Cómo acabar con los paraísos fiscales

Hubo un momento hace ocho años en el que pareció que el G20 quería acabar con los paraísos fiscales. El comunicado de la cumbre de Londres proclamó que la era del secreto bancario había terminado. La lista negra de jurisdicciones no cooperativas y la ampliación del Foro Global de la OCDE (que hoy cuenta con 139 miembros) fueron dos de las medidas adoptadas, orientadas a facilitar el intercambio de información. De manera más reciente, los casos de elusión y evasión fiscal por parte de empresas multinacionales y la publicación de los Papeles de Panamá han reavivado las iniciativas sobre justicia fiscal. Aunque ya no quedan apenas países en la lista negra, las estimaciones más fiables señalan que los activos en paraísos fiscales siguen creciendo. Los vientos políticos en Estados Unidos y el Reino Unido hacen temer además una regresión.

Homo socialis vs. homo economicus: el juego del dictador

Uno de los pilares de la ciencia económica es el constructo del homo economicus (asociado originalmente a las aportaciones de John Stuart Mill a finales del siglo XIX): un individuo que persigue su propia utilidad, al menor coste posible y actuando con expectativas racionales a partir de la información de la que dispone. Aplicando el individualismo metodológico, los comportamientos sociales se explican a partir del sumatorio de los comportamientos de los homo economicus y el libre mercado es la mejor forma de casar las utilidades individuales. Distintos desarrollos que recuperan la vinculación de la economía con otras ciencias sociales cuestionan la mayoría de estos supuestos, incluyendo que, más allá de la utilidad individual, los individuos tengamos, en esencia, comportamientos altruistas, es decir, que seamos, al menos en parte, homo socialis.

La trampa del crecimiento económico

En el debate sobre desigualdad y crecimiento hay dos mantras comunes: “primero crecer y después distribuir” (el famoso efecto goteo cercano a las tesis liberales) y “el crecimiento es condición necesaria, pero no suficiente para distribuir” (cercano a tesis más socialdemócratas). Creo, sin embargo que los dos pecan de un mismo problema. En ambos, el crecimiento económico aparece como algo positivo en sí mismo, y la desigualdad tiene un tratamiento subsidiario, en el sentido de que aparece como un condicionante a tener en cuenta únicamente en cuanto pueda afectar al crecimiento. Entre crecimiento y distribución no cabe la idea de una relación secuencial; es una relación de simultaneidad. (Me sumo así al debate abordado por este blog en estas entradas: 1, 2, y 3)

IVA, cultura y distribución de la renta

El Gobierno de España ha bajado el IVA de los espectáculos en directo del 21% al 10%. Como consecuencia, el precio final de estos espectáculos ha caído un 9% (no un 11%, como pudiera parecer). Aunque ya se publicado algún artículo al respecto, el objetivo de esta entrada es evaluar esta medida desde el punto de vista de la política económica. Para ello necesitamos analizar tres cosas: quién consumía este tipo de espectáculos, quién se ha beneficiado del abaratamiento de su precio, y si había otra forma alternativa más eficiente de conseguir el mismo objetivo.

Peligro: poder de mercado

La economía de Estados Unidos ya no crece como antes. A juicio de quienes están tomando estas semanas posesión de sus cargos en Washington, D.C. una de las principales causas es el exceso de regulación en sectores como el financiero o el energético. Sin embargo, desde meses antes de las elecciones ya se acumulaban análisis que apuntan en otra dirección. El menor dinamismo empresarial, la debilidad de la inversión o el bajo crecimiento de la productividad serían, desde esta visión alternativa, resultado de un aumento del poder de mercado. Suena paradójico, dado que el sistema de defensa de la competencia estadounidense es uno de los más antiguos y eficaces del mundo. Aunque quizá no tanto, pues las empresas siempre tratan de buscar fórmulas más sofisticadas y legítimas de dominar el mercado.

¿Qué puede hacer el G20 ante Trump?

Con la llegada de la administración Trump se ha planteado en los medios de comunicación una creciente duda sobre la capacidad del G20 para salvar la globalización. La ausencia en el comunicado de la reunión de ministros y gobernadores de marzo en Baden-Baden de una condena al proteccionismo –se ha sustituido por un “trabajamos para fortalecer la contribución del comercio a nuestras economías”–, o de un apoyo al acuerdo de París sobre el cambio climático, se han interpretado como un triunfo de la nueva administración americana. Más allá de lo simbólico de las palabras de un comunicado, ciertamente, el G20 enfrenta un reto para frenar el creciente impulso antiglobalizador (Trump, Brexit, o extremos políticos en Europa), pero, precisamente es el foro mejor equipado para hacerlo; desde su redefinición en 2008, es, ante todo, un foro útil para la gestión de crisis.

Hacia el empleo digno universal, pero sin atajos (y III)

La Unión Monetaria Europea no ha satisfecho hasta el momento la expectativa de prosperidad con la que se creó. Los últimos años han ampliado la brecha entre un grupo de países que parecen estar muy cerca del objetivo del empleo digno y otro grupo donde el paro, la precariedad y los recortes han hecho estragos. Es fácil caer en la tentación de explicar esta divergencia en clave solo de la calidad de las políticas y de las instituciones nacionales. Pero desde que pusimos en común la moneda, los países del euro formamos un área macroeconómica, de manera que solo desde el conjunto se puede atisbar el camino hacia el Empleo Digno Universal. Que pasa por corregir el pecado original de la política macroeconómica del euro, invertir más y mejor en políticas activas de empleo y profundizar el modelo de flexibilidad negociada pero reforzando la posición y la capacidad de decisión de los trabajadores.