En una entrada anterior (previa al estallido de la COVID-19) veíamos el problema a resolver que plantea el cambio climático, que continúa siendo un reto central para la economía global y puede ser ahora también el eje sobre el que dar respuesta a la crisis del coronavirus, impulsando una transición de nuestras estructuras económicas hacia una economía verde. Como veíamos, el objetivo científico es contener el aumento de la temperatura a 2oC por encima de los niveles preindustriales y preferiblemente a 1,5oC, lo que exige reducir a cero las emisiones netas de dióxido de carbono, CO2 (y también de otros gases de efecto invernadero, GEI), en las próximas cinco décadas (tres, si el objetivo es 1,5 oC). Desde un enfoque económico, el siguiente paso analizar los costes que generan las emisiones de GEI y los costes en los que se incurre en su reducción para tratar de determinar las alternativas más eficientes y/o eficaces para reducirlas. La estimación de estos costes está sujeta a una incertidumbre muy elevada porque deben estimar impactos de muy largo plazo y los distintos modelos presentan estimaciones muy dispares. En esta entrada nos centramos en los costes de las emisiones de CO2.
El principal instrumento para estimar los costes que implica el cambio climático es la utilización son los modelos IAM (Integrated Aseessment Models). Uno de sus precursores ya desde los años 70, es el premio nobel de economía de 2018, William Northaus –en su clase maestra del premio en la Universidad de Estocolmo explica los principales retos para la economía del cambio climático–. Se trata de modelos que representan la realidad física y social integrando varios módulos de distintas disciplinas, incluyendo modelos de comportamiento socioeconómico, del cambio climático vinculado a las emisiones de GEI, de consumo energético o del uso de la tierra. Los modelos difieren en el grado de detalle con el que se representan los sistemas económicos y el grado de interacción entre los distintos módulos.
Las estimaciones están sujetas a un elevado grado de incertidumbre porque los modelos tratan de capturar un conjunto muy amplio de elementos del cambio climático, que tiene además un comportamiento circular incidiendo unos sobre otros a lo largo del tiempo en escenarios de muy largo plazo. Northaus sintetiza en cuatro grandes bloques el flujo que los modelos intentan resolver: (1) el crecimiento económico genera emisiones de CO2: (2) a su vez, las concentraciones de CO2 llevan al cambio climático (elevación de la temperatura, precipitaciones, aumento del nivel del mar); (3) lo que daña los sistemas ecológicos y económicos (inundaciones o sequias, ver anejo); (4) dando lugar a políticas de mitigación de las emisiones, lo que reinicia el círculo, porque estás políticas afectan al crecimiento económico.
La incertidumbre se concentra en los bloques 3 y 4 –es decir, cuanto daño introduce el clima, qué políticas de reducción de emisiones se aplican y cómo afectan estas al crecimiento–. Por otro lado, son modelos muy sensibles a los distintos supuestos de partida como el crecimiento de la población, el cambio tecnológico, las expectativas de crecimiento económico o las tasas de descuento –una crítica habitual se centra en qué medida aplican unas tasas de descuento muy elevadas para los escenarios futuros, de manera que se estarían infravalorando el bienestar de los ciudadanos del futuro–.
Hay dos tipos de modelos IAM: los simples, que estiman el coste neto actual de las emisiones de CO2 (los modelos suelen centrarse en las emisiones de CO2, que representan en torno a las tres cuartas partes de las emisiones de GEI) y, los complejos, que se centran en dar respuesta a preguntas u objetivos específicos, por ejemplo, cómo se puede alcanzar el objetivo del 1.5oC
Los modelos simples aproximan el coste neto actual de las emisiones de CO2 a través del Coste Social de Carbono (CSC, también hay modelos que estiman el coste de otros GEI, por ejemplo el coste social del metano). El CSC trata de sintetizar a precios actuales el valor todos los costes y beneficios que se generan al emitir una tonelada adicional de CO2, es decir, una aproximación del coste marginal de las emisiones. Cuando mayor sea el CSC, mayor será el beneficio de reducir las emisiones de CO2 y mayor el beneficio neto frente a los costes de reducir emisiones. Hay tres modelos simples principales: el DICE (Dynamic Integrated Climate-Economy model, de Northaus), el FUND (Framework for Uncertainty, Negotiation and Distribution, de Richard Tol y David Anthoff) y el PAGE (Policy Analysis of the Greenhouse Effect, de Chris Hope model).
Dados los escenarios de incertidumbre en las que se mueven, las estimaciones del CSC varían mucho entre los modelos. Por ejemplo, los valores medios del CSC para la economía global en 2020 (a dólares de 2007) oscilan entre: 21 US$ por tonelada de CO2 en el caso del FUND, 39 US$ en el DICE o 71 US$ del PAGE. Adicionalmente, como señalan Stoerk et al, se cuestiona la manera en la que incorporan la incertidumbre porque no incluyen escenarios extremos que pueden implicar puntos de inflexión a partir de los cuales el cambio climático tiene consecuencias irreversibles (por ejemplo, la trayectoria de políticas actuales llevan a aumentos de temperaturas por encima de los 3oC que no se han visto en 3 millones de años). También se cuestiona que no incorporan los beneficios dinámicos o círculos virtuosos que pueden generar las estrategias de mitigación en términos de innovaciones o cambios en el comportamiento de los agentes, lo que infraestima los beneficios de la transición hacia una economía con bajas emisiones de CO2.
En este sentido, Pindyck, planteaba un estrategia alternativa, calculando el CSC a partir de las probabilidades de distintos resultados económicos derivados del cambio climático, incluido el caso extremo de una reducción del 20% del PIB o mayor y la reducción de emisiones que sería necesaria para evitar ese resultado. A partir de una encuesta entre expertos, determina un CSC medio por encima de los 200 US$ (que se reducen a 100 US$ cuando controla en función del grado de confianza de los encuestados), pero lo interesante son las importantes diferencias entre los los científicos del clima, con valores medios del CSC de 316 US$, y los economistas, que tienen estimaciones mucho menores (173 US$).
A partir de los costes de las emisiones de GEI, el siguiente paso es compararlos con los costes en los que se incurre en las distintas alternativas tecnológicas de reducción de emisiones para tratar de determinar las estrategias más eficientes. Como veremos, estos costes también están sujetos a mucha incertidumbre por su componente dinámico y de largo plazo. En general, dado el marco de elevada incertidumbre, la alternativa es fijar primero el objetivo de temperatura, a partir de consideraciones científicas y políticas, y, después, determinar la reducción de emisiones de GEI necesaria para alcanzarlo –en este caso, se utilizan los modelos IAM complejos que veremos también en la próxima entrada–. Esta es en esencia el tipo de estrategia del Acuerdo de París o del Pacto Verde europeo.
Anexo: Tipos de consecuencias del cambio climático (Fuente OCDE, 2015, tabla 1.1)