En la reciente Celebración en Abidján de la segunda Conferencia sobre la Emergencia en África organizada por el PNUD, el objetivo de la mayor parte de los países asistentes era poder entrar en un plazo relativamente corto en la clasificación de país emergente. Los líderes africanos daban definiciones genéricas de lo que se considera por este término: aquel que tiene una elevada tasa de crecimiento del PIB, que se diversifica, que ve aumentar sus infraestructuras, que ve crecer la clase media, y que desarrolla los servicios sociales como la salud y la educación en el marco de una economía abierta. El Presidente de Costa de Marfil, anfitrión de la conferencia, citaba entre las risas de los asistentes la respuesta de un ciudadano en una encuesta: “Emerger es cuando tienes la cabeza dentro del agua y la sacas”
África parece estar sacando la cabeza del agua, aunque siempre es desaconsejable generalizar al hablar de un continente con tantas realidades distintas.
Dentro del crecimiento estimado del 3% en 2016 para el conjunto de África y una previsión del 3,8% para 2017 (datos del FMI), existen algunos países con una trayectoria reciente más brillante, como es el caso de Ruanda, Costa de Marfil, Etiopía o Ghana. Sin embargo, aunque se han hecho progresos en materia de desarrollo humano, (según el informe del PNUD de 2016 Etiopía, Ghana, Mali, Níger, RDC, Senegal y Zimbawe son algunos de los países que han progresado más rápidamente en este sentido), en gran parte de ellos es generalizado el diagnóstico de un crecimiento que no se deja sentir en el bienestar de la mayoría población. ¿Por qué? Como dice Manuel Moreno en su reciente entrada en este blog, el objetivo de política económica de crecimiento del PIB ha de ir acompañado de medidas para su redistribución, más todavía en países donde la desigualdad alcanza límites insoportables.
Sin embargo, el papel que se otorga al sector público en este camino de la emergencia es, en general, el de facilitador de un entorno favorable para la actividad empresarial. En la mayor parte de las estrategias de desarrollo de los países africanos, es el sector privado quien tiene que tener el protagonismo clave en el crecimiento. Se apuesta con gran énfasis en la utilización de los esquemas de partenariado público privado (PPP) para la construcción de insfraestructuras de transporte, de energía o de salud, pero en muchos de ellos no se asegura el mínimo de inversión del estado. En ámbitos como la prestación de servicios básicos como la recogida desechos urbanos, algunos gobiernos apelan a la solidaridad y responsabilidad ciudadana para resolver los problemas de gestión pública.
En este sentido, la posibilidad de intervención pública en estas áreas clave está muy limitada por la insuficiencia de recursos fiscales. La media de ingresos públicos en el conjunto de países africanos respecto al PIB fue en 2015 del 18,6%, (African Statistical Yearbook, 2016). Sorprende, por tanto, que en indicadores de tanta relevancia para los países emergentes como el Doing Business, se siga dando puntos positivos para avanzar en la clasificación a aquellas economías que reducen los impuestos a las empresas.
En todo caso, a la hora de abordar la transformación inclusiva y duradera en estas economías en su camino a la emergencia, se está centrando la atención en cómo favorecer la industrialización del continente para que pueda crear empleo, confiando en que se generen así los recursos que permitan reducir la pobreza. En la mencionada conferencia se contaba con la presencia de ministros de países con éxito en el proceso de emergencia, como China o Vietnam, para conocer sus experiencias. No obstante, como se argumenta en un reciente estudio del FMI (Fox, Thomas y Haynes, 2017), el modelo de los países de Asia no se puede extender a África, porque en el caso de los asiáticos se produjo un crecimiento rápido en sectores de muy alta productividad y muy generadores de empleo. En cambio, la reciente experiencia africana muestra que el traslado de la mano de obra excedentaria de la agricultura se está haciendo a los servicios de muy baja productividad. Según argumenta Rodrik en este estudio, ello es así porque la transformación estructural en este continente se está generando desde la demanda: los ingresos crecientes de la población rural se gastan en mercados informales de pequeñas y medianas empresas de la economía informal con muy reducida productividad. Además, es necesario tener en cuenta que la transición demográfica en África está siendo lenta, con una tasa de crecimiento de la población todavía muy elevada, lo que hace más difícil la transformación estructural del empleo.
La solución pasaría por identificar nichos generadores de empleo en los sectores más modernos que puedan llevar a la adopción de nuevas técnicas y la acumulación necesaria de capital para un crecimiento de la productividad sostenible. Para ello, se recomienda en general apostar por la industria agroalimentaria, las tecnologías de la información y la comunicación y las manufacturas, en particular el textil y el calzado. Pero como también recordaban algunos expertos en la mencionada conferencia, lo fundamental para tener resultados en esta transformación estructural es disponer de instituciones de calidad y de excelentes directivos e ingenieros, y esto lleva su tiempo. Más aún cuando, a pesar de los avances, la tasa de analfabetismo es todavía del 37% de media en el continente.
Puede ser, por tanto, que el camino a la emergencia en África sea un poco más dilatado en el tiempo de lo que se espera, sin crecimientos excepcionales de la productividad. Pero para ser sostenible debe resultar de una apuesta decidida de los gobiernos africanos por reformar las instituciones e invertir en educación, salud y servicios básicos como el agua, la energía y la gestión de residuos, pues la generación de empleo a partir de los motores identificados de crecimiento no será suficiente para garantizar la mejora en la calidad de vida de la población.