En una conferencia de prensa en 2010, Trichet se lamentó de que los modelos macroeconómicos convencionales le habían abandonado durante la crisis. Greenspan ya había admitido dos años antes ante el Congreso que había encontrado un fallo en su modelo de la economía. Estas dos inusuales muestras de sinceridad por parte de dos banqueros centrales ortodoxos ejemplifican el desgarro que supuso la crisis para la macroeconomía. Lo que ocurrió fue lo más cercano a un experimento natural y la teoría convencional, materializada en estos modelos, simplemente falló.
La macroeconomía se encuentra desde entonces en estado de efervescencia crítica, con nuevas perspectivas de investigación y crecientes discusiones sobre el método.
Hace unos meses, un vitriólico artículo de Paul Romer, padre de la teoría del crecimiento endógeno, volvió a hacer subir las burbujas. Denunciaba la regresión científica en la que se había embarcado la macro desde que a principios de los ochenta surgieran los modelos de equilibrio general dinámico estocástico (EGDE). A su juicio, tanto los modelos neoclásicos iniciales como los modelos de nueva economía keynesiana posteriores (que introdujeron imperfecciones en el funcionamiento de los mercados) acabaron sucumbiendo ante el problema de identificación, que se afronta al tratar de inferir los parámetros del modelo estructural a partir de la distribución de probabilidad de las variables observadas. Siguieron utilizando supuestos alejados de la realidad, tanto en su concepción microeconómica (cómo y en qué marco toman sus decisiones los agentes) como en los instrumentos para estimar los parámetros (calibración, métodos bayesianos); pero además lo hicieron de manera más opaca que sus antecesores. La crítica tiene miga, pues recordemos que la revolución de las expectativas racionales fustigó a los modelos macro keynesianos tradicionales precisamente porque sus parámetros no eran realmente estructurales (al variar con los cambios en las políticas económicas).
El resultado, a juicio del ahora economista jefe del Banco Mundial, es una macro post-real, con modelos sofisticados que contradicen alegremente aspectos básicos del funcionamiento agregado de las economías.
Varios economistas de la vertiente neokeynesiana de la ortodoxia han saltado a la palestra (el más venerable, Blanchard y uno de los jóvenes, Ricardo Reis). Admiten algunas de las críticas, pero destacan la evolución de los modelos de EGDE y defienden su vigencia. El problema que denuncia Romer se estaría corrigiendo en los últimos años, con modelos que incorporan de manera explícita el sistema financiero, agentes heterogéneos no sujetos a la hipótesis de expectativas racionales y la incertidumbre. Al mismo tiempo, los equilibrios múltiples y las dinámicas no lineales generados por este mayor acercamiento a la realidad (las esquinas oscuras de las que habla Blanchard) se pueden abordar de manera más satisfactoria gracias al desarrollo de herramientas analíticas y computacionales más potentes.
No hay duda de que las mejoras, refinamientos y ampliaciones de los modelos de EGDE deben ser bienvenidas. Hay mucho conocimiento acumulado en este programa de investigación que conviene no despreciar y una reforma manteniendo los cimientos puede ser una manera razonable de progresar.
Ahora bien, el debate no se acaba aquí. Hay economistas que sostienen que la incapacidad de la macroeconomía para entender la crisis hunde sus raíces en los fundamentos de la teoría y los modelos. Y que es necesaria una visión alternativa que, partiendo de supuestos más cercanos a la realidad, se plasme en modelos macroeconómicos distintos a los de EGDE. Bienvenidos a los modelos basados en el agente (MBA).
La concepción de la economía que subyace estos modelos es orgánica, no mecánica como la de los modelos de EGDE. La diferencia tiene que ver con la consideración del tiempo y la incertidumbre. No existe una realidad única objetiva (ni por tanto un modelo único estructural); la economía está cambiando de manera constante y la incertidumbre es fundamental: los agentes tratan de entenderla, pero no existen las probabilidades objetivas a las que todos puedan converger, al menos a priori. Por ejemplo, los datos históricos sobre la distribución de los precios de las acciones nos pueden ayudar a hacernos una idea sobre qué sucederá en 2017 con el IBEX. Pero hay muchas formas de interpretar esos datos y en el mercado hay muchas maneras distintas de formar esa expectativa.
Frente a la racionalidad exorbitante de los agentes en los modelos de EGDE (tienen que conocer los valores esperados de las variables en el futuro y la utilidad que derivarán de su consumo) aquí los agentes tienen racionalidad limitada. Aplican reglas de decisión de acuerdo a la información de la que disponen, aprenden y tratan de evitar los errores sistemáticos, sufriendo sesgos derivados de la emoción o de la interacción con otros agentes.
La consecuencia fundamental de esta aproximación es la heterogeneidad de los agentes. Frente a la tendencia a subsumirlos en un agente representativo, en los MBA existen distintos tipos de agentes con conjuntos de elección, características y reglas de decisión distintos. La interacción repetida de estos agentes en el mercado, su adaptación y aprendizaje es lo que distingue la dinámica de los MBA frente a la de los modelos de EGDE. En vez de asumir el equilibrio como una restricción, y seguir el esquema de que los intercambios solo se producen al llegar al equilibrio, en los MBA las transacciones se producen a precios de desequilibrio y existen distintas trayectorias. Lo interesante es el estudio de estas trayectorias para saber en qué condiciones convergen hacia un equilibrio estable y cuándo pueden dar lugar a bifurcaciones que suman a la economía en una fase de inestabilidad explosiva.
Es difícil exagerar la importancia que tiene la consideración explícita de la heterogeneidad en la macroeconomía. Es esencial para explicar la inestabilidad en los mercados financieros. Es esencial para estudiar la desigualdad y sus efectos macroeconómicos. Es también imprescindible para entender el comercio internacional y el crecimiento de las empresas.
Una diferencia a mi juicio muy importante respecto a los modelos de EGDE es el carácter endógeno del ciclo. En gran parte de la macro ortodoxa las fluctuaciones de la producción, el empleo y el nivel de precios se explican con choques exógenos (tecnológicos, de política monetaria o fiscal, de aversión al riesgo o incluso de incertidumbre). Después hay múltiples mecanismos de propagación de estos choques que dan forma al ciclo. Habiendo observado con bastante atención lo que ha ocurrido en la economía y el sistema financiero globales desde hace quince años, mi impresión es que las fuerzas que rigen la dinámica son endógenas. Y tienen que ver con la combinación en un entorno de incertidumbre de la racionalidad limitada, los fallos de coordinación acumulativos y la generación de progreso tecnológico.
El empeño en alumbrar los engranajes que generan los ciclos y relacionarlos con el crecimiento a largo plazo es compartido por muchos de los economistas que defienden una visión alternativa. De hecho, los MBA están facilitando la convergencia de tres corrientes de economía heterodoxa: el evolucionismo (Darwin aplicado a la economía, para abreviar), la economía de la complejidad y la economía post-keynesiana (un buen artículo reciente que repasa el estado de la cuestión desde esta óptica es Fagiolo y Roventini, 2017).
Los MBA no están exentos de problemas: tienen también un número elevado de parámetros y su contrastación empírica completa es muy difícil. Obviamente no son deterministas pues asumen desde el principio sus limitaciones para describir un sistema adaptativo complejo como es la economía. Pero son ya una herramienta útil, que puede ser alternativa y también complementaria a los modelos de EGDE. El desarrollo de esta otra forma de hacer macro nos ayudará a que cuando llegue la próxima crisis, a nuestros banqueros centrales los modelos no les abandonen.