Trump y los mercados

Muy pocas veces en el ámbito de la Economía uno puede hacer predicciones con cierto grado de certidumbre. Una de ellas fue hace años, cuando aseguramos que el Brexit era una pésima idea económica, ya que ningún país puede sustituir una plena integración en un mercado único durante cuarenta años por un simple acuerdo de libre comercio. Otra la adelantamos hace pocas semanas, al comenzar el presidente de Estados Unidos su guerra arancelaria, cuando afirmamos que era un suicidio económico y que “si las instituciones no son capaces de imponer cordura a Trump, serán los mercados, hartos de la incertidumbre, los que se encarguen de hacerlo”. Eso es precisamente lo que acaba de ocurrir.

Porque los efectos económicos de los aranceles, como los del Brexit, no tienen nada que ver con la ideología. Son los que son: no van a conseguir una recaudación suficiente, van a incrementar los precios de muchos productos de primera necesidad y los costes de producción, van a reducir la competitividad empresarial, no van a devolver empleos de calidad a Estados Unidos, y generan una brutal incertidumbre.

Económicamente uno puede decidir suicidarse como le parezca. Lo que no puede es negar la realidad, y la realidad es que los aranceles dañarán gravemente a la economía de EE. UU. La ideología solo se manifiesta en la justificación de lo injustificable: al igual que hubo defensores de las bondades económicas del Brexit, también los aranceles de Trump han encontrado sus adeptos.

Así, primero hubo quien dijo que los aranceles eran simplemente la justa respuesta al proteccionismo del resto del mundo. En realidad, la “fórmula” del “arancel teórico” aplicado por el resto del mundo (que se supone que incluía la manipulación cambiaria y otras barreras no arancelarias) era simplemente el cociente entre el déficit bilateral con el país y las importaciones de dicho país. Una forma absurda de decir que, cuando un país tiene una balanza comercial positiva con EE. UU., es porque está protegiendo su mercado, y no porque es muy competitivo o porque la globalización consiste precisamente en la especialización (de hecho, en servicios EE. UU. tiene superávit con prácticamente todos los países del mundo, de modo que todos le deberían poner un arancel). De nada sirvió explicar que el arancel medio ponderado aplicado por la UE a EE. UU. era simplemente del 1,7%, algo mayor que el que aplica EE. UU. a la UE. Los creyentes son inmunes a los datos.

Cuando el argumento de la reciprocidad se fue desvaneciendo y los mercados bursátiles y de deuda comenzaron a hundirse, entró en juego la hipótesis de la “jugada maestra”. Forzando el argumento de Stephen Miran (presidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump) de que el dólar está sobrevaluado debido al coste de servir como moneda de reserva mundial (lo que impulsa su demanda en cualquier circunstancia), comenzó a escucharse que todo era un plan perfectamente diseñado por los genios de la Casa Blanca para hundir la economía estadounidense, forzar una bajada de tipos de interés y abaratar los más de 9 billones de duda que EE. UU. debía refinanciar en 2025. La verdad, una cosa es que el gobierno de EE. UU. quiera tipos más bajos y otra muy distinta que para ello sea imprescindible provocar una recesión global. Primero, porque si hundes la economía hundes la recaudación, y es muy probable que tu déficit y tu deuda aumenten y tengas menor capacidad de repago. Para eso habría sido mucho más eficiente subir los impuestos, sin necesidad de entrar en guerra comercial con el resto del mundo (los aranceles son un impuesto, pero a las importaciones, por lo que son mucho más distorsionantes). Una prueba irrefutable de que esta teoría de la conspiración es absurda es que el propio Trump se hizo eco de ella retuiteando en su red social un vídeo en el que se “desvelaba” este maquiavélico plan. Vamos, que quiere hundir la economía, pero en vez de decirlo directamente o negarlo radicalmente, deja que un tuitero misterioso lo descubra ante el mundo.

De hecho, ni siquiera este supuesto plan le estaría saliendo bien, o solo a medias, porque la recesión parece cada vez más evidente pero los bonos del tesoro estadounidense a 10 años no se están abaratando, sino encareciendo.

¿Qué está ocurriendo con el bono estadounidense, cuya rentabilidad roza el 5%? Probablemente una mezcla de varios factores: la necesidad de vender bonos para para hacer frente a un reajuste de garantías (margin calls), o el hecho de que la volatilidad en los mercados de bonos lleva a ventas masivas por parte de los hedge-funds, generalmente muy apalancados, o ventas considerables de gestores de Japón. También ha habido rumores de ventas masivas por parte de China, pero no está claro y por el momento no parece demasiado probable, al menos por dos razones. Primero, porque la capacidad de China de dañar estratégicamente a Estados Unidos vendiendo sus bonos está sobreestimada: China tiene unos 750.000 millones de deuda estadounidense, algo menos del 3% del PIB, lo que es una cantidad elevada, pero nada que no pueda absorber la Fed si hiciera falta (como ya hizo en 2020). Segundo, y más importante, porque una venta masiva de deuda estadounidense obligaría a retirar yuanes del mercado, apreciando la moneda, y eso es lo último que querría ahora China, perjudicar aún más sus exportaciones. De hecho, quizás ocurra justo lo contrario, que China fuerce una depreciación de su moneda, lo que apreciaría el dólar y pondría en dificultades a EE. UU. Por el momento parece más probable que China se limite a reaccionar con aranceles, restringir la exportación de tierras raras (disprosio, samario, lutecio, gadolinio, escandio, terbio e itrio han entrado a formar parte de lista de control de exportaciones desde el 4 de abril) o quizás a dañar a inversores estadounidenses.

En cualquier caso, la presión de los mercados (sobre todo los de bonos) ha terminado por doblegar a Trump, que el 9 de abril decidió pausar durante 90 días la aplicación de aranceles por encima del 10%, salvo para China, a quien impondrá un prohibitivo 125%. La UE se ha salvado por no haberse precipitado en su respuesta (ya había decidido sus aranceles de represalia, pero no estaban en vigor). La decisión implica tres cosas:  primero, que Trump comienza a tener miedo a los mercados (y eso es una buena noticia); segundo, que aún estamos a tiempo de recobrar la normalidad (esta crisis, a diferencia de la de 2018, se debe a factores plenamente controlables y por el momento reversibles); y tercero, que la incertidumbre no ha terminado, ya que nadie sabe qué va a pasar dentro de 90 días, y por tanto nadie va a invertir en los próximos 90 días. Mientras tanto, no nos queda más remedio que cruzar los dedos y esperar que los mercados se tranquilicen.

 

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