La campaña de Napoleón a Egipto y Siria en el último suspiro del siglo XVIII supuso, entre otras cosas, la incorporación masiva de la ciencia a las expediciones militares. A pesar de que desde el punto de vista geoestratégico y militar los réditos fueran escasos y se considere hoy en día que la misión denominada civilizadora no consiguiera tampoco sus objetivos, hubo logros científicos considerables (no hay más que recordar la archiconocida piedra de Rosetta) y el modelo fue posteriormente asumido en la colonización europea de África y Asia de la segunda mitad del XIX. Desde el punto de vista del acercamiento de la ciencia a las nuevas realidades sociales y geográficas, la campaña supuso el punto de partida de la sustitución de la figura del académico del Antiguo Régimen por la de un científico más preocupado por el progreso.