una central de compras no impide que las CCAA participen en su gobernanza. Otras actividades sanitarias pueden seguir gestionándose eficientemente de forma descentralizada.

Investigación y ciencia

Ahora todo el mundo coincide en que debe incrementarse el gasto en investigación básica y aplicada y, en general, en innovación. El problema es que la memoria individual y colectiva es frágil y si, además, los políticos siguen sus ciclos electorales, esas inversiones nunca alcanzarán un nivel adecuado, especialmente aquéllas cuya rentabilidad privada o pública sea menos inmediata. Estas políticas deberían estar en las (desgraciadamente escasas) políticas de Estado de nuestro país.

Estos días se habla mucho también de la reindustrialización de España. Evidentemente, eso no tiene ningún sentido económico para sectores tradicionales, cuya capacidad productiva se ha trasladado significativamente (y de forma eficiente) a China y otros países asiáticos. Para estar presentes en los sectores económicos con más futuro, hay que invertir en investigación básica y aplicada, además de estimular, a todos los niveles, el emprendimiento. Es decir, los resultados no son inmediatos y se necesita un apoyo financiero generoso y constante.

La digitalización

En general, las redes han mantenido un funcionamiento adecuado a pesar del elevado volumen de tráfico. Es claro que las inversiones deben continuar tanto para su mejora como para luchar contra la ciberdelincuencia. Por otro lado, la crisis sanitaria está suponiendo un claro estímulo a la digitalización de muchas actividades de las empresas y a la migración hacia sistemas de computación “en la nube”.

Muchos consumidores han descubierto el comercio electrónico y los ya usuarios de dicho comercio han incrementado extraordinariamente su uso. Lo mismo puede decirse de los clientes bancarios: la crisis va a acelerar la digitalización del negocio bancario y la reducción de las sucursales físicas. En este contexto, es fundamental generalizar el acceso a Internet y seguir impulsando las tecnologías y aplicaciones emergentes (por ejemplo, inteligencia artificial y “blockchain”). Es claro que las empresas con mejores plataformas informáticas y un modelo de negocio totalmente digital han respondido mucho mejor a la crisis y se posicionan mejor para el futuro, haciendo que lo que hoy puede ser percibido como una ventaja competitiva se convierta pronto en algo necesario para poder competir.

La respuesta digital a la crisis, dentro del sector público, no ha sido muy homogénea. Para el próximo futuro, el sector educativo tiene ya disponibles en el mercado herramientas muy útiles, cuya implantación progresiva puede introducir calidad y eficiencia en la enseñanza. Ese debe ser el objetivo de dicha implantación y no la sustitución de enseñanza presencial por una no presencial. Por otro lado, ya se ha comentado que la telemedicina debería extenderse en “tiempos de paz” y así estar mejor preparados para su funcionamiento durante una crisis grave. En algunas actividades administrativas, el parón ha sido total, lo que demuestra la escasa eficiencia digital de muchas instituciones públicas, lo que redunda en un deficiente servicio público tanto en tiempos de normalidad como en una situación de crisis. Mientras que en el sector privado hay claros incentivos económicos para avanzar en la digitalización de las empresas, ya que mejora su rentabilidad y competitividad, en el sector público no existen unos incentivos económicos tan claros que conduzcan a la consecución de una mayor eficiencia en la utilización de los recursos disponibles. No obstante, la digitalización es clave, especialmente en los servicios de atención al ciudadano, ya que reduce la necesidad de desplazarse a dichas oficinas y las descongestiona. Asimismo, trabajar en este ámbito es muy relevante, dados los niveles de déficit y deuda pública que vamos a tener.

El fin del dinero en efectivo

En la crisis han aumentado mucho proporcionalmente los pagos mediante tarjetas y medios electrónicos. El sector de tarjetas ha reaccionado rápidamente elevando a 50 € el umbral de autenticación segura, por debajo del cual no es preciso introducir el PIN en el comercio físico. A cambio de un leve incremento en el riesgo de fraude, se evita de este modo el contacto físico con los terminales de venta.

Se ha hablado mucho sobre la posible desaparición del dinero en efectivo como resultado de un cambio en las preferencias de los individuos. Hay razones que llevan a pensar que, para dicha desaparición, va a hacer falta una decisión enérgica de las autoridades (europeas). Muchos expertos consideran esta medida un arma muy potente para combatir la economía sumergida y algunas actividades criminales.

El teletrabajo y las videoconferencias

El teletrabajo ha funcionado bastante bien en algunos sectores, por lo que algunas empresas y entidades públicas podrían plantearse su uso en mucha mayor medida que hasta ahora. Una consecuencia es que las empresas podrían necesitar mucha menos superficie de oficinas. Por tanto, las inversiones que hubiera que realizar para mejorar sus sistemas informáticos se verían más que compensados con los ahorros de costes que la medida puede suponer. El mencionado ajuste es más difícil que se produzca (o será más lento) en el sector público por el problema ya citado de incentivos económicos. Para avanzar en este terreno, los gestores públicos podrían considerar otras variables como, por ejemplo, las externalidades positivas que pueden generarse para el medio ambiente (especialmente, en las ciudades), la mejora de la conciliación de la vida profesional y personal, y el estímulo que supone para residir fuera de las ciudades (por qué no en zonas de la España vaciada).

Las reuniones por videoconferencia han estado a la orden del día durante la crisis. Las empresas y entidades públicas deberían aprovechar la experiencia para generalizar su uso y ahorrar en gastos de viaje. Esta medida también genera externalidades positivas para el medio ambiente.

Las cadenas de valor de las empresas

Se está hablando mucho de la necesidad de modificar las cadenas de valor de las empresas, alejándonos de cadenas globales y buscando más autoabastecimiento nacional. En mi opinión, esta es una decisión que tomará cada empresa valorando los mayores costes de producción que seguramente traería esa “nacionalización” y los beneficios de dicha estrategia en una poco probable nueva pandemia.  Una alternativa intermedia para los grupos empresariales sería una diversificación eficiente sin depender excesivamente de suministradores en pocos o en un solo país. En consecuencia, no parecen muy probables cambios drásticos, excepto si la actual pandemia continúa viva, aunque sea intermitentemente, mucho tiempo.

Cambios en patrones de consumo

Las empresas deben estar atentas a posibles cambios en las costumbres y hábitos de los consumidores tras la crisis, por ejemplo, en viajes de turismo, consumo en bares y restaurantes, visitas a museos y asistencia a conciertos, etc. De nuevo, sólo con una dilatada duración del proceso de desconfinamiento y la aparición de nuevos rebrotes, el mencionado cambio de hábitos de consumo podría ser una realidad. En este caso, algunos destinos turísticos sufrirían mucho, haría falta una reconversión de muchos bares y restaurantes, muchos eventos culturales dejarían de ser rentables (o aumentarían sus necesidades de subvención), etc. Este escenario no parece muy probable, por lo que no debería haber cambios significativos a largo plazo.

El resurgir del Estado

Se habla mucho estos días de un posible fortalecimiento del Estado como agente económico. De lo que he comentado hasta el momento no se desprende ninguna necesidad clara. Se trata de disponer de una sanidad o enseñanza de calidad y ese objetivo es compatible con el suministro público y privado de dichos servicios (como ocurre ahora en España). Evidentemente, algunas empresas “estratégicas” podrían necesitar apoyo financiero del Estado si la crisis se recrudece, pero ese apoyo sólo debería suponer una inyección de capital en casos excepcionales y muy justificados. Es decir, necesitamos unas instituciones del Estado con objetivos claros (de servicio a los ciudadanos y a las empresas), con recursos adecuados y bien gestionadas, con transparencia en sus actuaciones y rendición de cuentas. De eso a volver a los tiempos del Instituto Nacional de Industria hay un largo trecho.

También se comenta mucho la progresiva “renacionalización” de los asuntos políticos y económicos en Europa. Evidentemente, la respuesta de la Unión Europea a la crisis puede generar descontento y desafección en algunos Estados miembros (España y, sobre todo, Italia), pero lo que los gobiernos tienen que proponer son alternativas ambiciosas, pero realistas, que faciliten la adopción de medidas más solidarias en la próxima crisis (todavía hay tiempo en la actual). Algunas de esas medidas pueden suponer una pérdida de soberanía nacional (por ejemplo, si se avanza en la Unión Fiscal) e incluso sacrificios importantes en algún país (algo que parece inevitable para tener unas cuentas públicas más saneadas a medio y largo plazo). Si los gobiernos apuestan por soluciones populistas que supongan “menos Europa”, no tendremos una respuesta eficaz y duradera a los retos que, por ejemplo, tiene España.

Muchos analistas están debatiendo sobre cómo van a cambiar la sociedad, la economía y los propios ciudadanos tras esta pandemia. Aunque se han publicado vaticinios de profundos cambios, en este artículo se ha defendido que se puede estar exagerando, especialmente si nos fijamos en el medio y largo plazo. No hay que olvidar que, aunque este virus es muy contagioso, previsiblemente va a ser mucho menos letal que otras pandemias registradas en la historia de la humanidad.

Aunque no sean previsibles cambios dramáticos a medio y largo plazo, sí debería haber oportunidades interesantes en cuanto a capacidad de respuesta a las crisis de nuestro sistema sanitario, digitalización, teletrabajo, etc. Deben reseñarse los efectos positivos sobre el medio ambiente y la conciliación laboral de algunos elementos de esta nueva realidad. También podría haber efectos negativos: mayor retraimiento social, vuelta al autoabastecimiento en algunos sectores, etc. Estos efectos negativos serán más probables si la duración de la crisis sanitaria es larga, si el balance final de fallecidos y contagiados es muy elevado y si las respuestas de los países son claramente asimétricas y poco cooperativas.

¿Con qué características de la nueva realidad podríamos concluir?: Descentralización y flexibilidad. Muy acordes con los principales rasgos de las tecnologías emergentes.

 


Antonio Carrascosa es Técnico Comercial y Economista del Estado en excedencia. El autor agradece los comentarios recibidos de Juan Antonio Aliaga, Mario Delgado y Orlando García.

 

3 comentarios a “España después de la COVID-19

  1. Arturo
    05/05/2020 de 12:19

    Magnifico!! Aborda las cuestiones más relevantes y propone líneas de actuación concretas. Una joya

    • Enrique
      10/05/2020 de 12:37

      Muy buen artículo, muy buen escrito y muy claro

  2. Albasanz
    05/05/2020 de 12:34

    Excelente artículo,se abordan todas las perspecticas de la crisis

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