No era un buen augurio. A la una de la mañana del lunes 6 de marzo, el Presidente Roosevelt, que había tomado posesión de su cargo apenas treinta y seis horas antes, aprobó la orden 2039, por la que se suspendían con efecto inmediato todas las actividades bancarias. Durante una semana, los ciudadanos estadounidenses no pudieron retirar dinero de sus cuentas ni cobrar cheques. El día 9 de marzo el Congreso aprobó la Ley Bancaria de Emergencia, con disposiciones que trataban de apoyar a los bancos solventes y de facilitar la restructuración y saneamiento de los bancos en dificultades. Cuando, al inicio de la semana siguiente, la mayoría de los bancos volvieron a abrir sus puertas, la sorpresa fue que los depósitos tendieron a superar a las retiradas de fondos.