Frenar el cambio climático es el principal reto de medio plazo al que se enfrenta la comunidad internacional. Se trata de un objetivo mayúsculo que requiere un esfuerzo generalizado en todos los ámbitos políticos y sociales, incluyendo un papel especialmente importante para la política económica. El problema a resolver es determinar y llevar a cabo las políticas económicas más eficientes y políticamente viables para reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero (GEI) y las alternativas afectan a todos los ámbitos de política económica en los que es necesario actuar de manera conjunta ‒incluyendo las políticas: fiscal, financiera, monetaria, laboral, sectoriales o de consumo‒. El primer paso del problema es determinar cuánto deben reducirse las emisiones y dónde se concentran, y la respuesta ya la ha dado la ciencia del cambio climático.
Es importante enfatizar y reiterar el reto científico al que nos enfrentamos, tanto para combatir a los negacionistas como, sobre todo, para vencer a la indiferencia –es decir, combatir ideas zombi (ideas que se han probado falsas repetidamente, pero que se niegan a morir), utilizando el término de Krugman–. La ciencia del cambio climático ha establecido que el objetivo, asumido por el Acuerdo de París, es limitar el crecimiento de la temperatura global por debajo de 2°C con respecto a los niveles preindustriales, y preferiblemente, intentar limitar ese aumento a 1.5°C, como la barrera que permitiría reducir los riesgos del cambio climático significativamente. La diferencia es sustantiva, medio grado multiplica por más de dos el riesgo de desastres climatológicos, como el calor extremo, la frecuencia de precipitaciones extremas o la duración media de las sequías.
Actualmente, nos encontramos en aproximadamente +1°C con respecto a los niveles del siglo diecinueve, y, sin cambios en las emisiones de GEI, se alcanzaría el límite de +1.5°C grados en 2040. Este aumento de la temperatura ha sido provocado por la actividad humana que ha disparado las emisiones de GEI, especialmente, las emisiones de dióxido de carbono (CO2), que representa en torno a las tres cuartas partes de las emisiones y son las que están centrando la mayor atención –otros GEI relevantes son el metano, CH4 (alrededor del 15% de las emisiones) y el óxido nitroso, N2O (6%)–.
En los últimos ochocientos mil años –es decir, desde la primera glaciación del pleistoceno (Günz) –, los niveles de dióxido de carbono no habían superado la barrera de las 300 ppm (partículas por millón). Este nivel se ha superado tras la revolución industrial y actualmente superan los 400 ppm. Las emisiones de CO2 derivadas de los combustibles fósiles generan alrededor del 90 por ciento del total, empezaron a crecer desde mediados del siglo XIX y se dispararon desde mediados del siglo pasado, multiplicando más que por siete las emisiones de los años 1950 (ver gráfico 1). Si bien en los últimos años se ha estancado el ritmo de crecimiento de estas emisiones, se espera que se cifren en torno a 37 mil millones de toneladas métricas en 2019, manteniéndose en niveles de máximos históricos.
El objetivo de 1.5°C [2 °C] exigiría reducir las emisiones netas de CO2 a 0 para mediados de siglo [2070] –y las de los GEI, en general, a 0 en 2065 [finales de siglo]–. El objetivo se refiere a las emisiones netas, por tanto, teniendo en cuenta tanto la reducción de emisiones (en transporte, ciudades, generación de energía o industria), como las trasformaciones que permitan aumentar la absorción de gases –por ejemplo, utilizando la propia naturaleza como tecnología a través de la reforestación o restauración del suelo y los océanos.
El siguiente paso del problema es identificar dónde se generan las emisiones para diseñar las políticas que impulsen el cambio. Interesan dos dimensiones principales, las geográfica y la sectorial. El reto geográfico es global: la reducción de las emisiones es un bien público internacional (no es divisible, no hay rivalidad y no se puede excluir su consumo). En teoría, la provisión debería ser global, pero, a falta de un mecanismo internacional que lo permita, el mejor sustituto es el esfuerzo de coordinación internacional que provee la conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático COP, de momento, basada en compromisos nacionales y la persuasión entre pares (mejorable), pero con la posibilidad de pasar a mecanismos sancionadores a través de las relaciones económicas internacionales.
Ahora bien, en este esfuerzo el liderazgo lo deben asumir los mayores contaminantes, con distintas dimensiones en juego, como emisiones actuales, históricas o per cápita. Actualmente, los principales emisores son China (27% de las emisiones), EEUU (15%), la UE (9.8%), India (6.8%), Rusia (4.7%) y Japón (3.3%). Estos países emiten 2/3 del CO2 mundial y representan algo más de la mitad de la población. Sin embargo, hay importantes diferencias en las emisiones históricas –de un total aproximados de 1.6 billones de toneladas de CO2 acumuladas desde mediados del siglo XVIII. EEUU representa el 25%, la UE el 22%, China el 12.7%, Rusia el 6% Japón el 4% e India el 3%– y en las emisiones per cápita, donde destacan EEUU, Canadá, Australia, Rusia y los países productores de petróleo. En los últimos 15 años el avance ha sido desigual, entre los grandes emisores, tan solo EEUU y la UE han conseguido una reducción relativamente sostenida en sus emisiones de CO2, si bien insuficiente. Como veíamos, el pacto verde europeo ha fijado en la UE el objetivo de una emisión neta nula de GEI para 2050.
Por sectores, los principales emisores de CO2 derivados de combustibles fósiles son: el de generación de energía (en torno al 37% de las emisiones), transporte (21.5%) otra combustión industrial (20%) y la construcción (9%). Salvo la construcción, todos los sectores han aumentado el volumen de emisiones en los últimos 30 años, especialmente los sectores de generación de energía y transporte (ver gráfico 2). El reto de política económica es determinar las vías más eficientes y viables para reducir las emisiones en todos estos sectores.
Por tanto, la ciencia del cambio climático ha fijado el primer paso del problema: es necesario reducir las emisiones netas de GEI a cero en este siglo. Gran parte de este esfuerzo se centra en la reducción de las emisiones de CO2 que exige un esfuerzo de coordinación internacional y en múltiples sectores. Los siguientes pasos pasan por determinar los costes y los beneficios económicos que supone este objetivo –en general, ambos infravalorados, porque no tienen en cuenta las externalidades que se generan– y por buscar las alternativas de política económica para conseguir el objetivo. Abordaremos estos elementos en próximas entradas.