Brindo por usted, señora Robinson: una economista a contracorriente

Ser mujer en el mundo de la Economía académica nunca fue fácil, y lo era aún menos en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, una joven británica consiguió brillar en la Escuela de Cambridge y obtuvo el reconocimiento no solo de figuras como Keynes, sino también de sus detractores. Se llamaba Joan Robinson, pero solían referirse a ella como “la señora Robinson”, por un motivo que reflejaba bien los prejuicios del momento: si la mencionaban solo por su apellido, todo el mundo daba por hecho que hablaban de un hombre.

Nacida en 1903 en el seno de una familia acomodada, aprendió de su padre –un militar represaliado por criticar la política inglesa en la I Guerra Mundial– a defender sus ideas y asumir las consecuencias. Estudió Economía en el Girton College de Cambridge de la mano de Maurice Dobb y se casó con Austin Robinson, editor del Economic Journal. Con él y con James Meade, Roy Harrod, Richard Kahn y Piero Sraffa formó el denominado “Circo de Cambridge”, un grupo de jóvenes economistas en torno a Keynes, al que ayudaron en 1936 a publicar y difundir su Teoría General. Robinson fue una de las cuatro personas a las que Keynes menciona en su prólogo, y de las primeras que dio pie al estudio de la macroeconomía como una “teoría de la producción como un todo”.

Colaborar con Keynes no le impidió desarrollar sus propias teorías: en 1933 publicó Economía de la Competencia Imperfecta, donde sistematizaba las imperfecciones de la economía de mercado e introducía conceptos como el de monopsonio (o monopolio de demanda) para reflejar el poder de fijación de precios que poseen los demandantes únicos de bienes o factores –por ejemplo, el que tiene el sector público español sobre los salarios de los médicos o el que podría llegar a tener Uber sobre los taxistas–. Tenía la virtud de escribir de forma clara y accesible sobre los temas más complejos.

A raíz de un importante artículo suyo publicado en 1954 se vio envuelta en la denominada Controversia del Capital o Controversia de los dos Cambridge entre el Cambridge neorricardiano inglés –que representaban Piero Sraffa y ella– y el Cambridge neoclásico estadounidense del MIT –representado por Samuelson y Solow–. Bajo la aparente complejidad técnica del debate yacía una idea simple y relevante: la teoría económica neoclásica basaba la superioridad del mercado a la hora de asignar recursos en la existencia de individuos y empresas que maximizaban su utilidad y sus beneficios; ahora bien, para que los precios relativos de bienes y factores reflejasen adecuadamente su escasez relativa era imprescindible que la maximización se hiciera en términos reales –es decir, que precios y cantidades se expresaran en unidades del bien y por unidad del bien x o unidades de capital por unidad de trabajo–. Esto, sin embargo, se convirtió en un grave problema en el ámbito de los factores productivos –cuando se trataba de maximizar la producción para unos factores trabajo y capital dados–: el trabajo se podía agregar y homogeneizar en horas-hombre, pero el capital no se podía agregar en unidades físicas, al ser demasiado heterogéneo.

Este problema de la agregación del capital tiene implicaciones cruciales a efectos distributivos. Así, si para agregar bienes de capital hay que expresarlos en términos no reales sino, monetarios (multiplicando la tasa de rendimiento por el valor del capital, aunque se descuente luego la inflación), se produce una circularidad: no podemos obtener una relación entre tasa de rendimiento y cantidad de capital cuando valor y cantidad de capital vienen influidos a su vez por la tasa de rendimiento. Dicho de otra forma: si el capital no se puede agregar en una unidad física homogénea, los precios relativos de los factores (salarios y remuneración del capital) no tienen por qué reflejar su productividad marginal relativa como resultado de un proceso de maximización. No podemos entonces decir que las remuneraciones de los factores se corresponden de forma biunívoca con su aportación al proceso productivo, o, lo que es lo mismo, no podemos saber si la distribución de la renta derivada del mercado es o no justa. Hay una falacia de la composición al suponer que la posibilidad de vincular remuneración de los factores y productividad a nivel de empresa es replicable al nivel de la economía en su conjunto: la remuneración observada del capital a nivel agregado puede venir de la productividad del capital, o de factores institucionales totalmente ajenos a ella.

Los miembros del Cambridge estadounidense, con Paul Samuelson y Robert Solow a la cabeza, intentaron parchear el problema con hipótesis auxiliares, pero fue inútil. El propio Samuelson terminó reconociendo que no había una solución satisfactoria al problema: en un importante artículo  publicado en 1966 en el Quarterly Journal of Economics reconoció las “dificultades esotéricas” del problema y que “el cuento simple contado por Jevons, Böhm-Bawerk, Wicksell y otros escritores neoclásicos” –del que se deducía la existencia de una función de producción a nivel agregado– “no puede ser universalmente válido”, porque se basa en un supuesto clave falso: la posibilidad de agregación física del factor capital. La señora Robinson, por su parte, concluía: “Si existe alguna ley que rija la distribución de la renta, está aún por descubrir”.

Los lectores que piensen que desde entonces no se usa la función de producción agregada para estudiar la distribución de la renta se van a decepcionar: pese a su debilidad teórica (muy bien explicada en este artículo), sigue siendo una pieza fundamental de la teoría económica actual, y afecta a conceptos tan relevantes como la productividad total de los factores. No es que se use –que puede ser razonable–, sino que se usa como si el problema de la agregación no existiese. El argumento habitual de que “no hay alternativa mejor” se consideraría inaceptable en otras ciencias: vendría a ser como seguir usando la física newtoniana a nivel cuántico, o un mapa de Londres para intentar orientarse por Madrid con la excusa de que es mejor tener algún mapa que no tener nada.

Robinson viajó mucho por China y Corea del Norte, donde dejó que los regímenes de Mao y su “Revolución Cultural” y de Kim-Il-sung y su “Juche” nublaran su entendimiento respecto a lo que allí estaba ocurriendo con las libertades individuales. Esta complacencia con el comunismo le granjeó numerosos enemigos, y sin duda influyó para que jamás recibiera el Nobel, a pesar de haber sido propuesta en varias ocasiones –en 1975 el Business Week publicó un artículo dándolo por hecho–. Sí merecieron el premio, sin embargo, sus discípulos Amartya Sen y Joseph Stiglitz, quienes la recordaban como una mujer con un carácter difícil y un punto de intolerancia, pero con una solidez intelectual formidable.

A su muerte, en 1983, el siempre elegante Samuelson se mostró “sorprendido de que nunca recibiera el Nobel”, alegando que había sido “una figura muy polémica, pero también una figura muy importante”, y que admiraba su espíritu rebelde que “nunca quiso seguir la corriente” de la teoría imperante. Robinson –como buena discípula de Keynes– reconocía la importancia de las matemáticas en la economía, pero criticaba que se utilizaran para convertir la economía en una ciencia oscurantista. Asimismo, rechazaba la ligereza con la que se despreciaba –como hacía Milton Friedman– la importancia de la validez de los supuestos en Economía. “La economía cojea de una pierna por sus hipótesis no contrastadas y de la otra por sus eslóganes no contrastables”, decía con ironía.

La historia económica ha dejado que la merecida fama de la ganadora de la controversia de Cambridge se diluya con el tiempo –al igual que la propia controversia–, aunque su herencia sigue viva en la escuela postkeynesiana, cuyos representantes participan ahora de manera activa en la revisión de la economía tras la Gran Recesión.

Y eso que, en 1967 –poco después de la denominada por Blaug “declaración de rendición incondicional” de Samuelson–, el nombre de Mrs. Robinson sonó mucho, aunque por otros motivos. El director de cine Mike Nichols encargó al famoso dúo Simon & Garfunkel la banda sonora de su película “El Graduado”, protagonizada por un joven Dustin Hoffman. Paul Simon, poco inspirado, decidió reutilizar una canción que había compuesto inicialmente en honor de Eleanor Roosevelt y Joe DiMaggio –a modo de ubi sunt de los grandes héroes americanos– y adaptarla al nombre de la protagonista de la película: una mujer madura que mantenía una relación íntima con un hombre mucho más joven que ella –algo entonces escandaloso–. Como “El Graduado” era hija de su época, el protagonista terminaba casándose con una insulsa chica de su edad, pero la canción “Mrs. Robinson” conservó al menos una parte del homenaje original a una mujer que tuvo que enfrentarse a los prejuicios sociales de su época: su primer verso, “Brindo por usted, señora Robinson”, era el reflejo de este reconocimiento.

Como el que merecía la otra señora Robinson, que también se enfrentó a los prejuicios y se atrevió no solo a destacar en un mundo académico masculino –en el que, pese a sus aportaciones, no obtuvo el rango de catedrática hasta 1965, a la muerte de su marido–, sino también a rebatir los errores de la teoría económica dominante. No solo era una mujer valiente: era valiente por partida doble.

 

9 comentarios a “Brindo por usted, señora Robinson: una economista a contracorriente

  1. 07/12/2017 de 15:31

    Más allá de la virtud de ensalzar el vivificante papel de Joan Robinson en la crítica de la economía neoclásica y en el desarrollo de una teoría económica «heterodoxa» -si bien dentro de los cauces del «reformismo» keynesiano y furibundamente crítica con el marxismo- escribo este comentario para resaltar dos errores -en mi opinión- importantes en el texto.
    A pesar de la correcta descripción de la llamada «Controversia del capital», el autor omite la principal consecuencia de la derrota de la ortodoxia neoclásica: el desvelamiento de la función legitimadora de la ciencia económica del orden social vigente al encubrir bajo la fábula falaz de la «productividad marginal de los factores» las relaciones sociales de explotación vigentes en el sistema capitalista. Esa necesidad de un cambio completo de paradigma en el análisis del campo económico y de recuperar el conflicto social como parte inherente a la «producción y distribución de la riqueza» fue lo que llevó a Piero Sraffa a calificar de ciencia «aberrante» el paradigma neoclásico en contraposición a la honestidad y cientificidad del enfoque de los economistas clásicos -con Marx en lugar destacado junto a Ricardo-.
    Precisamente, y en segundo lugar, la principal contribución de Piero Sraffa en su célebre texto «Producción de mercancía por medio de mercancías» fue destruir el «cierre» de la pseudociencia neoclásica demostrando la imposibilidad de la determinación de las variables distributivas -salario y beneficio- a partir de la función de producción marginalista. La determinación pues de la tasa de ganancia «fuera» de las falaces relaciones del modelo ortodoxo, restituía la vigencia de la «lucha de clases» habilitando el papel del conflicto insoluble dentro del régimen de producción de mercancías en la producción y distribución del excedente.
    Así que -más allá de que ese último corolario le desagradara sobremanera a la «postkeynesiana» y acérrima defensora del statu quo Joan Robinson- la afirmación que se hace en el texto calificando a Robinson como «la ganadora de la controversia de Cambridge» debe calificarse como rotundamente falsa al corresponder -si cupiera tan excesiva simplificación- tal honor -como el propio Samuelson reconoció en su ‘acto de contrición- al discreto y genial italiano emigrado en Cambrigde -y gran amigo de Gramsci, de Keynes y de Wittgenstein- llamado Piero Sraffa.
    p.s: Para fundamentar lo anterior, me atrevo a citar el trabajo que escribí recientemente sobre el particular.
    https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/2017/07/31/la-ciencia-aberrante/

    • Enrique Feás
      09/12/2017 de 03:08

      Gracias por tu comentario, Alfredo.
      Creo que no hay que confundir el concepto con su medición: la idea de la productividad marginal de los factores es correcta, lo único es que no es fácil medirla a nivel agregado. De hecho, es el concepto de productividad el que obvia Marx y el que permite explicar por qué la caída secular de la tasa de ganancia que él predecía nunca se cumplió (para lo que los post-marxistas tuvieron que añadir complejas hipótesis ad-hoc, muy poco científicas en términos popperianos). La gran aportación del Cambridge inglés es, como tú bien dices, demostrar la imposibilidad de una función de producción que explique de forma inequívoca y científica la distribución de la renta. Dicho de otra forma, la distribución de la renta no es ni será nunca una cuestión puramente matemática, sino que efectivamente se ve muy influida por factores institucionales. Pero la remuneración de los factores de acuerdo a su productividad no deja por ello de ser un ideal lógico: cualquier remuneración a un factor que se desvíe sustancialmente de la productividad no resulta sostenible a largo plazo.
      Desde luego, la Escuela de Cambridge no es solo Robinson, ni seré yo quien le quite méritos a Sraffa, que desempeña un papel crucial. Como Pasinetti (al que mencionas en tu artículo y que fue, por cierto, quien resolvió formalmente la falsedad del teorema del «no reswitching» de Samuelson, lo que este tambien reconoció). Pero Robinson no deja de ser la líder de la escuela, y quien inició el debate con su artículo de 1954. Ella y Sraffa estaban muy sincronizados (hasta en su muerte, que se produjo con apenas unas semanas de diferencia).
      Finalmente, me parece injusto acusar a Robinson de conformista. Si hay algo que no era, era conformista y defensora del statu quo, y creo sinceramente que su honestidad intelectual está fuera de toda duda. Ella simplemente no pensaba que la lucha de clases y la teoría marxista fueran la solución al problema. Creía que había que combatir la explotación del trabajador, pero de una forma inteligente, dentro del sistema capitalista. Me quedo con su gran frase de su Filosofía Económica (1962): «La miseria de ser explotado por capitalistas no es nada comparada con la miseria de no ser explotado en absoluto», una forma evidente de decir que la forma de mejorar las condiciones de los trabajadores no es destruir el sistema capitalista, sino corregir sus errores e injusticias.

      • 09/12/2017 de 12:50

        Gracias Enrique por tu interesante respuesta. Haría, así, a vuela pluma, tres matizaciones.
        -El problema de la «productividad de los factores» no es sólo -si bien es lo más importante a efectos del cálculo diferencial, tan caro a los economistas ortodoxos- la agregación. El concepto de «trabajo fechado» de Sraffa expresa la imposibilidad lógica de separar el factor trabajo y el factor «capital». Simplemente, el factor capital -base de la construcción marginalista del equilibrio en la distribución de la renta- no existe -ni cuatitativa ni dinerariamente-, es sólo trabajo acumulado. Este es el meollo del asunto -expresado incluso en el título de su opus magnum: mercancías que producen mercancías-. Así que la afirmación de que «cualquier remuneración a un factor que se desvíe sustancialmente de la productividad no resulta sostenible a largo plazo» carece de significado preciso. Razonar en base a factores de producción es aceptar el marco de pensamiento demolido por la crítica fulminante de Sraffa.
        -Afirmar que Marx obvia el concepto de productividad me parece totalmente erróneo. De hecho, el aumento de la productividad del «trabajo» es la base del aumento de la plusvalía relativa al disminuir el valor de los medios necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo y aumentar por tanto el trabajo excedente. Lo que es ajeno al modo de razonamiento de Marx es la mistificación de la división en factores productivos característica de la «revolución» marginalista -que en gran medida fue una reacción de la ortodoxia contra las peligrosas «veleidades» críticas de Marx y de los clásicos-.
        Sobre la polémica «infinita» del descenso de la tasa de ganancia creo que no se puede simplificar descartándola por errónea. Muchos análisis -mencionarlos escapa al sucinto marco de un comentario pero están obviamente a tu disposición si te interesan- explican -no sólo desde el marxismo- precisamente la actual fase neoliberal de financiarización y sobreexplotación desaforadas como una salida «desesperada» del modo de producción a su caída de rentabilidad a partir de los años setenta. Suscribo esta tesis.
        -Y, por último, espero no cansarte, en ningún caso pongo en duda -sólo faltaría- la honestidad intelectual de la señora Robinson. En estos ámbitos de la «élite» intelectual las cosas son más sutiles. Simplemente creo que el papel preeminente le corresponde a Sraffa y no a ella ya que desde sus primeros textos -y en muchos inéditos publicados posteriormente- ya anticipaba su carga de profundidad contra la microeconomía neoclásica. Obviamente puedo darte también, si te interesara, las fuentes que no tienen cabida en un breve comentario. De ellas se desprende la anticipación sraffiana, además de mostrar cómo fue Sraffa -y no Robinson, quien, si bien se la puede considerar heterodoxa, siempre se movió dentro del marco postkeynesiano- quien llevó la crítica hasta sus últimas consecuencias y quien puso los cimientos -a pesar de la brevedad de su texto- de una teoría económica alternativa que conectaba con los clásicos -fundamentalmente con Ricardo y Marx-. Quizás el hecho de que -como bien dices- Robinson fuera siempre una acérrima defensora de un capitalismo dulcificado y enemiga feroz del marxismo marca -a riesgo de simplificar demasiado- la diferencia fundamental de «carácter» entre ambos.
        Saludos de nuevo y gracias por el fértil debate -siempre es un placer compartir ideas sobre éstos, por desgracia, tan poco abordados pero neurálgicos asuntos-.

        • Enrique Feás
          11/12/2017 de 09:03

          Gracias, Alfredo, por tus comentarios adicionales.
          Con respecto a lo primero, sin duda la circularidad es uno de los grandes problemas de la teoría de la distribución de la renta neoclásica, que Sraffa lleva efectivamente a sus últimas consecuencias. No creo, sin embargo, que el análisis de la función de producción sea totalmente irrelevante. A mi entender, lo que Robinso, Sraffa, Pasinetti y otros demostraron fuera de toda duda es que la remuneración de los factores es un ámbito de la economía donde hay que mirar los datos con precaución, porque la determinación de salarios y remuneración de capital es el resultado de diversas fuerzas contrapuestas y no un mero proceso reproducible matemáticamente. Eso no quiere decir que no se puedan hacer estimaciones del stock y los servicios de capital (como los que hace la OCDE mediante el método de los inventarios perpetuos) o de la PTF: simplemente que hay que ser muy cauto a la hora de sacar conclusiones de los resultados. Vamos, que en este sentido soy más «robinsoniano» que «sraffiano»: creo que hay un cierto margen entre la displicencia neoclásica y el nihilismo sraffiano.
          Respecto a lo segundo, cuando hablaba de la falta de un análisis de la productividad en Marx me refería a no a las productividades individuales, sino a la productividad total de los factores, es decir, a la variación en la producción no derivada estrictamente de la acumulación de factores: la vinculada al progreso técnico. Es el análisis del progreso de la tecnología el que falta en Marx y el que permite compatibilizar productividades marginales decrecientes de los factores con incrementos de la producción y de la renta, evitando la caída de la tasa de ganancia. En fin, como sabes, un debate de décadas.
          Por último, te doy la razón en que fue Sraffa quien proporcionó los cimientos del marco teórico para rebatir los argumentos neoclásicos del la Controversia de los Cambridge (tampoco hay que olvidar a Pasinetti). Mi artículo era sobre la señora Robinson, pero es indudable el aporte del gran economista italiano. Robinson y Sraffa tenían sin duda caracteres muy distintos (aunque curiosamente era el tímido de los dos el más drástico en sus conclusiones).
          Saludos y gracias a ti por el debate y por compartir tus comentarios.

          • 11/12/2017 de 21:18

            No, gracias a tí por la atención y las elaboradas respuestas -me ha hecho gracia la paradoja que mencionas de que el más tímido de los dos en su faceta pública (no así en la privada, donde dicen que era un cachondo cargado de afabilidad y de ironía) fuera el más atrevido en su «carga de profundidad»-. Me sigue no obstante sin cuadrar la afirmación de que Marx no integra el cambio técnico en su modelo -cuando es precisamente la base del aumento de la composición orgánica, vía sustitución fuerza de trabajo por maquinaria y debilitamiento de la capacidad de crecimiento sano del sistema capitalista- pero han quedado ciertamente claras las posturas y los acercamientos. Un placer y seguimos en contacto

      • José Antonio
        10/12/2017 de 21:36

        Muy buena entrada, Enrique

        Dices que la remuneración de los factores de acuerdo a su productividad no deja por ello de ser un ideal lógico: cualquier remuneración a un factor que se desvíe sustancialmente de la productividad no resulta sostenible a largo plazo.

        Estoy de acuerdo, pero con matices

        Más que un ideal lógico, que también, se trata de una posición ideológica. Calvinista, para más señas. Recuerda que uno de los fundadores de un movimiento hoy olvidado, el Distributismo -una suerte de tercera vía entre Capitalismo y Comunismo inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia que trató de corregir el desequilibrio en el reparto de la renta en los años 20- fue el gran Chesterton. Por coherencia, el escritor inglés abandonó el protestantismo y se hizo católico en su madurez. Todo un escándalo en su época.

        Hablas de insostenibilidad a largo plazo de las discrepancias entre remuneración y productividad. Tal vez sea así, aunque ese plazo puede ser muy largo y el retorno a la posición de equilibrio muy costoso en términos de renta.

        En EE.UU. las dos mayores crisis económicas del último siglo (la gran depresión y la gran recesión) se iniciaron con enormes diferencias en la distribución de la renta, afluyendo en los dos casos más del 20% de la misma al 1% más rico de la población.

        Quiero decir con esto que, más allá de cuestiones técnicas, ideológicas e institucionales, hay un elemento más pragmático en la distribución de la renta. Y es que esta debe ser tal que la demanda resultante retire en su totalidad la producción del sistema.

        Es verdad que el Estado del Bienestar por la vía de la redistribución y la creciente financiarizacion de la economía han permitido reajustar distribuciones de renta claramente disfuncionales para ese propósito, pero pudiéramos haber alcanzado un límite en la aplicacion de sendos mecanismos de ajuste por los elevados niveles alcanzados de deuda pública y privada.

        Tal vez ahora los economistas vuelvan a centrar su atención en aquella cuestión que preocupaba tanto a los clásicos: las rentas no ganadas y su inserción en el flujo circular de la renta. Ignoradas por los neoclásicos y despreciadas por Keynes, lejos de producirse la eutanasia del rentista, las rentas no ganadas suponen un porcentaje creciente de la renta total y un elemento de desestabilización de primer orden del propio sistema capitalista.

        Enhorabuena por el blog

        • Enrique Feás
          11/12/2017 de 09:14

          Mil gracias, José Antonio. Desde luego, tanto la demanda efectiva como las rentas no fundadas, en especial las rentas inmobiliarias (brutales en las ultimas décadas), suponen unos elementos adicionales de análisis extremadamente importantes a la ahora de analizar la distribución de la renta y la desigualdad. Añadiría yo (aparte del sistema financiero y la financiarización de la economía, que también afectan a la desigualdad), la competencia, ya que cualquier análisis de la distribución de la renta que intente ser razonable no puede obviar distinguir entre las rentas que se derivan de un mercado competitivo de las derivadas del ejercicio del poder de mercado, o de la captura del regulador. Un argumento más a favor de la defensa de la competencia como instrumento de fomento de la equidad. No en vano Robinson era una estudiosa de los mercados de competencia imperfecta.

  2. carlos gallego
    11/12/2017 de 16:03

    Muchas gracias, Enrique, por esta entrada tan pertinente. No solo por lo que tiene de homenaje a una mujer, economista brillante en un mundo colmado de mentes masculinas, sino por lo que supone de reivindicación de la honestidad intelectual y de conceptos económicos tan alejados de la imposición neoliberal, que aún nos frustra a todos.
    Hay varias cosas que llaman la atención al hilo de tu entrada, y una de ellas es por qué esa persistencia en el error (y en la falacia, por qué no decirlo) de las teorías neoclásicas en la medición del capital agregado. Decía Popper que el aumento de conocimiento científico consiste fundamentalmente en aprender de nuestros errores. Y son, o han sido, precisamente los acérrimos defensores de la economía como una disciplina más de la ciencia pura los más reticentes a reconocer esta obviedad empírica tan básica. La constatación de la gran tarea que hay por delante para desmontar cierto corpus teórico fundado sobre ese tipo de falacias es que este hito, la controversia de Cambridge, no sea aun objeto de estudio en todavía buena parte de las universidades americanas habla por sí mismo.
    Otro aspecto que me parece que se desprende de la entrada es la necesaria reflexión política que debería ir aparejada a estos debates teóricos, y es que a menudo estos no tienen influencia inmediata en las políticas económicas y sociales de la época. Un ejemplo es la propia controversia de Cambridge, pero otro (esta vez con resultados opuestos) son las aportaciones teóricas que impulsaron la aparición de la teoría neoclásica a partir de 1870, que no impidieron la evolución del capitalismo hacia el estado de bienestar. Aunque cada teoría económica es hija de su época, hay algunas bajo las cuales los avances en el desarrollo se han mostrado más sólidos. Y una de ellas es la del capitalismo asociado al estado del bienestar a partir de 1871 en la Alemania de Bismarck, ligada a los trabajos de algunos discípulos de Marx (Bernstein por ejemplo), los llamados revisionistas, que se apuntaron a la opción de la reforma del capitalismo, no de su abolición o la enmienda a la totalidad marxista, a través de la democracia parlamentaria. No es por coincidencia que hasta más o menos esa fecha la clase trabajadora no se beneficiara en absoluto del desarrollo económico, y sin embargo, a partir de ese momento, según refiere muy bien el economista Ha-Joon Chan, profesor de Cambridge (¡oh, qué casualidad!), “hubo mejoras palpables en las condiciones de la clase trabajadora”. Es en ese marco de pensamiento, heterodoxo y pragmático a la vez, donde personalidades como Robinson han brillado como pocas durante el S. XX, reconociendo los indudables avances y desmontando las falacias y los engañosos vellocinos de oro que de vez en cuando han producido las teorías económicas.
    No hay que olvidar que en lo que podría ser considerada como la edad dorada del capitalismo, aquella que va de Bretton Woods a la llegada de Thatcher y Reagan al poder (o al Consenso de Washington, si se quiere), es cuando se hizo patente que el capitalismo puede ser maximizado mediante la regulación y estímulos adecuados por la acción de los gobiernos. Época en la que tanto Robinson como Sraffa seguramente experimentaron el placer de ver cómo se hacía ciencia economica (en buena parte del mundo, no en todo) haciendo hincapié en el fundamento que a mi entender de verdad debiera importar, la producción.

    • Enrique Feás
      13/12/2017 de 05:08

      Muchas gracias, Carlos. El último cuarto del siglo XIX fue un período fascinante en Europa, en el que las artes y las ciencias alcanzaron un esplendor insólito: en la misma Viena de finales de siglo podían encontrarse por la calle Brahms, Wagner, Freud y Menger. La revolución marginalista de 1870 fue un salto científico importante para la Economía, que desde entonces comienza a adquirir un corpus matemático que le da prestigio. Eso fue, sin embargo, a costa de aislarla de otras ciencias sociales (quizás sobre todo de la historia, por oposición al marxismo). La obsesión por hacer de la economía una ciencia le llevó a olvidar su apellido de social. Es curioso que en el mismo año de la revolución marginalista se aprobaron la mayoría de las leyes de educación europeas: el Estado del bienestar fue más resultado del miedo a la repetición de las revoluciones de 1848 que de las recomendaciones de sus economistas.
      La Controversia del Capital tuvo la desgracia de producirse en plena Guerra Fría, cuando el comunismo era una amenaza, y mientras los trabajadores en las democracias occidentales disfrutaban de la expansión del Estado del bienestar. Era normal que el cuestionamiento de la distribución de la renta neoclásica no tuviera mucho eco. Más discutibles son los intentos desde entonces por obviarla. ¿No es curioso que «El Capital en el siglo XXI» de Piketty ni siquiera mencione el debate, como si no hubiera existido?
      En cualquier caso, hay que reconocer que en la actualidad la economía es más diversa y los economistas muy conscientes de los problemas sociales (Piketty, Rodrik o Milanovic son un buen ejemplo). La revisión del modelo macro y su mejor integración con la micro (con agentes que presentan sesgos de todo tipo) está de plena actualidad. No obstante, quizás como en 1870 o 1946 sea el miedo de la clase política a las tensiones sociales, el populismo y los nacionalismos los que lleven a los políticos a reaccionar, más que los economistas.

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