La mayoría de las economías avanzadas han aprobado a lo largo de la última semana múltiples y amplias medidas para hacer frente al impacto económico del shock sanitario que está suponiendo el coronavirus. Las medidas aprobadas por los distintos países responden a un esquema similar, con grandes inyecciones de recursos para los sistemas sanitarios y disposiciones orientadas a sostener la liquidez del sistema económico, incluyendo esquemas de apoyo financiero a los ciudadanos y trabajadores afectados por la crisis, garantías y líneas de liquidez a empresas, retraso en las obligaciones fiscales y relajación de la política monetaria con bajadas de los tipos de interés y nuevas medidas de expansión cuantitativa.
De momento, más que una coordinación, estamos asistiendo a respuestas nacionales simultáneas. La suma de estas medidas nacionales tiene un impacto positivo. Ahora bien, en la medida en que la crisis se alargue y el parón económico traduzca los problemas de liquidez en problemas de solvencia, el siguiente paso necesario será un impulso fiscal y monetario coordinado a nivel internacional, como ya ocurriera en 2009 con la crisis financiera global. Por otro lado, será necesario también aportar liquidez a los países emergentes a través de la red de seguridad financiera global, con un papel central para el FMI.
Un diagnóstico muy complejo: crisis temporal (de duración incierta), pero de impacto muy amplio e intenso. El ritmo vertiginoso de los acontecimientos, que cambian cada hora, no debe hacernos perder la perspectiva de que la reacción de política económica ha sido muy rápida. En cuestión de días se han ido sucediendo medidas de apoyo a la economía cada vez más amplias ‒la sucesión de medidas económicas ha seguido un patrón similar al de las medidas sanitarias, que se han ido escalando pasando de recomendaciones a prohibiciones de contacto social‒. Nos enfrentamos a un diagnóstico complejo en el que se combinan dos características que condicionan la respuesta de política económica: por un lado, la temporalidad de la crisis, que aconseja escalonar la respuesta, y, por otro lado, su intensidad y amplio impacto, que aconseja contundencia.
(i) Sobre la temporalidad, conviene recordar que hay luz al final del túnel. En Europa y EEUU estamos aún en la fase ascendente, con rápidos ritmos de crecimiento de los contagios y hay un riesgo de no vislumbrar el final de la crisis sanitaria, que es muy grave, pero que debe acabar remitiendo. Como señala Richard Baldwin, no estamos ante un crecimiento exponencial del virus. Por la experiencia en Asia, la enfermedad COVID-19 tiene un comportamiento epidemiológico igual a la que provocan otros virus, de forma que la curva de contagio alcanzará un pico y caerá, sin perjuicio de probables nuevos repuntes más suaves en los próximos meses. El principal objetivo de las medidas de contención sanitaria es amortiguar el impacto de la crisis sanitaria. Es el famoso aplanamiento de la curva de contagios para evitar la saturación de los servicios de salud y un racionamiento de la provisión de cuidados médicos ‒afortunadamente, en los esquemas europeos de servicios nacionales de salud el dilema del racionamiento se responde con criterios médicos; veremos cómo se puede gestionar en sistemas de cobertura privada en los que los infra-asegurados pueden quedar fuera‒.
Bajo el supuesto de la temporalidad de la crisis sanitaria (como está ocurriendo en China y en Corea del Sur) y, por tanto, de las medidas de distanciamiento social y el parón económico que implican, la mayor parte de los analistas barajan un escenario central (sujeto a alta incertidumbre) en el que la crisis económica se concentrará en los primeros trimestres del año (entre uno o dos trimestres, dependiendo del país) con una recuperación a partir de la segunda mitad del año que se aceleraría en 2021. Esta recuperación sería escalonada: China ya podría recuperarse a partir del segundo trimestre, pero Europa y EEUU, seguramente no antes del tercero. El problema es que es probable que la intensa caída del PIB durante los trimestres de parón económico lleve a una recesión en 2020 en muchos países.
(ii) Sobre la intensidad y amplitud, a diferencia de otras crisis, el shock sanitario está afectando a todas las dimensiones del sistema económico. En el sector real, las medidas de aislamiento social suponen un parón económico que frena en seco la demanda y estrangula la oferta. Dada la elevada interconexión económica y financiera global, los parones en un país se propagan a través de las cadenas globales de valor, el comercio de bienes y servicios y de los flujos de capitales. En paralelo, la incertidumbre ha llevado a una grave crisis de confianza, de forma que los agentes han congelado sus decisiones de consumo e inversión y, una vez más, estamos asistiendo a un comportamiento de rebaño en los mercados financieros, donde se ha disparado la aversión al riesgo y los comportamientos del tipo sálvense quien pueda. Los mercados de capitales y de crédito se han desplomado, las salidas de capitales de algunas economías emergentes están registrando intensidades superiores a las de la crisis financiera global y se están deteriorando los mercados de financiación en dólares. Para más inri, la guerra de los precios del petróleo ha agravado las consecuencias de la crisis en muchos países productores.
Por tanto, la respuesta económica debe atender a este doble reto. La temporalidad de la crisis exige un escalonamiento de las medidas. Ahora estamos en la fase de mitigación de la crisis sanitaria y de su impacto económico. Lo relevante es inyectar todos los recursos necesarios en el sistema sanitario, sostener las rentas de los ciudadanos más afectados y con menos recursos para aguantar el parón económico, y garantizar la liquidez de las empresas y de los mercados financieros. En esta etapa de sostenimiento de la liquidez, queda pendiente la inyección de recursos en las economías emergentes más afectadas por la huida de capitales. Aquí el FMI jugará un papel central y puede actuar rápido a través de sus programas de financiación de emergencia. En general, la crisis llama a la necesidad de reavivar el multilateralismo, dañado en los últimos años con la guerra comercial.
La siguiente fase será la de reconstrucción y recuperación de la actividad económica. En muchas empresas, la crisis de liquidez puede traducirse en una crisis de solvencia y será necesario sostener un intenso impulso monetario y fiscal para favorecer una rápida recuperación económica y evitar que las empresas viables puedan caer por su incapacidad de capear la recesión transitoria. El debate que viene se centrará en los márgenes de los que disponen las políticas fiscal y monetaria para actuar y en la necesidad de utilizar los márgenes supervisores y regulatorios contracíclicos en el sistema financiero. Dada la naturaleza global de la crisis, el mejor escenario sería una respuesta coordinada en todos estos frentes con un amplio estímulo monetario ‒en Europa será central que el BCE impida la fragmentación de los mercados financieros y de deuda soberana (es buena notica el programa de compras de activos por valor de 750.000 millones de euros anunciado el pasado 18 de marzo)‒ y también un impulso fiscal coordinado ‒incluyendo, una amplia flexibilidad en el uso de los márgenes fiscales de los países, e idealmente, en Europa, un esfuerzo fiscal común desde Bruselas.
La intensidad de la crisis exige que las respuestas en todas estas fases sean contundentes para atajar la crisis de confianza. La principal lección de la crisis financiera global ha sido la importancia de actuar con rapidez y sobrerreaccionar para generar unas expectativas favorables y, de esta manera, acelerar la recuperación. De nuevo aquí es necesario que la respuesta sea coordinada para evitar que haya una discriminación de los mercados entre países.
En las próximas semanas se sucederán varias reuniones internacionales (en formato virtual), incluyendo reuniones del G20 y las reuniones de primavera del FMI y el Banco Mundial. Dado el carácter global de la crisis y el interés común por una rápida resolución, cabe esperar una escalada de medidas económicas y una creciente coordinación internacional.