El riesgo de desacoplamiento entre EEUU y China

La semana pasada EEUU y China firmaron la fase uno de su acuerdo económico y comercial bilateral. En general, el acuerdo ha sido interpretado como un paso que permite frenar la escalada de tensión entre las dos superpotencias, una tregua en un año de período electoral en EEUU, pero que no resuelve los principales conflictos bilaterales que quedan relegados a una fase dos del acuerdo, sin un calendario claro. Al contrario, la percepción mayoritaria es que la estrategia de confrontación impulsada por la administración Trump gana peso político en Washington y también en Pekín, de forma que la economía mundial se enfrente a un creciente riesgo de “desacoplamiento” entre ambos países ‒decoupling, elegida como una de las palabras del año en 2019 por el Financial Times‒, que se manifiesta en múltiples frentes, incluyendo los ámbitos geopolítico, comercial, tecnológico o multilateral.

El desacoplamiento constituye una estrategia de ruptura selectiva de los vínculos económicos entre los dos países a través de múltiples medidas paralelas como: el establecimiento de aranceles, cuotas o prohibiciones a las transacciones transfronterizas, impulsar la deslocalización de las inversiones en China hacia terceros países, limitar el movimiento de ciudadanos entre los dos países (por ejemplo, los chinos suponen el 34% de los estudiantes extranjeros en EEUU), contener el peso de China en los organismos multilaterales o la fijación de distintos estándares tecnológicos ‒por ejemplo, EEUU baraja prohibir la exportación de tecnología avanzada y limitar la inversión de China en empresas tecnológicas, y, por su parte, China persigue reducir su dependencia tecnológica, incluyendo una estrategia con apoyo estatal, Made in China 2025, para desarrollar industrias punteras en las principales industrias del futuro para mediados de esta década‒.

Pollack y Bader sintetizan los principales elementos del debate en EEUU sobre cómo aproximar las relaciones con China. Por un lado, los halcones que apuntan al desacoplamiento señalan que la estrategia de aproximación que se impulsó a principios del siglo XX con la incorporación de China en la OMC en 2001 no ha funcionado. A través de su integración en el mercado global, se perseguía que se adaptara a las normas internacionales y se fuera impulsando una mayor democratización interna del país. Sin embargo, China compite de manera desleal en el mercado global con la protección estatal de sus empresas ‒empresas públicas, subvenciones, apropiación tecnológica, inversiones masivas en terceros países y limitación a la inversión doméstica‒ y, en los últimos años, ha empeorado los estándares democráticos y la represión doméstica (interferencias en proceso electorales en terceros países, dicotomía campo-ciudad, represión de los uigures o las tensiones en Taiwán y Hong Kong). China supone una amenaza inminente al poder económico, militar y tecnológico de EEUU y la única solución posible es el desacoplamiento ‒el vídeo viral sobre la evolución del PIB de las 10 economías más grandes en los últimos 60 años es muy ilustrativo de la rápida emergencia de China, tras su incorporación a la OMC en 2001, en menos de una década, ha pasado de ser la sexta economía del mundo a la segunda.

Por otro lado, están los defensores de mantener la estrategia de inserción de China en el orden económico internacional ‒posición sintetizada en la carta abierta “China no es un enemigo” firmada por más de 200 expertos en relaciones internacionales, publicada en julio pasado en el Washington Post‒. Si bien se reconoce que China no está jugando limpio con las normas internacionales, se defiende una aproximación realista, en el sentido de que el desacoplamiento supone un elevado coste económico para EEUU y no elimina la expansión de la economía China. Como veíamos, cualquier proceso de desintegración económica plantea numerosos costes dinámicos derivados de la ruptura de las cadenas de valor e inmediatas deseconomías de escala provocadas por la aparición de barreras y la desconcentración de la producción, a través del desplome de la inversión directa y de la productividad.

La estrategia de la confrontación dificulta además el avance de las fuerzas de cambio en China que se enfrenta a su propio debate político interno por las tensiones que produce el desarrollo del mercado mientras se mantiene el unipartidismo y un escaso avance democrático. La lógica de la Guerra Fría que defienden los “desacopladores” no funciona porque, a diferencia de la URSS, la China de hoy tiene muchos más vínculos económicos con el resto del mundo y los terceros países no comparten el interés de EEUU por el aislamiento. Hay además un riesgo de exagerar la amenaza como chivo expiatorio frente a los numerosos problemas internos que tiene EEUU derivados de sus propias políticas y que nada tienen que ver con China ‒escasez de infraestructuras, crisis de inmigración, desigualdad, déficit fiscal, educación del futuro‒. Por tanto, la estrategia más realista pasa por presionar a China a cumplir las reglas de juego internacionales y hacerle partícipe de esas reglas.

Sin embargo, la estrategia del enfrentamiento parece estar ganando peso, tanto en el ámbito bilateral, como en el multilateral (es sintomático que en los debates de los candidatos demócratas a la presidencia de EEUU no se cuestione). En el ámbito bilateral, el acuerdo bilateral firmado la semana pasada incluye, entre otros elementos: el compromiso por parte de China de compras por valor de US$ 200.000 millones en exportaciones americanas en los próximos dos años, la revisión de las barreras no arancelarias para facilitar el comercio agrícola, la mejora del acceso de los servicios financieros estadounidense al mercado chino (pagos electrónicos, gestión de fondos, seguros) o la revisión de la exigencia de China de transferencia de tecnología a los inversores internacionales. Sin embargo, gran parte de las negociaciones quedan pospuestas a una segunda fase indeterminada y, mientras tanto, EEUU mantiene la mayor parte de los aranceles sobre importaciones chinas por valor de alrededor de US$ 360.000 millones.

Varios de los elementos del acuerdo constituyen demandas tradicionales de EEUU ante la OMC que el acuerdo trata de encarrilar. En este sentido, abonan la posición dura de aquellos en la administración americana que defienden la amenaza arancelaria como el mejor mecanismo para hacer ceder a China. De hecho, otro de las partes del acuerdo, quizás el más preocupante, es que en su capítulo siete establece un mecanismo de resolución de disputas a través de negociaciones bilaterales que, en última instancia, se pueden elevar hasta el viceprimer ministro chino y el representante de comercio de EEUU. Esto supone un torpedo a los mecanismos de solución de diferencias de la OMC, basados en órganos de arbitraje independientes con resoluciones vinculantes para las partes enfrentadas ‒su funcionamiento se encuentra actualmente inoperante por la falta de quorum en el órgano de apelación (bloqueado por EEUU)‒.

En el ámbito multilateral, además de la incorporación de China a la OMC, entre 2008 y 2010 se impulsó una reforma en la gobernanza de las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial) para dar más peso a las economías emergentes, en línea con su mayor peso económico en la economía global. Sin embargo, a pesar del aumento de su cuota, China no cerró su nivel de infrarrepresentación, que además ha aumentado a lo largo de la última década como consecuencia de su mayor dinamismo económico relativo. Mientras tanto, en estos años China (y Europa) ha multiplicado sus propias iniciativas regionales, lo que ha diseñado un  nuevo mapa de organismos financieros internacionales, más regionalizado. El FMI acaba de anunciar que pospone el reequilibrio de su gobernanza a la 16ª Revisión de cuotas que debe completarse no más tarde de 2023. En un contexto de conflicto entre superpotencias es fundamental mantener fuertes organismos internacionales que representen adecuadamente el peso de los países y, de esta forma, faciliten canalizar el diálogo y la promoción de unas relaciones económicas internacionales basadas en reglas.

El tiempo dirá. De momento, desafortunadamente, la tendencia actual apunta hacia fuerzas políticas centrífugas que rompen con la cooperación internacional y el multilateralismo. Hacen falta tiempos mejores.

 

1 comentario a “El riesgo de desacoplamiento entre EEUU y China

  1. Luis Ojeda
    26/01/2020 de 16:20

    Hay bastante de buenismo entre los que defienden la insercion amigable de China. La realidad es que China juega en el tablero internacional con unas normas que no permitimos a los “locales”. No respetando entre otros los principios democráticos, los derechos humanos o las normas de competencia que hacemos respetar en occidente.
    Hace años el efecto deflacionista de China en un entorno inflacionista era visto positivamente por occidente.
    Hoy en día es gracioso ver a los supuestos liberales defender que hay que evitar cualquier conflicto con China.
    Y mientras tanto estamos dando paso al crecimiento de lo que en breve será la primera potencia mundial. Potencia que usa modales supuestamente democráticos en los mercados internacionales pero dictatoriales en la cocina. Menos gracioso es ver que la única potencia que se plantea el problema es la administracion de Trump, un trader que gestiona este tema como si fuera la gestión de su cartera de valores.
    Da la sensación de ser otro de los grandes problemas que trasladamos para tiempos mejores.

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