La brecha de los datos en África (II): Dinámicas espaciales

Una de esas cosas sobre las que giraba el mundo de Georges Perec era el concepto dinámico de habitante urbano, ese nuevo urbanita nacido en los años 60 en Europa, descendiente mayoritariamente de emigrantes rurales, al calor del desarrollo industrial europeo posterior a la segunda guerra mundial. Le gustaba experimentar constantemente con nuevos métodos de observación y exploración urbana, fascinado por ese entorno cambiante en el que parece perdido el individuo ante la supuesta uniformidad de sus opciones vitales y que tanto cuesta delimitar a los expertos.

No es casualidad que los grandes retos en relación con la recolección de datos y muestras suficientemente significativas en materia de desarrollo aparezcan permanentemente ligados al binomio rural/urbano. Como tantos otros conceptos sometidos a la necesidad de delimitar asuntos de carácter económico o social en un determinado marco temporal, muestran la debilidad de sus costuras cuando se intentan universalizar otorgándoles un carácter marcadamente estacionario, sin tener en cuenta las potentes dinámicas de población subyacentes. En África, estos movimientos del rural al urbano han sido generalmente mal y poco estudiados (excepciones hay,  habitualmente ligadas a esto), y la gestión de datos asociada, frecuentemente ignorada y convertida en el patito feo de la ciencia demográfica africana.

Previamente a la enumeración de algunos factores que ayuden a explicar la escasa fiabilidad de la información producida en todo lo relacionado con este hecho en África, podría argumentarse que no es muy diferente la situación en, por ejemplo, Europa. Ahí los datos obtenidos en zonas urbanas son exhaustivos, recorren sin pudor a veces todas las parcelas de la actividad humana, mientras que las bases de datos con información relevante sobre las áreas rurales contienen mucha menor información, y por tanto, permiten menor capacidad de análisis sobre los mismos. Aunque pueda parecer sorprendente, hay una diferencia crucial que no debería pasar desapercibida: el dinamismo económico en el mundo urbano en la UE hace que su PIB per cápita sea superior al 120% del global de la UE, y más de vez y media el de las áreas rurales de la propia EU. Diferencia que no deja de crecer, y por tanto justifica (desde ese punto de vista) una mayor atención a la obtención de datos en entorno urbano.

Como contraste, en buena parte de los países africanos, el inicial dinamismo urbano postcolonial ha dado paso a economías urbanas dominadas por servicios no comercializables, mientras que la economía en medio rural a menudo está basada en la extracción de recursos naturales y en  la alta potencialidad agrícola que algunos países africanos están ya comenzando a hacer visible (aunque aún insuficiente si se estima en uds. de producción por ud. de superficie), bienes altamente comercializables en los mercados internacionales. Aunque estas actividades no se desarrollan por entero en el difuso mundo rural de esos países, sí es donde tiene más repercusión desde el punto de vista del empleo, por lo que la necesidad de datos que ayuden a mantener, enmendar e incluso olvidar ese tipo de políticas, no exentas de riesgo, es vital para estos países.

Es perfectamente comprensible que la definición de enclave rural y enclave urbano en Tanzania o Etiopía sean diferentes, tal y como lo es en Portugal, España o Croacia. La discontinuidad espacial que representa la diferencia entre rural y urbano tiene muchas maneras de sustanciarse administrativamente. Lo que no es tan entendible es que dentro de cada país no haya una comprensión clara de la evolución demográfica ligada a los diferentes sectores económicos del país, de las relaciones de jerarquía económica entre los diferentes asentamientos relacionados, por no hablar de su repercusión en términos de los costes y beneficios de la gestión del territorio y del aporte al PIB por unidad espacial.  Como ejemplo, debería ser evidente que muchas de las difusas aglomeraciones africanas se benefician en términos de empleo y riqueza de la producción agrícola realizada en sus límites territoriales, pero la estimación de población rural/urbana no se fundamenta generalmente en criterios que contemplen ese vector económico tan marcado.

Para comprender la magnitud del sesgo debido a la falta de datos fiables sobre distribución espacial de la población del continente, basta mencionar que la mayoría de los estudios e investigaciones sobre sus procesos de urbanización cuentan únicamente con bases de datos internacionales sobre ciudades mayores de 100.000 habitantes, esto en el mejor de los casos (UN Demographic yearbooks). Si la principal referencia internacional en la materia, el WUP World Urbanisation Prospects, considera las aglomeraciones de medio millón de habitantes como pequeñas ciudades, podemos imaginar la precariedad de la información disponible sobre empleo rural, desagregado por sectores, sexo, edad o por tipos de cultivos disponible. A esto añádase la utilización frecuente de datos secundarios aislados o avalados únicamente por 1 o 2 estudios para confeccionar los propios censos. Los resultados se convierten definitivamente en faltos de fiabilidad. Tampoco el hecho de que la mayoría de las bases de datos sean multilaterales, es decir una recopilación de las respectivas bases de datos nacionales, y no internacionales, debería ser una excusa para no avanzar en las delimitaciones de esos nuevos conceptos, y de su importante traslación a las políticas públicas correspondientes.

Para acabar de comprender el porqué de décadas de errores de apreciación sobre las previsiones de población africana, añádase, por último, las puras motivaciones de sectarismo político y electoral. Las constantes enmiendas por estas causas  (con impactos relevantes en las políticas de desarrollo) se siguen produciendo sin fin, perfectamente  representadas por el auténtico secreto de estado en el que se han convertido los censos nacionales (véase aquí la tragicomedia de los diferentes censos en Nigeria), o por la conveniencia a la hora de actualizar las bases de población para calcular el PIB (un ejemplo de esto es el reciente y espectacular aumento de la renta per cápita de Kenia, de lo que se hacía eco el propio The Economist).

Asumido todo esto, no debe extrañar que haya estimaciones de que hasta el 90% de la población urbana del continente puede estar quedando fuera de alguno de los índices estadísticos clave, mientras que la población rural sigue con la luz apagada en términos de información sobre su composición general, no digamos ya si hablamos de datos desagregados.  Esto quiere decir que los desequilibrios en términos de riqueza y asignación de recursos entre diferentes áreas del país, aunque no pasen desapercibidos para su propia opinión pública, son imposibles de cuantificar ni siquiera en sus datos más generales (PIB), y por tanto siguen opacados la mayoría de las veces en las prioridades de las agendas nacionales de transformación económica.

Afortunadamente, comienzan a comprenderse de manera más rigurosa los procesos migratorios rural/rural y rural/urbano, dando lugar a mejores aproximaciones, con conceptos más dinámicos a la hora de definir la complejidad urbana. Un magnífico ejemplo es este trabajo de Africapolis. Aquí, para ayudar a comprender mejor las cruciales variaciones en estas dinámicas migratorias, se han comenzado a utilizar con acierto dos o más fuentes de manera simultánea en las estimaciones donde las tendencias se muestran meridianamente dispares y pueden originar controversia. Recurren también a las nuevas metodologías apoyadas en el trabajo geoestadístico, datos espaciales e imágenes por satélite y teledetección, que permiten afinar en detalle la densificación paulatina de muchos de esos intersticios o discontinuidades, origen de nuevos fenómenos urbanizantes como las “megaaglomeraciones” y “desakotas”. En definitiva, innovaciones que ayudan a definir mejor la hasta ahora inaprehensible configuración espacial africana. Por citar un solo ejemplo, la fuerte densificación hasta ahora relativamente desapercibida del Sudoeste costero de Nigeria, donde la megaaglomeración de Onitsha se convertirá en el área urbana más grande de África en 2050.

Es evidente que la dicotomía rural-urbano en África está aún mal estudiada, y que este hecho está contribuyendo a generar información básica de mala calidad. Aprendamos de Georges Perec, y es que nadie supo ver como él en su momento la cotidianeidad de la nueva vida urbana ligada a la naciente cultura de mercado en la Europa de los 60, lo que le llevó a diferenciar lo rural de lo urbano no solo en términos de taxonomías sociales y espaciales, sino también de nuevas dinámicas económicas.