Estar feliz y ser feliz

El análisis de la felicidad suele distinguir entre dos tipos de felicidad muy distintos: la “evaluada” o recordada (ser), es decir, cómo evaluamos nuestra vida, la historia que nos contamos sobre ella, y la “experimentada” (estar), referida a la frecuencia e intensidad de las sensaciones (como alegría, estrés, tristeza, afecto) que vivimos en el día a día. La recordada es más determinante en nuestra toma de decisiones y, sin embargo, no es sensible al tiempo real de felicidad que nos reporta (lo infravalora). En línea con la propuesta de resolución de año nuevo de 2018 (menos maximizar y más satisfacer), para 2019, recordando lo que nos dice la teoría de la felicidad y recurriendo al refranero, una posible resolución sería: maximizar cuantitativamente los pequeños momentos de felicidad (maximizar los momentos de estar feliz).

Daniel Kahneman sintetizaba en una TED Talk los principales elementos de la teoría de la felicidad (recogidos con más detalle en Pensar rápido, pensar despacio). El análisis de la felicidad plantea varias dificultades vinculadas a su carácter multidimensional –tanto por los múltiples factores que inciden en la felicidad, como por sus distintas concepciones, incluyendo la diferencia entre su concepción experimental y valorativa–, y a los sesgos a los que estamos sujetos los individuos al evaluarla, que nos impiden hacer una valoración objetiva de la felicidad.

La felicidad evaluada viene a ser la que trasmitimos cuando respondemos a la pregunta sobre nuestro grado de felicidad. Como todos los relatos, la historia que nos contamos de nuestra vida es una síntesis de lo realmente vivido, cuyo valor no reside en la fidelidad de la descripción de la realidad, sino en el impacto y la consistencia del relato. En este sentido, en los relatos nos centrarnos en los momentos significativos y en los finales de nuestras experiencias, sin tener en cuenta el tiempo que les hemos dedicado. El ejemplo clásico es el de la memoria de los pacientes sobre las colonoscopias sin sedación. Pacientes que tuvieron procedimientos cortos, en general poco molestos, pero para los que la fase final del procedimiento fue más desagradable, la recuerdan como un procedimiento más molesto que otros pacientes que objetivamente habían tenido una peor experiencia de un procedimiento largo, en general molesto, pero para los que los últimos minutos fueron menos molestos.

Esto es extensible a cualquier experiencia, la recordamos mejor o peor en función de los cambios significativos y de su final. Ocurre, por ejemplo: cuando un matrimonio es evaluado en función de una mala ruptura final sin tener en cuenta posibles múltiples años de satisfacción, en la sobrevaloración de momentos de afecto en una larga relación de maltrato, el cuestionamiento del ciclo vital por un empeoramiento de la salud al final de la vida, la evaluación de una vacación por un infortunio concreto (rotura fibrilar el último día de esquí o timo en un almuerzo) o enjuiciar un largo encuentro social satisfactorio por la salida de tono puntual de un amigo.

Nuestra valoración está además sujeta a un sesgo de enfoque que Kahneman sintetiza en la frase “lo que ves es todo lo que hay” (What You See Is All There Is, WYSIATI). Todos formamos juicios y opiniones a partir de nuestras experiencias y de la información que decidimos atender o excluir e inconscientes de la que no se sabe que existe. Otro ejemplo clásico es la sobrevaloración de la importancia del clima en la felicidad analizada en el estudio que compara los niveles de felicidad en California con los estados estadounidenses del medio oeste. Se observa que, a pesar de que no hay diferencias significativas de satisfacción con la propia vida entre California y el medio oeste, sí las hay de juicio, en el sentido de considerar que la vida en California debe ser mejor. Además, el buen clima se valora más por parte del que no lo tiene (el californiano no lo valora porque está acostumbrado a él).

Este análisis es extensible a otras variables. En general, el enfoque en cualquier factor específico conduce a una exageración de su duración e impacto sobre la felicidad a largo plazo, ya sea positivo –ganar la lotería, compra de un coche de última gama– o negativo –divorcio, incapacidad permanente– (también se observa en términos políticos, cuando se exagera la importancia de los temas que están en la agenda de discusión). Una vez nos acostumbramos a los eventos, su impacto a largo plazo sobre la felicidad pierde relevancia, el problema está en que el sesgo de enfoque nos lleva a favorecer experiencias que son excitantes a corto plazo, pero que pierden atractivo al acostumbrarnos a ellas.

Ahora bien, desde un punto de vista puramente cuantitativo, si consideramos la vida como la gestión nuestro tiempo limitado (nuestro recurso más preciado), no tiene sentido evaluarla sin tener en cuenta la duración de los momentos. El sesgo de enfoque y el énfasis en los picos y en los finales distorsiona la realidad de nuestras experiencias y nos llevan a sobrevalorar períodos cortos de elevada alegría, frente a periodos largos de moderada satisfacción, o a sobreestimar la infelicidad de períodos cortos que acaban en un elevado dolor, frente a largos períodos de moderada insatisfacción. Sin embargo, la mayor parte de nuestra experiencia vital está formada por la suma de millones de momentos en su mayoría de intensidad moderada. El momento psicológico se estima en unos 3 segundos, es decir, vivimos despiertos unos 7 millones de momentos al año y alrededor de 560 millones a lo largo de la vida.

Por tanto, desde el punto de vista de la felicidad experimentada, el objetivo debería ser maximizar la felicidad del día a día, es decir el número de momentos de felicidad. Sin embargo, en la práctica, la felicidad evaluada es la que lleva la batuta de nuestras elecciones en lo que Kahneman identifica como una tiranía de la vida recordada frente a la experimentada. Tendemos a elegir las experiencias futuras en función de la memoria anticipada que queremos crear maximizando las cualidades de las futuras memorias, más que la cantidad de nuestras experiencias futuras positivas.

Esto no quiere decir que la felicidad evaluada deba minimizarse, todos nos preocupamos por nuestra historia y nuestros objetivos, sino que los dos tipos de felicidad deben ser considerados, es decir, perseguir el doble objetivo de estar y ser feliz. El problema es que los determinantes de ambos tipos de felicidad no coinciden necesariamente y que hay que hacer un esfuerzo por vencer los sesgos cognitivos y valorar mejor la felicidad experimentada día a día (para una segunda entrada me centraré en estos determinantes y en la extrapolación a nivel agregado para la felicidad del país).

Hay que intentarlo. Yo voy a empezar esforzándome en olvidar mis repetidos segundos de malos reveses y el desagradable resultado final de derrota, o, al menos, enmarcarlos en el contexto más amplio de casi dos horas de entretenido partido de tenis.

 

1 comentario a “Estar feliz y ser feliz

  1. Luis Alcaraz
    07/02/2019 de 14:51

    Muy bien, aunque un poco enrevesado
    Yo voy a centrarme en todos los momentos felices y no tener en cuenta lo los estropea

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