La economía política de las pensiones

En las últimas semanas hemos vuelto a tener las pensiones en los titulares de los diarios. Su desequilibrio a medio plazo (también a corto) y las propuestas de reforma desde el gobierno han ocupado buena parte del debate económico en días recientes. Como cualquier otra política pública, las pensiones concitan dos tipos de tareas para el policy maker, nítidamente separadas (aunque confusamente denominadas): la política económica en sentido estricto (la sustancia de la medida propuesta, y su impacto en las variables objetivo) y la llamada “economía política” (cómo afecta la medida a los distintos colectivos y cómo se negocia con ellos para conseguir una combinación razonable de apoyo social y político a la medida por un lado, con el mejor resultado posible en términos de variables objetivo).

En esta entrada repasaremos de manera somera la economía política de las pensiones: los beneficiados y perjudicados por una posible reforma, qué papel juegan en la negociación y qué sesgos tiene el proceso. Como veremos, en términos de su economía política las pensiones son probablemente el problema más complejo al que se puede enfrentar un policy maker en un país desarrollado.

La respuesta del FMI a la crisis

El FMI prepara una nueva emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG) en agosto, lo que constituye el penúltimo paso en su respuesta a la crisis generada por la pandemia de la COVID-19. Hasta hora, el balance del primer tiempo, el de la respuesta directa a la crisis creada por la pandemia, es positivo, si bien el Fondo podría haber sido más ofensivo. Pero queda un segundo tiempo mucho más complicado, favorecer un crecimiento sostenible en un contexto de reducido espacio macroeconómico, sobre todo en los países de renta media y baja. La nueva emisión de DEG y el creciente énfasis del FMI en la sostenibilidad climática y la inclusión social, apuntan en la buena dirección, pero hace falta reforzar su papel como prestamista de última instancia.

Brexit: cinco años, cinco lecciones

Hace cinco años que David Cameron, el entonces primer ministro del Reino Unido, decidió lanzar un órdago a los euroescépticos de su partido y convocó un referéndum de salida de la Unión Europea, convencido de que lo ganaría. Pero los referéndums, ya se sabe, los carga el diablo, y el supuesto fin de una batalla se convirtió en el principio de otra mucho más larga y cruenta que aún no ha terminado. Cameron se marchó canturreando para dedicarse a otros negocios –en los que ha tenido aún menos éxito, si cabe–, pero todos estamos todavía pagando los efectos de su irresponsabilidad.

Quizás es un buen momento para sacar algunas lecciones.

La asignación de DEG y los límites nacionales de la política monetaria global

Este verano se va a aprobar una asignación general de Derechos Especiales de Giro (DEG) por valor de 650 mil millones de dólares para todos los países miembros del Fondo Monetario Internacional. Es un volumen considerable, muy superior a los 250 mil millones de dólares aprobado en 2009 en respuesta a la crisis financiera. Como política económica cumple los refranes de que “más vale tarde que nunca” y “más vale poco que nada”.

Emitir confianza

En la misma semana la Comisión Europea ha lanzado una primera emisión de bonos Next Generation EU por valor de 20.000 millones de euros con vencimiento a 10 años, que ha tenido una excelente acogida en los mercados (con una demanda siete veces superior), y ha anunciado la aprobación del Plan de Recuperación y Resiliencia de España. Si el Consejo de la UE, como es previsible, aprueba la propuesta de la Comisión, pronto España dispondrá de fondos y podrá comenzar a ejecutar proyectos… y reformas.

La vacunación como bien público global

Esta semana los líderes del Banco Mundial, FMI, OMC y OMS han firmado una carta abierta conjunta en la que alertan de la flagrante desigualdad en el acceso internacional a las vacunas y hacen un llamamiento a la comunidad internacional para acelerar el proceso de vacunación y cobertura sanitaria en todos los países, como la mejor vía para contener la pandemia, lo que solo se conseguirá si se hace a escala global. Se trata de una iniciativa sin precedentes que se basa en el documento de trabajo de la economista jefe del FMI, Gita Gopinath, junto con Ruchir Agarwal, en el que estiman un coste de 50 mil millones de dólares para conseguir contener la pandemia a partir de la vacunación del 60 por ciento de la población mundial para finales de 2022, así como una adecuada provisión de material médico y de pruebas diagnósticas a escala global.

La transición energética también tiene costes

En el último artículo hablábamos de la necesidad de tratar a los ciudadanos como adultos a la hora de acometer transformaciones productivas o regulatorias, que implican siempre ganadores y perdedores. Pues bien, en los últimos días hemos tenido ocasión de comprobar cómo, una vez más, tras años de hablar de las ventajas de la lucha contra el cambio climático sin mencionar claramente sus costes, cuando la realidad se manifiesta en forma de subida de la factura eléctrica, los ciudadanos se sorprenden. Para mal, claro. El problema es que, si queremos que la transición climática –uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta España– tenga éxito, más nos valdría empezar a hablar desde ahora mismo de sacrificios, costes de ajuste y medidas de compensación.