Las propuestas sobre la Unión Económica y Monetaria (UEM) que la Comisión Europea presentará el 6 de diciembre llegan en el momento de la verdad del debate sobre la unión política. Tradicionalmente, las ideas para avanzar hacia una federación de estados nación (el núcleo duro de Schäuble-Lamers de 1994, el federalismo como método de Delors o la vanguardia abierta del discurso de Joschka Fischer en 2000) fueron recibidas con frialdad en el Elíseo. Sin embargo, como expuso el presidente Macron en su discurso de la Sorbona, Francia está ahora abierta a una mayor integración. El nuevo gobierno alemán tendrá por tanto una oportunidad única (y quizá irrepetible) para desarrollar de manera plena la dimensión política del euro.
Según la información que ha avanzado la prensa, la Comisión Europea va a proponer convertir el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) en una institución europea –llámese Fondo Monetario Europeo o Fondo de Estabilización– a la que además de la asistencia financiera a los Estados Miembros en caso de crisis se le encomendaría la financiación de última instancia en el marco de la unión bancaria. Otra novedad sería la creación, a futuro, de un presupuesto para el área del euro con el objetivo de activar un mecanismo de estabilización (en forma de inversiones y de un complemento a los sistemas nacionales de prestación por desempleo), que contaría con la posibilidad de obtener financiación en el mercado mediante la emisión de deuda. Por último, este esquema estaría a cargo de un Ministro de Finanzas del euro que sería vicepresidente de la Comisión Europea y presidente permanente del Eurogrupo.
La suerte que corran estas propuestas dependerá, en gran medida, de la posición del nuevo gobierno alemán. Y esta vez no debería valer con seguir echando jarros de agua fría a propuestas que cuya ambición viene ya rebajada de origen para tratar de ganar en factibilidad. Alemania tiene que liderar, decidirse a ejercer su hegemonía, indiscutible tras la reunificación, ampliación y crisis, para exponer su visión sobre el pilar político de la UEM y confrontarla con las ideas de Francia, de España, de Italia y del resto.
Miguel Otero-Iglesias, investigador principal del Real Instituto Elcano, sostiene que la estabilidad del euro requiere la creación de un soberano, con capacidad fiscal y legitimidad democrática, una posición que contaría con sólido apoyo en la filosofía de economía política germana. El presupuesto del euro sería un paso en esta dirección. Pero es dudoso que Alemania y los Estados Miembros que comparten su visión de la UEM acepten sin más la creación de un nuevo nivel de gasto público, independientemente de que se nutra con tributos nuevos europeos (como un impuesto de sociedades armonizado), contribuciones de los presupuestos nacionales o/y la emisión de deuda pública en los mercados. Lo que pidió Schäuble en 2014 fue otorgar al futuro Ministro de Finanzas del euro la capacidad de vetar un presupuesto nacional que no tenga visos de cumplir las reglas fiscales.
Lo que necesitamos en las próximas semanas y meses es un debate franco y en profundidad, en el Consejo y en el Parlamento, que acabe con la peligrosa época de las políticas de la desunión. La unión política no es un estado sino un proceso. En los últimos años se ha dado un paso muy significativo con la cesión de la soberanía nacional sobre la supervisión y la resolución de los bancos. Conviene destacar que este paso se ha acompañado de un mecanismo explícito de rendición de cuentas del BCE al Parlamento Europeo.
Pero persisten dos obstáculos de envergadura para seguir avanzando. El primero es la dificultad de ratificar, al menos a corto plazo, cambios en los Tratados en un entorno de opinión pública menos propicio para la UE que el que vio fracasar intentos anteriores. El segundo y más importante es la ausencia de una visión compartida sobre cómo completar la UEM de una manera que beneficie a todos, norte y sur, acreedores y deudores.
Es imprescindible cambiar los términos en los que se ha conducido el debate hasta ahora. Los centroeuropeos tienen que superar la desconfianza, el relato desinformado de su supuesta generosidad y la filosofía de suma cero. Tienen que dejar de mirar a España y a Italia con el prisma de la debacle griega. Por el otro lado, convendría no introducir en este debate las palabras solidaridad y transferencias permanentes. No estamos en el debate sobre los Fondos de Cohesión. Los rescates no se hicieron por solidaridad, sino por estabilidad. Y además se pagaron a escote. Se trata de asumir que hemos decidido tener una moneda y un esquema de control del sistema bancario comunes y que urge adoptar las decisiones institucionales necesarias para que funcionen bien y faciliten la estabilidad, el crecimiento económico y la creación de empleo en toda el área del euro.
Las propuestas de la Comisión, si se confirman en la línea anunciada, pueden ser un buen impulso, con la idea de recuperar esa visión compartida que es fundamento de las políticas de unión. La comunitarización del MEDE es una medida inteligente para construir sobre lo que ya tenemos. No tanto por la parte de asistencia financiera, que a pesar de su protagonismo reciente tenderá a perder importancia en el futuro. Sino por ser el elemento de cierre de la unión bancaria. Para cumplir esta función no necesitaría ampliaciones inmediatas ni de las aportaciones de capital de los Estados miembros ni de la capacidad de préstamo. De hecho, el esquema de financiación del MEDE es el mismo que aplican el BEI o el Banco Mundial. Los recursos que comprometen Alemania y el resto de Estados miembros están limitados y se apalancan con la emisión de deuda. Ahora bien, será necesario adoptar la regla de la mayoría cualificada para decidir sobre el uso de los recursos (como ya sucede en las instituciones citadas) y someterlo a un mecanismo exhaustivo de control por parte del Parlamento Europeo. En la UE la unanimidad nunca ha conducido a la unidad. No podemos arriesgarnos a que, en medio de una crisis financiera en el futuro, los bomberos tengan que estar pendientes de 19 parlamentos antes de abrir la llave del agua.
Merkel ya dio su apoyo a la Unión Bancaria en el Consejo Europeo de junio de 2012. Alemania no tendrá credibilidad en el debate sobre el futuro del euro si no es capaz de cumplir sus compromisos políticos.
La construcción de un presupuesto federal para el euro será un proceso largo y necesariamente gradual. Los programas de estabilización que financie tendrán que diseñarse con sumo cuidado y contando con el apoyo unánime del Consejo y el voto favorable del Parlamento Europeo, aunque su activación también tendría que sujetarse a mayoría cualificada. Estos programas deberían ir creciendo en ambición a medida que las divergencias macroeconómicas entre los Estados miembros resultado de la crisis vayan menguando. El ritmo de avance será tanto mayor cuanto más se progrese en reducir la deuda respecto al PIB en los países más endeudados, más profundas sean las reformas económicas y sociales nacionales y cuanto más riguroso sea el cumplimiento de las reglas fiscales.
Un aspecto esencial que deberá delinearse antes de que llegue el futuro presupuesto del euro es el del control del gasto y de su financiación y la rendición de cuentas al Parlamento Europeo. Mientras los montos que se manejen sean moderados, se podrían seguir los procedimientos ya rodados del presupuesto comunitario. Pero a medida que vaya aumentando, habrá que pensar en mecanismos específicos y en una manera de adecuar el ámbito parlamentario al de los países miembros del euro, ya sea con una subdivisión dentro del Parlamento Europeo o incluso, a más largo plazo, con la creación de una instancia parlamentaria del euro. Quizá el Brexit pueda hacer que esta distinción se vuelva menos perentoria.
¿Y la temida mutualización de la deuda? Conviene recordar que Macron mencionó en su discurso que no estaba pensando en mutualizar deudas pasadas. Como es lógico, el lado del pasivo del presupuesto federal irá dando paso a la creación de un activo sin riesgo europeo, emitido por el Fondo de Estabilización o FME, aunque tardará en alcanzar un tamaño que permita aprovechar las ventajas de un mercado de deuda común en euros. Aunque parezca paradójico, la mutualización solo tendría que volver a este debate si Alemania planteara el control de los presupuestos nacionales desde Bruselas. Tras el Pacto Fiscal intergubernamental por el que se consagró como regla el equilibrio presupuestario en términos estructurales, y con un presupuesto federal que durante mucho tiempo será necesariamente pequeño, solo tendría sentido ceder lo que queda de soberanía fiscal nacional si se acepta a cambio poner en común la emisión de deuda.
En definitiva, el soberano del euro no surgirá de una cumbre franco-alemana ni de un golpe de varita en una madrugada de un Consejo Europeo. Se tendrá que forjar paso a paso, como siempre en la construcción europea. Lo más útil que se puede hacer ahora es completar la Unión Bancaria, arreglar los cimientos y poner las primeras piedras.
En colaboración con Agenda Pública