La voluntad de los padres de mejorar las condiciones de vida de sus hijos es una de las fuerzas motrices del progreso humano. Las posibilidades de lograrlo se ven frustradas en muchas ocasiones por el peso de la lotería del nacimiento. A pesar de la determinación de las personas más desfavorecidas para mejorar su suerte, gran parte de las oportunidades de cada niño y niña que viene al mundo para crecer sano y realizarse como persona están condicionadas por el número que les depare el bombo: quiénes son sus padres, qué nivel educativo y de renta tienen, dónde viven… La interrelación de estas dos cuestiones se plasma en el concepto de movilidad social, que pretende ofrecer una visión dinámica de la evolución económica de cada generación. El Banco Mundial publicó hace unas semanas un ambicioso trabajo sobre la movilidad social en el mundo en las últimas décadas, que pretende investigar el patrón global que ha seguido y las políticas necesarias para alimentarla.