Brexit, Cataluña y la Teoría de la Desintegración Económica

Así como durante la segunda mitad del siglo XX –en especial desde los años 90– el mundo vivió una considerable expansión de los procesos de integración económica, en las primeras décadas del siglo XXI la crisis financiera y la Gran Recesión han favorecido el retorno de los nacionalismos y de los populismos y un cuestionamiento del proceso liberalizador. Ello ha dado lugar a algunas propuestas de desintegración como el abandono del euro, la salida de la Unión Europea, la disolución del NAFTA o los impulsos secesionistas de algunas regiones europeas.

Todas ellas se han presentado siempre acompañadas de escenarios optimistas y unidimensionales, con beneficios ciertos y costes inexistentes. La realidad, sin embargo, es que los beneficios suelen ser bastante inciertos, y los costes, inevitables y ciertos. En el fondo, lo que ha faltado es una evaluación económica seria de los costes de transición o, lo que es lo mismo, una verdadera Teoría de la Desintegración Económica y Monetaria.

Su predecesora natural sería su reverso, la Teoría de la integración económica, surgida en los años cincuenta coincidiendo con los primeros pasos en la cooperación europea, y cuyos análisis iniciales se centraron en las ventajas e inconvenientes sobre el bienestar de reducir los aranceles frente a un grupo de países. Posteriormente se incluyeron los efectos dinámicos derivados de la existencia de economías de escala y una mayor especialización, las interdependencias sectoriales en un marco de equilibrio general o los efectos de la innovación en un marco dinámico de crecimiento endógeno. En paralelo, la teoría de la integración monetaria se centró en estudiar los beneficios derivados de una moneda común –menores costes de transacción, mayor transparencia de precios y menor incertidumbre cambiaria– a cambio de los costes de renunciar al uso de la política monetaria y el tipo de cambio como herramientas de estabilización en el caso de crisis que afectasen más a unas regiones que a otras (“shocks asimétricos”) dentro de un área monetaria determinada, así como la necesidad de mecanismos de ajuste alternativos fiscales o laborales.

La realidad económica, sin embargo, se ha hecho cada vez más compleja, y en las últimas décadas el comercio se caracteriza por una especialización no basada en producto, sino en cadenas de valor, con predominio del comercio intraindustrial, un creciente peso del comercio de servicios –directo o indirecto (incorporado en bienes)–, fuertes economías de escala, concentración de la innovación y las ganancias de productividad en un reducido número de empresas, economías de aglomeración –es decir, ventajas para las empresas de estar cerca de otras empresas por un mejor acceso a mano de obra cualificada, a la difusión del conocimiento o a servicios especializados– y una intensa utilización de instrumentos financieros. Como consecuencia, en ausencia de elementos distorsionadores como las aduanas o los tipos de cambio, el aprovechamiento de las economías de escala y externas en un mercado único es total.

Eso no quiere decir, por supuesto, que la interdependencia y la aglomeración de empresas no tengan efectos negativos: pueden aumentar la desigualdad –vía concentración de riqueza en torno a núcleos productivos urbanos, o salarial en torno a empresas-estrella– o la vulnerabilidad –en la medida en que la especialización excesiva de determinadas regiones agudiza la posibilidad de shocks asimétricos–.

En todo caso, para bien o para mal, las tendencias desintegradoras se han producido en este marco, y aunque hasta cierto punto es normal que la teoría económica vaya a remolque de la realidad, lo que no tiene sentido es que los procesos de desintegración propuestos prescindan del mismo análisis de beneficios y costes que se hacía en el caso de la integración. Resulta pues imprescindible una Teoría de la Desintegración Económica y Monetaria que los evalúe adecuadamente, en especial los costes.

El primer ejemplo lo tuvimos durante la reciente crisis del euro, cuando la evidencia de los elevados costes de ajuste se tradujo en una gran ligereza por parte de irresponsables políticos y economistas –incluido algunos premios Nobel– a la hora de recomendar la salida del euro de algunos países. El problema no era que no tuvieran razón al afirmar que estar fuera del euro hubiera sido mucho más beneficioso para algunos países –que podrían haber salido mucho antes de la crisis y con menores costes–; el problema es que ya estaban dentro del euro, y la disyuntiva no era incorporarse al euro o quedarse fuera, sino entre soportar un ajuste mayor en términos reales o arriesgarse a abandonar el euro y abrir la caja de Pandora de la desintegración monetaria, obviando el coste del efecto contagio que podría haber generado una recesión europea y mundial mucho más dañina en términos de PIB y empleo que el propio ajuste de un país individual. Lo que estaba en juego entonces era la confianza y la propia sostenibilidad del sistema monetario de Europa: un juego demasiado arriesgado.

En los casos más recientes del Brexit y de Cataluña, se pueden sistematizar los siguientes costes potenciales, en muchos casos comunes:

  • Los costes financieros de la ruptura. En el caso del Brexit, por los compromisos ya adquiridos (60.000 millones de euros); en el caso de Cataluña, por el pago de la deuda con el Estado (55.000 millones de euros).
  • Los costes administrativos y de personal para poder firmar nuevos acuerdos y adaptar regulaciones. En el caso del Brexit, más de 700 entre acuerdos comerciales, regulatorios, pesqueros, de transporte, aduaneros, nucleares o agrícolas, más el nuevo Acuerdo con la UE; en el caso de Cataluña, además, un nuevo Tratado de Adhesión, y acuerdos en materia de defensa (OTAN). En ambos casos, el coste de la incertidumbre sobre la duración de las negociaciones, el ámbito del acuerdo o un posible veto de última hora.
  • Los costes administrativos, de infraestructuras y de personal de crear nuevas fronteras y aduanas. En el caso del Brexit, con Irlanda; en el caso de Cataluña, con España.
  • Los costes administrativos y de personal de creación de las instituciones de un nuevo país (caso de Cataluña), en especial las de las competencias hasta ahora no asumidas (justicia, Defensa –incluido un ejército–, Hacienda, Aduanas, Exteriores).
  • Los costes de salida de la Unión Monetaria (caso de Cataluña), que puede plantearse de dos maneras, ambas costosas: o el mantenimiento dentro de la zona euro, pero sin participar en sus mecanismos institucionales y de protección (con una economía “eurizada”), o la emisión de una nueva moneda que requeriría la creación de todo un nuevo entramado institucional, incluyendo un banco central. En el primer caso habría que añadir los costes de renunciar a política monetaria y cambiaria en el caso de shocks, y en el segundo la incertidumbre sobre el valor de la nueva moneda catalana.
  • Los costes dinámicos derivados de la ruptura de las cadenas de valor e inmediatas deseconomías de escala provocadas por la aparición de barreras o de nuevas monedas, y la desconcentración de la producción, a través del desplome de la inversión directa y de la productividad. En el caso de Brexit, afectaría a las cadenas de valor con la UE (vehículos, servicios financieros); en el caso de Cataluña, además, a las existentes con España (que supone con la UE el 80% de sus intercambios), con la paradoja de que, en un contexto de nuevas fronteras y costes cambiarios, una región con alto capital humano y capacidad industrial como Cataluña difícilmente podría mantenerse como uno de los centros industriales y tecnológicos europeos.

Es importante destacar la fuerte asimetría existente entre costes de integración y de desintegración, por la presencia en este último caso de uno muy importante, y el más temido  por las empresas: el de la incertidumbre.

No es de extrañar por ello que en los últimos años comiencen a aparecer evaluaciones sistemáticas de los costes de desintegración. Aparte del referido al proceso de desintegración de Yugoslavia –explicado en este artículo–, ya han aparecido análisis de los costes del Brexit, en trabajos como los de Dinghra (2016), Ottaviano et al. (2016) o van Reenen (2017). Sampson (2017) constituye un buen resumen de la literatura empírica reciente sobre dichos costes, que oscilan entre un 1% y un 10% de la renta per cápita del Reino Unido, con distintos escenarios en función de la salida o no del mercado único, o considerando los posibles costes dinámicos de las barreras comerciales sobre la inversión directa y la productividad –que podrían duplicar o triplicar los efectos negativos (Bruno et al, 2016)–; además, apunta ya a la necesidad de una metodología común para una nueva Teoría de la Desintegración, que esperemos que se utilice pronto para analizar casos como el de Cataluña y contribuir a un debate hasta ahora muy pobre económicamente.

Todo lo anterior no implica que la supervivencia económica de Reino Unido o de Cataluña sea imposible. No lo es, pero solo porque a largo plazo rara es la catástrofe económica de la que un país no logre recuperarse: la única duda es cuántos años tardará en volver a alcanzarse el PIB per cápita del momento previo a la ruptura.

Y es que lo verdaderamente honesto desde el punto de vista intelectual es plantear este tipo de decisiones sobre la base de dos premisas: primero, que no se toman nunca en el vacío ni en un laboratorio estéril, sino en un marco jurídico y económico determinado que primero hay que desmontar –asumiendo los costes–; y segundo, que no existen nunca beneficios aislados, sino solo beneficios por unidad de coste.

Dicho de otra forma: en Economía, desear algo equivale siempre a preguntarse cuál es el precio que se está dispuesto a pagar por conseguirlo.


En colaboración con Agenda Pública

6 comentarios a “Brexit, Cataluña y la Teoría de la Desintegración Económica

  1. Rafael María Muñoz
    09/11/2017 de 09:49

    Buenos días, es el mejor análisis económico que he leído sobre los costes de la separación: conciso, concreto, claro y completo. Aquí, en Cataluña, se necesita un debate sobre este tema. Nunca ha existido. La Generalitat no ha publicado ningún White Paper, no les gusta la transparencia ni la realidad. Prefieren el truco y el relato.

    • Enrique Feás
      13/11/2017 de 04:04

      Muchas gracias, Rafael. Tienes toda la razón, se rehúye el debate. Al igual que el gobierno británico se resiste a publicar los informes que ha hecho sobre el impacto del Brexit en 58 sectores, porque los resultados son desastrosos, la Generalitat no quiere arriesgarse a proponer un análisis económico serio, porque sabe que los resultados perjudicarían sus objetivos. Y eso es lo más triste: no es que se defienda la independencia detallando poco los costes, sino ocultándolos de forma expresa. Y eso es engañar a la gente.

  2. José Antonio
    09/11/2017 de 13:49

    Impagable entrada, Enrique

    Me temo que la honestidad intelectual del análisis económico tiene poco encaje en estos procesos de decisión de índole emocional. O no se ejercita o se ignora por parte de los que desean separarse.

    Ocurre que esos costes de la incertidumbre que tan acertadamente destacas empiezan a manifestarse con carácter previo a que la desintegración sea efectiva. Y surge el miedo entre aquellos menos comprometidos con la causa, otro componente emocional pero de signo contrario.

    Como en los divorcios, esto parece ir de sentimientos, por mucho que el renovado vigor de las aspiraciones soberanas de los Estados-Nación resulte anacrónico desde cualquier perspectiva, en particular la económica y la histórica.

    Veremos qué ocurre. El primer proceso desintegrador que culmine, si alguno finalmente lo hace, será decisivo para el devenir de los que estén a la espera. Mi impresión es que será el último en muchos años.

    Enhorabuena por el blog

    • Enrique Feás
      13/11/2017 de 04:14

      Muchas gracias, José Antonio. Exactamente, pero es que eso es precisamente lo que demuestra la debilidad del argumento emocional como único factor. Si hubiera honestidad intelectual y se dijera que desde la independencia hasta que se recupere el PIB per cápita previo a la ruptura pasarían al menos x años y se perdería parte del tejdo industrial, entonces es cuando la gente se pregunta de verdad: ¿cuánto cambiará mi vida, mi día a día, con la independencia? Y la realidad es que poco, más allá de la satisfacción emocional. Pero antes has debido sufrir el coste. La pregunta no es si quieres ser independiente, es cuánto estás dispuesto a pagar en términos de renta y empleo para conseguirlo. Y justo por este fuerte impacto intergeneracional, ningún referéndum debería aceptarse sin una mayoría cualificada. Es absurdo aceptar una decisión con un coste intergeneracional elevado impuesta por la mitad más uno de los votantes.

  3. Juan
    10/11/2017 de 03:36

    Hacen falta muchos artículos serios como éste para explicar a la gente que los costes de ruptura son reales y duros. Con la salida de los bancos y las empresas de Cataluña la sociedad empieza a ver que no todo lo que han prometido los políticos es cierto, y que la comunidad empresarial y los inversores necesitan normas claras, mercado común, y seguridad jurídica. Como indica Rafael en el primer comentario: si los políticos que mandan en la Generalitat fueran sólidos se habría redactado ya un trabajo técnico cuantificando los costes.

    Lo ideal sería desmontar las mentiras de los nacionalistas una a una, por sectores. Por ejemplo, a los «payeses» les han vendido que estarían mejor fuera de España aunque dejaran de recibir las jugosas ayudas de la Unión Europea, que supone el 50% de su renta anual. Se piensan que pueden exportar fuet a China mañana, cuando no son conscientes que el acuerdo sanitario para exportar productos de cerdo a China tardó más de 10 años en firmarse -y primero tienen que reconocerte como país.

    • Enrique Feás
      13/11/2017 de 04:27

      Gracias, Juan. La salida de bancos y empresas es una mala noticia, pero al menos ha permitido una cosa: observar parte de los costes reales de la independencia antes de que esta se produzca, y poner de manifiesto el engaño económico que ha rodeado el debate, aquí, en el Reino Unido y en cualquier parte. Por supuesto deberían desmontarse las mentiras, aunque solo sea por responsabilidad. Pero mucho me temo que el sesgo de confirmación en debates tan emocionales lleva a rechazar cualquier dato que contradiga tus prejuicios. Que economistas de tantísimo nivel como Sala-i-Marti (por acción) o Mas-Colell (por omisión) no sean valientes como para reconocer públicamente los costes de la independencia me demuestra que para muchos el coste marginal de ir contra «los tuyos» es muy superior al beneficio marginal de la honestidad profesional. De ellos hubiera esperado que insistieran en posibles beneficios a largo plazo, pero no que negaran los costes a corto y medio plazo. Con esos mimbres es difícil construir un debate sereno.

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