Uno de los pilares de la ciencia económica es el constructo del homo economicus (asociado originalmente a las aportaciones de John Stuart Mill a finales del siglo XIX): un individuo que persigue su propia utilidad, al menor coste posible y actuando con expectativas racionales a partir de la información de la que dispone. Aplicando el individualismo metodológico, los comportamientos sociales se explican a partir del sumatorio de los comportamientos de los homo economicus y el libre mercado es la mejor forma de casar las utilidades individuales. Distintos desarrollos que recuperan la vinculación de la economía con otras ciencias sociales cuestionan la mayoría de estos supuestos, incluyendo que, más allá de la utilidad individual, los individuos tengamos, en esencia, comportamientos altruistas, es decir, que seamos, al menos en parte, homo socialis.