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El Acuerdo del Brexit o el principio de todo lo demás

Hay que ver lo que ha costado llegar al principio de todo. Porque eso es, y no otra cosa, el Acuerdo del Brexit: una posposición de la decisión del modelo de relación económica definitiva que el Reino Unido está dispuesto a mantener con la Unión Europea. Al menos, eso sí, incluye un amortiguador: en el caso de que no se llegue a ningún acuerdo, la relación mínima será la de una unión aduanera –es decir, un comercio interior sin aranceles y un arancel exterior común frente a terceros– que permitirá evitar una frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Todo lo demás está por decidir.

La delgada línea roja contra el Brexit

A mediados del siglo XIX, en pleno declive del imperio otomano, el expansionismo de Rusia desencadenó la guerra de Crimea. Allí, durante la batalla de Balaklava, un regimiento de Highlanders del ejército británico tuvo que enfrentarse a una carga de la caballería rusa. Su inferioridad numérica les obligó a agruparse en una frágil doble fila de soldados que, provistos de sus rifles y sus emblemáticas casacas rojas –útiles para disimular la sangre del combate–, consiguieron resistir el ataque. Desde entonces La Delgada Línea Roja (The Red Thin Line) se usa como sinónimo de la valentía militar británica.

La oportunidad de Meseberg

Todo empezó en el verano de 2008 cuando Hank Paulson pidió al Congreso americano con su voz grave que le dieran un bazooka para estabilizar las agencias hipotecarias. Desde entonces, se fijó la idea de que para acabar con una crisis financiera lo que se necesita es dinero, mucho dinero. Este enfoque, aplicado al área del euro, ha degenerado en un debate estéril sobre qué países pagan y qué países gastan, programas de rescate, supuestas transferencias de renta y otras zarandajas. A pocos días del Consejo Europeo que debe aprobar las medidas para que el euro se haga definitivamente grande, se aprecian indicios esperanzadores. La declaración franco-alemana de Meseberg queda lejos del gran impulso que pedimos muchos, pero abre la puerta a avances no desdeñables en la construcción de instituciones comunes para la unión monetaria.

Una función de estabilización fiscal para la UE

La Comisión Europea acaba de presentar su propuesta de una función europea de estabilización de la inversión basada en préstamos para financiar inversión pública a los países que se ven sometidos a un shock severo. En línea con su estrategia posibilista del último año, la Comisión, se centra en el menos ambicioso de los distintos esquemas de estabilización fiscal para la zona euro. Si bien es cierto que la situación política en Italia suma del lado de los que no quieren avanzar en la reforma de la UEM, apuntando aún más hacia una reforma light, como veíamos aquí, hay margen para apostar por propuestas de estabilización más ambiciosas.

¿Hacia una reforma «light» de la UEM?

El ánimo reformista parece estar apagándose en Europa. Frente al impulso francés, la nueva coalición en Alemania y los países del norte de Europa están echando jarros de agua fría a las reformas más ambiciosas que buscan establecer mecanismos comunes para contrarrestar las asimetrías entre países. Hay cierto consenso en las carencias de la UEM, pero, cuando entran en juego los asuntos del dinero, las soluciones y los tiempos para aplicarlas varían mucho. Los plazos tampoco ayudan, teniendo en cuenta que las elecciones del parlamento europeo serán en mayo de 2019. Se abren las apuestas: ¿qué reformas impulsará el Consejo Europeo de 28 y 29 de junio?

Theresa May y el Gato de Cheshire

En Alicia en el País de las Maravillas, un libro publicado en 1865 por el escritor y matemático inglés Charles Dodgson –más conocido por su seudónimo de Lewis Carroll– y que está lleno de juegos lógicos, hay un pasaje en el que Alicia se encuentra en una encrucijada con el gato de Cheshire y le pregunta qué camino debe tomar. El gato, sonriendo desde lo alto de un árbol, le responde: “eso depende en gran medida de adónde quieras llegar”.

Una conversación circular parecida fue la que mantuvieron recientemente Theresa May y Angela Merkel –según relató esta última en un encuentro discreto con periodistas durante el Foro de Davos–. Al parecer, cada vez que la canciller alemana le preguntaba qué quería, May se limitaba a responder “¿qué es lo que me ofreces?”, en un bucle infinito.

¿Hacia dónde nos lleva esta locomotora?

Son economistas brillantes; son franceses y alemanes; muchos están o han estado próximos a sus gobiernos a ambos lados del centro político, incluso formando parte de los consejos de asesores oficiales. Y se han puesto de acuerdo en un conjunto de propuestas para que ese euro nuestro deje definitivamente atrás los problemas existenciales de su adolescencia. ¡Eureka, exclaman los medios! Al fin encontramos la solución, el equilibrio entre disciplina de mercado y reparto de riesgos, entre reglas y discrecionalidad, entre el palo y la zanahoria, entre la cerveza y el vino…

Es un documento muy valioso, sin duda, escrito con esmero y rigor. Tiene también la virtud de ser pragmático, lo que, al contrario que muchos papeles previos sobre el euro, le da visos de factibilidad política. Con una posible Gran Coalición en Alemania centrada en Europa y un ministro de finanzas socialdemócrata, ofrece una hoja de ruta para transitar de la mano del presidente Macron. Aun así, después de una segunda lectura, la sensación es que nos lleva en la dirección equivocada.

Políticas de unión para el euro

Las propuestas sobre la Unión Económica y Monetaria (UEM) que la Comisión Europea presentará el 6 de diciembre llegan en el momento de la verdad del debate sobre la unión política. Tradicionalmente, las ideas para avanzar hacia una federación de estados nación (el núcleo duro de Schäuble-Lamers de 1994, el federalismo como método de Delors o la vanguardia abierta del discurso de Joschka Fischer en 2000) fueron recibidas con frialdad en el Elíseo. Sin embargo, como expuso el presidente Macron en su discurso de la Sorbona, Francia está ahora abierta a una mayor integración. El nuevo gobierno alemán tendrá por tanto una oportunidad única (y quizá irrepetible) para desarrollar de manera plena la dimensión política del euro.

Fondo Monetario Europeo: tapando agujeros

En el debate general sobre el futuro de Europa el principal frente de controversia es el que tiene que ver con cómo reforzar la financiación pública. Cuando se entra en los asuntos del dinero, al final se llega a los dos mismos baches: el principio de no rescate sustentado en los tratados de la UE y las reticencias, lideradas por Alemania, a cualquier reforma que afecte a los propios recursos de los países (a sus contribuyentes). En otras palabras: que cada país resuelva sus problemas con sus propios recursos. Reforzar el MEDE, reconvirtiéndolo en un Fondo Monetario Europeo –FME, propuesta original de Gros y Mayer, reimpulsada por la Comisión Europea‒, podría ser una solución intermedia para salvar estos obstáculos, pero debe ponerse especial cuidado en el diseño de su gobernanza y de sus políticas de supervisión y de préstamo para que permita efectivamente resolver el vacío fiscal del actual diseño de la UEM.

La ilusión europeísta se alimenta de futuro

Después de liderar a un país para ganar una guerra, Winston Churchill se presentó a las elecciones de 1945 y las perdió. Cuando ya era evidente en el recuento que los laboristas de Attlee iban a ganar la mayoría y Churchill iba a pasar la oposición, un día durante el almuerzo su mujer intentó consolarle y le dijo que, en el fondo, la derrota electoral “podría ser una bendición disfrazada”. Churchill replicó: “Pues por el momento está muy bien disfrazada”.

Quién le iba a decir a él, curtido en mil batallas, que aprendería tan tarde una de las reglas de oro de la política: los ciudadanos votan mirando hacia el futuro, no hacia el pasado. Bien lo saben en España partidos como el PCE o UPyD, que nunca vieron reflejados en forma de votos el agradecimiento de la población por sus aportaciones a la lucha contra la dictadura o a la regeneración democrática, respectivamente. Y es que, en cualquier proyecto político, el respeto por la historia o por los logros pasados suelen ser condición necesaria, pero no suficiente, para generar ilusión: un arma cuyo poder –como la poesía de Celaya– se alimenta de futuro.