Y William Nordhaus vio la luz

William D. Nordhaus, profesor de la Universidad de Yale y premio Nobel de Economía en 2018, es una curiosa mezcla de pensador original, científico, ciudadano comprometido y consumado deportista (fue capitán del equipo de esquí de la universidad de Yale). Su trayectoria profesional se ha dirigido principalmente a temas relacionados con el medio ambiente, el agotamiento de recursos y la crisis energética. El desarrollo del trabajo que inició en los 1970 para incorporar el medioambiente en las Cuentas Nacionales le ha llevado además a convertirse en una autoridad reconocida en el ámbito del cambio climático. Como señala la Academia Sueca de Ciencias, sus modelos explican cómo las economías de mercado interactúan con el medioambiente arrojando luz sobre los límites del crecimiento.

Teniendo presente la complejidad del problema del cambio climático, no sería fácil encontrar un economista con un perfil más apropiado que Nordhaus para abordarlo. Un buen ejemplo para entender su aportación es su artículo sobre el coste de la luz (Do real output and real wages capture reality?), en el que combina su formación económica y científica y la minuciosidad en el tratamiento de los datos para afrontar un problema complejo, con importantes implicaciones para el análisis económico.

En ese trabajo, Nordhaus parte de que la luz es un bien cuya naturaleza no cambia a lo largo de la historia de la humanidad –consiste en producir una radiación en el espectro visible para el ojo humano– para embarcarse en la tarea de establecer la eficiencia en términos de lúmenes por vatio de los distintos medios utilizados para generar luz, desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días. No se trata de una tarea menor: su búsqueda lo lleva a consultar estudios antropológicos e históricos, revisar cuadernos de laboratorio e incluso llevar a cabo sus propios experimentos.  Su recorrido histórico se inicia con la utilización del fuego para iluminación en la cueva del hombre de Pekín, y pasa por la lámpara de aceite de sésamo en Babilonia, la vela de cera, la vela de grasa animal, el gas ciudad, el queroseno, los diferentes tipos de bombillas eléctricas de filamento y la lámpara fluorescente. Se detiene en 1992, de modo que no llega a recoger el extraordinario avance que supone la tecnología LED, pero consigue confeccionar la que –con cierto tono sarcástico– se ha calificado como la serie temporal más extensa en la historia de la Econometría.

Los datos de Nordhaus ponen de manifiesto una lenta evolución en la tecnología de iluminación desde tiempos prehistóricos hasta la Revolución industrial. Pero a partir de 1800, con la iluminación con gas ciudad, la tecnología de iluminación adquiere un extraordinario desarrollo que se mantiene hasta el siglo XX. Ante estos resultados, Nordhaus se hace la siguiente pregunta: ¿tiene este considerable desarrollo tecnológico su reflejo en los datos económicos?

Al entrar en el terreno económico, para calcular el crecimiento nos enfrentamos con el problema de convertir las estadísticas de producción –basadas en precios nominales– en valores reales, usando para ello índices de precios, cuya elaboración está llena de dificultades bien conocidas, sin que se hayan alcanzado soluciones verdaderamente satisfactorias. Por otro lado, la mejora en la calidad de los bienes o la aparición de nuevos productos son difíciles de cuantificar de forma apropiada. Esta preocupación, de hecho, no es nueva, y ya en la década de los 1960 el economista Zvi Griliches subrayó este sesgo, proponiendo como alternativa a los índices de precios tradicionales el método hedónico o de características, sustentado en la idea de que el beneficio para el consumidor no se deriva del bien adquirido, sino de las características que aporta.

En el caso de la luz, lo relevante no es el coste de la electricidad, sino las características del servicio obtenido, como pueden ser el flujo luminoso (lúmenes), su longitud de onda (próxima a la luz solar), fiabilidad (constancia y ausencia de parpadeo), conveniencia (facilidad en el uso) o seguridad (electrocución o quemaduras). El precio hedónico, que Nordhaus califica como el verdadero precio del servicio, se calcula como la suma de los precios asignados a las diferentes características, ponderadas según la importancia asignada a cada una.

Nordhaus se limita a considerar una sola característica: el flujo luminoso medido en lúmenes. Asumiendo que la función que relaciona la característica considerada C con el bien adquirido X es lineal, C=f(X), le permite deducir la relación del precio (p) del bien con el precio (q) de la característica mediante la relación: q=p/(dC/dX), es decir, el precio de la característica es simplemente el precio del bien dividido por la eficiencia del bien para generar dicha característica. A partir de sus datos de la eficiencia, Nordhaus se embarca en la tarea de calcular el índice de precios hedónicos, para compararlo con el índice tradicional de precios.

Los resultados obtenidos son realmente llamativos: en el periodo 1800-1992, según el índice tradicional, el precio de la luz se incrementó en términos nominales por un factor de entre 3 y 5. No es un mal resultado, comparado con un aumento de 10 veces considerando el índice de precios al consumidor. El comportamiento de los precios hedónicos es muy diferente, y el índice de precios hedónicos de la luz resulta entre 900 y 1600 veces inferior al calculado por el método tradicional. En consecuencia, al utilizar índices de precios tradicionales se sobrestima enormemente el aumento en los precios de la luz y, paralelamente, se subestima considerablemente el aumento en el nivel de vida que aporta este sector.

Por tanto, las medidas tradicionales para determinar el valor real de la producción están muy alejadas de reflejar la realidad. Nordhaus se pregunta si este mismo problema aparece también en otros sectores, en especial en los que han experimentado grandes avances tecnológicos, como los servicios médicos, el transporte, las telecomunicaciones o los aparatos domésticos.

El análisis de Nordhaus adquiere renovada vigencia con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información. Un buen ejemplo es el de los teléfonos móviles: un nuevo modelo puede suponer un significativo aumento en el precio nominal que puede calibrarse teniendo en cuenta los cambios en sus mejores especificaciones técnicas (capacidad en gigas, megapíxeles). Sin embargo, en términos de la mejora en sus prestaciones (características), el precio hedónico puede haber descendido y, por tanto, su aportación a la mejora de la calidad del nivel vida ser mucho mayor.