La campaña de Napoleón a Egipto y Siria en el último suspiro del siglo XVIII supuso, entre otras cosas, la incorporación masiva de la ciencia a las expediciones militares. A pesar de que desde el punto de vista geoestratégico y militar los réditos fueran escasos y se considere hoy en día que la misión denominada civilizadora no consiguiera tampoco sus objetivos, hubo logros científicos considerables (no hay más que recordar la archiconocida piedra de Rosetta) y el modelo fue posteriormente asumido en la colonización europea de África y Asia de la segunda mitad del XIX. Desde el punto de vista del acercamiento de la ciencia a las nuevas realidades sociales y geográficas, la campaña supuso el punto de partida de la sustitución de la figura del académico del Antiguo Régimen por la de un científico más preocupado por el progreso.
De manera similar, la hipótesis de la trampa de la pobreza que Jeffrey Sachs formuló a principios del siglo XXI puede verse como uno de los puntos de partida de la implicación de los economistas en la cooperación al desarrollo, después de varias décadas de acción voluntarista y sin base investigadora suficiente. La idea, que seguía cargando la responsabilidad de la salida de la pobreza en el incremento de la oferta, permitió fantasear por un tiempo (especialmente a las brigadas de trabajadores de la cooperación) sobre la erradicación de la pobreza en el corto plazo. Por desgracia, una consecuencia obvia de la potencia de aquella formulación fue la negación de la compleja casuística que encierran los contextos de falta de desarrollo a escala global.
La realidad es que hay situaciones donde las trampas de desarrollo no se identifican forzosamente con trampas de pobreza. Es decir, aquellas situaciones en las que la pobreza actual es la causa de la pobreza futura), representadas como áreas sombreadas en la ya clásica gráfica en forma de S de Duflo y Banerjee (Figura 1), que en su diagonal representa una riqueza presente y futura equivalente, y donde un impulso externo inicial podría marcar una diferencia apreciable. Supongamos, por ejemplo, una economía encerrada en un cuadrilátero, relativamente pequeño, de unos 40 km de largo por 10 km de ancho. Hablamos de una superficie similar a la de Andorra, algo más de la mitad de Luxemburgo o el triple que Liechtenstein. La diferencia con estos territorios es que asumiremos que nuestro cuadrilátero lleva un tiempo siendo una economía cerrada (por ejemplo, sometida a un bloqueo por sus vecinos), lo que evidentemente provocará un deterioro de las condiciones de vida dentro del cuadrilátero. Como forma de bloqueo, imaginemos un cierre físico, una verja alrededor del perímetro, que impida una circulación masiva de bienes, servicios y personas en ambas direcciones.
Si Napoleón hubiera visitado este cuadrilátero, no habría tardado en darse cuenta de que este contexto condiciona su nivel de desarrollo, provocando el paulatino alejamiento de su economía de las que lo rodean (recordando irónicamente su política del sistema continental). No solo la renta per cápita se ha paralizado por el aislamiento de la economía, sino que su nivel de desarrollo está estancado, retrocediendo (supongamos) entre 10 y 20 puestos en el IDH, quedándose varado literalmente en el umbral del desarrollo humano alto. Como ya no estamos en el siglo XIX, la cooperación ha puesto en marcha algunos programas para combatir la trampa de la pobreza del cuadrilátero, con un enfoque ortodoxo que busque aumentar la oferta de desarrollo para proveer necesidades sociales básicas y aumentar las oportunidades productivas de la población. El problema es que no se han apreciado modificaciones de los indicadores durante su actuación.
Previamente, debería haberse analizado si el cuadrilátero se enfrenta a una evidente trampa de la pobreza (las expectativas iniciales son que los pobres, pobres son, y se comportan en todos lados de la misma manera) o, por el contrario, constatar que se está delante de un error de interpretación de lo que no es una trampa de pobreza, sino otro tipo de trampa de desarrollo. Los análisis realizados, mediante estudios de campo aleatorizados u otros, nos ofrecerán algunas conclusiones sobre las interacciones de la oferta y la demanda en la provisión de bienes o servicios públicos globales, lo que a su vez nos dará pistas sobre el tipo de trampa de desarrollo.
En nuestro cuadrilátero, estas respuestas van a conducir a conclusiones poco compatibles con la idea de subir peldaños mediante apoyos financieros concretos como estrategia viable. Dos pistas básicas nos ayudan a comprender por qué. En primer lugar, por el hecho de que nuestro cuadrilátero, como no viene de una situación de pobreza estructural, tiene unos indicadores básicos de salud y educación mucho mejores (muy cerca de un IDH alto) que los de comunidades dónde las trampas de la pobreza imperan. En segundo lugar, la actuación de la cooperación internacional, muy centrada en el lado de la oferta, es incapaz de cubrir la demanda real de desarrollo. A pesar de que la oferta (mediante subvenciones y donaciones, microcréditos, préstamos u otros) en salud, educación o empleo, busca incrementar los incentivos que las familias tienen para invertir en su futuro, no logra contribuir a que los ingresos futuros sean más altos que los actuales. Es más, no obedece a esa estrategia de subir peldaños, sino que parece más bien que, mediante pequeños impulsos reiterados, buscan comprar tiempo hasta que el contexto cambie, aunque no sepan cómo ni cuándo podría cambiar.
Esto no parece compatible con una trampa de pobreza. Su gráfica de pobreza actual/pobreza futura es ligeramente diferente de la anterior, en olas diagonales bastantes planas (Figura 2). Aparecen áreas sombreadas (episodios de mayor vulnerabilidad), intercaladas con otras donde los ingresos futuros crecen y decrecen ligeramente y por poco tiempo con las inyecciones recurrentes de ayuda, pero no pueden ser vistas como impulsos que permitan subir definitivamente peldaños… hasta que el contexto cambie. Si desaparecieran las excepcionales condiciones del contexto podría retomarse la vía del desarrollo con otras estrategias, seguramente menos dependientes del aumento de la oferta.
Y dirán, ¿por qué es importante conocer el tipo de trampa a la que se enfrenta el cuadrilátero? Porque en contextos de falta de desarrollo diferentes las estrategias deberían ser diferentes. Es decir, a falta de soluciones mágicas sobre la erradicación de la pobreza, debemos diseñar estrategias,con las dosis adecuadas de oferta y capaces de atender parcialmente la demanda, según el caso. Evitando, de paso, los inútiles debates (en la época en que la trampa de la pobreza se puso sobre el tapete) sobre la primacía de una de ellas en la cooperación al desarrollo.
Las situaciones de falta de desarrollo son más complejas de lo que la opinión pública y los estrategas de las instituciones de desarrollo están dispuestos a asumir. Esto último se traduce en una debilidad en el análisis sobre los contextos en los que opera la cooperación al desarrollo y dificulta, aún hoy en día, la selección de herramientas adecuadas en la batalla del desarrollo. Por eso es tan importante que la investigación económica se sume definitivamente al estudio de las trampas de desarrollo, tanto para establecer una clasificación tipológica más completa, como para, a semejanza de la campaña napoleónica, cambiar definitivamente el paradigma y contribuir a un enfoque menos voluntarista y más racional. Algo que vendrá bien a nuestro cuadrilátero, donde el contexto es casi todo, y a la complejidad de la economía del desarrollo.